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CRÓNICA NEGRA

El juicio de Sandra Palo

¿Por qué se ha permitido a 'El Malaguita' comparecer enchapuchado ante el tribunal?

¿Por qué se ha permitido a 'El Malaguita' comparecer enchapuchado ante el tribunal?
'El Malaguita', presunto asesino de Sandra Palo.
La capucha. Lo que más llamaba la atención era ver a un justiciable vestido de terrorista frente al tribunal. Con un pasamontañas. No era totalmente nuevo, porque ya se había visto a un delincuente con  la cara tapada cuando juzgaron a Arlindo Luis Carballo, ‘El violador de Pirámides’. Los que contemplaron esas imágenes por televisión se preguntaban cómo era posible que un presunto culpable de decenas de violaciones pudiera ser juzgado concediéndole la gracia de velar su identidad. Puede considerarse una falta de respeto. Y una dificultad añadida para hacer justicia.
 
¿Por qué lo permitió la juez? Porque se daba el caso de que era una señora juez quien tenía delante al ‘Violador de Pirámides’ y le permitía esta última impertinencia. Algo parecido ha sido lo del presunto asesino de Sandra, el de más edad de la banda, cuyo juicio ha terminado con esta pintoresca polémica.
 
‘El Malaguita’ apareció cubierto frente al tribunal. ¿Por qué? Aún más: ¿cómo podían estar seguros de que se juzgaba al que lo merecía? Además, comparecer ante un tribunal no es  peyorativo ni supone desdoro, a menos que se trate del culpable. En este caso se trata del presunto culpable de hechos tan graves como el secuestro, violación y asesinato de una joven que fue vejada y quemada viva. Es un asunto tan importante que hay que verle bien la cara. Entonces no hay capucha que valga. Por otro lado, la madre de Sandra tiene derecho a mirarle de frente. Todo el país tiene derecho: ¿lo hizo o no? Miremos su cara, que a veces es el espejo de alma. ¿Qué clase de justicia puede indagar en la actuación de un procesado al que no se le puede ver bien?
 
Además, la preocupación es creciente; porque ¿es posible que, a partir de ahora, los terroristas, los autores de la masacre del 11-M, si son hallados, y otros presuntos de tal tamaño sean juzgados con la cara tapada? ¿Y si en un receso dan el cambiazo? ¿Y si de repente se dan cuenta de que están juzgando a otro? Nunca se puede estar seguro. En parte puede decirse que juzgar a alguien con un pasamontañas es chocante, inadecuado, resta armas a la correcta valoración de las respuestas, a la actitud y, por qué no decirlo, al “lenguaje corporal”, que tanto añade a “la verdad” de culpables e inocentes.
 
Por tanto, puede apuntarse como un fallo. Algo que debe debatirse. Incluso combatirse. La presencia ante un tribunal exige respeto: a los testigos, al público, a los jueces, a los que acceden a través de los medios de comunicación; respeto, porque se asiste a la ceremonia solemne de la justicia. La vista oral. La santa misa de dar a cada uno lo que se merece. El encapuchado es una falta a todo eso. No sólo rompe el rito, la ortodoxia, sino el sentido común. A veces se descubre la mentira en el rostro antes que en la palabra. Hay gestos que hablan de inocencia o de maldad. ¿Cómo se puede ser justo sin mirar a la cara ?
 
El asunto es más grave de lo que parece. Podría ser que se le haya permitido la capucha al procesado en virtud del respeto a derechos que se nos escapan, pero desde luego no se ha pensado en las víctimas. Los que han recibido el daño quieren estar seguros de lo que ven. La madre de Sandra Palo merece, necesita, está en su derecho de ver el rostro del hombre al que se acusa de haber tenido “todas las ideas horribles de aquella noche”. ¿Será verdad o mentira? ¿Cómo saberlo sin verle la cara?
 
Las ideas de aquella madrugada de mayo de 2003 fueron todas mortales: llevarse a la joven que caminaba de regreso a casa, transportarla a un descampado donde nadie pudiera socorrerla; según se ha oído en la sala, forzada con un arma blanca, empujada violentamente a un vehículo en el que viajaban tres menores: dos de 17 años, Ramón y Ramoncín –no tan menores–, y uno de 14 años, ‘El Pumuki’. Luego, abusar de ella; y finalmente –con seguridad, para que no pudiera contarlo–, atropellarla con el vehículo.
 
Uno de los ya condenados, antes de que se dicte sentencia en este juicio del encapuchado, relató cómo crujieron los huesos de la niña cuando pasaron una y otra vez con el coche por encima de su cuerpo. Lo hicieron quince veces. Era un Citroën ZX rojo, y por falta de habilidad o por mediación de la mala suerte se prolongó la agonía. ‘El Pumuki’ afirma que vio a Sandra mover los brazos cuando se encaminaron en el coche robado a comprar un euro de gasolina para quemarla “y borrar las huellas”.
 
Se acusa al hombre del pasamontañas de ser el conductor del vehículo que atropelló a Sandra. Lo acusan unos condenados, por la Ley del Menor, a leves penas, si se tiene en cuenta la gravedad del delito. Tal vez, por todo ello, habría sido necesario juzgarle a cara descubierta. Sólo así se habría visto su expresión ante las imputaciones, las sospechas y el relato de hechos.
 
Incluso podría decirse que la capucha no sólo no le libra de sospecha alguna, sino que le añade una clara intención de ocultación y disfraz; es decir, una muestra más de presunta culpabilidad. Porque sólo será culpable cuando lo diga el juez, pero para los millones de españoles que le han visto ante el tribunal como a un ertzaina con el pasamontañas de perseguir terroristas, en este otro contexto se pueden haber preguntado qué está cambiando en los juicios españoles, y si a partir de ahora todos los presuntos culpables van a comparecer presuntamente encapuchados. Quizá nadie haya tenido la prudencia de decir para su coleto: he ahí un inocente que se cubre la cara de vergüenza.
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