El imperio del hielo

Además de exportar pescado salado y congelado, así como aceite de ballena, Groenlandia busca en el turismo una fuente alternativa de ingresos. Es uno de los destinos más atractivos del mundo, con un potencial que no se sabe muy bien dónde acaba.

 

Esta tierra de icebergs y glaciares es la última frontera, un lugar extremo. Nos convertiremos en aventureros e iremos descubriendo territorios infinitos y solitarios. En dos semanas nuestro único vehículo será una piragua, con la que intentaremos recorrer parte de los 2.175.600 kilómetros cuadrados de esta isla descomunal.

 

Groenlandia era desconocida en Europa hasta el siglo X, cuando fue descubierta por el vikingo islandés Eric el Rojo. A partir del siglo XVIII Dinamarca reclamó el territorio y lo colonizó. Groenlandia sigue formando parte de Dinamarca, pero cuenta con un estatuto de autonomía desde 1979.

 

Desde la ventanilla del avión se ve un paisaje, más "propio" de anuncios y películas que de la realidad, cuyo corazón es un glaciar de más de dos millones de kilómetros cuadrados rodeado por un abrupto cinturón litoral montañoso. Nuestro reto es cubrir 200 kilómetros en piragua entre los hielos. El equipaje es mínimo: un buen traje de neopreno estanco para combatir las gélidas temperaturas (que en verano no bajan de -5º), unas botas de agua, una mochila para guardar algo de ropa y un neceser con los útiles de aseo.

 

Antes de emprender la aventura los guías dan algunos consejos. El primero es la recomendación de hacer unos ejercicios para fortalecer los brazos. Aunque este viaje se puede efectuar sin tener una inmejorable condición física, es importante que antes de llegar se practique con los remos, para ir acostumbrando el cuerpo tanto al esfuerzo como a la postura en el kayak. Aunque no se requiere experiencia previa, tampoco conviene fiarse de nuestras posibilidades.

 

Hay que tener en cuenta que el clima de Groenlandia, con días de lluvia y frío, puede aumentar el cansancio físico. Aquellos que tengan problemas serios de espalda deben tener cuidado, pues hay ocasiones en que tendremos que transportar las piraguas.

 

Comenzamos remando hacia la península de Nugarssuk, donde montamos nuestro primer campamento. A nuestro alrededor, inmensos bloques de hielo y aguas heladas. El silencio es absoluto.

 

La navegación se efectúa entre una vegetación mínima, formada por abedules enanos, musgos y líquenes, en unas zonas costeras que baña el Ártico, helado casi todo el año. La soledad es absoluta, puesto que el centro de la isla está deshabitado. Son las costas, particularmente las de la vertiente occidental, las que albergan los 65.000 habitantes de Groenlandia. En ellas se encuentra la capital, Nuuk.

 

En Tunugdliarfik contemplamos maravillados los enormes icebergs y las fracturas de los fiordos. Después de dos días de navegación llegamos a Narsaq, una de las ciudades más importantes: un puerto de pescadores, un museo, una iglesia y un bar. Aquí no falta de nada. Nos sirven una auténtica cerveza danesa, marca Carlsberg, y salmón "grillé" para cargar las pilas, aunque nuestra expedición trae comida energética para combatir el desgaste físico. Después visitamos a los artesanos de los alrededores, que realizan trabajos en lana y en hueso.

 

Tras recorrer otros fiordos –como el de Ikersuaq, el mayor de la zona, y el de Qaleragdlit– regresamos a Narsaq atravesando una zona donde los esquimales cazan focas anilladas. Descendemos por la costa camino de Qagssiarssuk. Esta pequeña población esquimal parece un santuario de Eric el Rojo: aquí se asentó este personaje.

 

Todavía queda tiempo para una típica cena vikinga a base de carne y grasa de foca hervida, carne de caribú, carne frita y piel cruda de ballena, bacalao seco y pan esquimal. Cansados, despedimos a la isla helada.