Y así, el miembro viril, insolente y esplendoroso, disfruta de una gloria inmerecida, enmascarado por sus gayumbos o embutido en su braga náutica, siempre dispuesto a brincar, como un cuco a punto de dar la hora y ajeno a toda culpa.
Pero no es perfecto, ni mucho menos. Del pene se puede decir, por ejemplo, que no es un órgano musculado, ni flexible, ni caliente, ni húmedo, ni elástico, que no tiene superficies rugosas y que no es capaz de buscar ni de reconocer, con su diseño, el clítoris y las zonas erógenas de la vagina. ¿Algo más? Sí, que se satisface de forma rápida y eficaz, perdiendo a continuación todo interés por el sexo. Como objeto de placer, el pene parece ideado por un arquitecto minimalista, atolondrado y sin imaginación.
Naturalmente, y como era de esperar, Desmond Morris, no opina como yo (todos los demás tampoco). Dice que, como los hombres carecen de os penis (el hueso que proporciona una disponibilidad rápida a otros primates), su erección depende exclusivamente de la congestión vascular, y eso resulta que está muy bien porque la sangre entra deprisa, pero sale despacio y se va acumulando y acumulando. Hasta que el pene alcanza un tamaño y un grosor excelentes para presionar las sensibles paredes de la vagina y los labios menores. Esta presión produce una fuerte respuesta erótica en la hembra humana, que, un montón de acometidas más tarde, alcanza el clímax.
En cuestiones sexuales, a menudo los investigadores, como muchos varones, confunden la cantidad con la calidad. Es verdad que el sistema elevador del pene humano tiene su mérito y, desde un punto de vista biológico, elimina de la lista de machos reproductores a los individuos más viejos, débiles y enfermos, aunque ahora, con la viagra, hacen trampa todos. Pero si, realmente, el objetivo de la evolución fuera satisfacer la sexualidad femenina, no habría intentado un tour de force, sino que se habría decantado, más bien, por un pene parecido al tentáculo de un pulpo, no muy gordo ni muy puntiagudo, pero con toda su flexibilidad, su capacidad sondeadora y sus ventosas dispuestas a estimular por aquí y por allá.
Según el Informe Hite, sólo el 30 por ciento de las mujeres alcanza regularmente el orgasmo durante el coito sin ninguna estimulación adicional y simultánea del clítoris. Y eso ocurre en Estados Unidos, donde las chicas están muy aleccionadas. A mí me parece que bastante hace, el pobrecito pene, porque no fue seleccionado para dar placer a las hembras de la misma manera que la vagina sí fue seleccionada para dar placer a los machos.
En algunas sociedades se detecta una vaga conciencia de que al pene le falta un hervor. Cuentan los antropólogos las mañas que se dan algunas tribus para acrecentar y corregir la fricción del pene en los puntos sensibles del sexo femenino. En algunas islas polinesias, por ejemplo, los varones se incrustan, bizarramente, piedrecitas y conchas de moluscos bajo la piel del pene, mientras que en los Andes se atan al glande una especie de acolchado hecho con crines. Igualmente, los juguetes eróticos intentan aumentar la eficacia del pene, reconociendo con ello un fallo de diseño. Algunos preservativos van provistos de crestas y volantes –en Francia los llaman españoles– que incrementan el roce de esa banda cutáneo-mucosa del aparato genital femenino que va desde el clítoris pasando, por el punto G, a la pared vaginal anterior y el fondo de la vagina.
El fallido diseño del miembro viril se debe a que, mientras que ningún hombre es capaz de tener un hijo sin gozar del sexo, las hembras, en cambio, se quedan embarazadas sin necesidad de orgasmo, propagando así unos genes con un modelo erróneo de pene y un modelo erróneo de mujer que se conforma con lo que hay.
La hermosa realidad de la unión sexual de un hombre y una mujer bien merecía un esfuerzo por parte de la evolución en este asunto del diseño del pene. Seguro que oportunidades no faltaron. Yo me figuro que más de una vez, durante nuestra transformación en humanos, algún ancestral varón sufrió –o gozó– de una mutación en forma, por ejemplo, de protuberancia estratégicamente situada en la base del pene, ideal para excitar el clítoris. Tal varón, provisto de su pequeño tesoro, podría haber causado estragos entre el mujerío de su tribu, y es posible que la noticia se propagara sotto voce por toda la sabana. En sus años gloriosos, sus genes eclipsarían a los de los otros varones y muchos de sus numerosos hijos heredarían su precioso rasgo. Pero todo quedó ahí. El éxito reproductivo a largo plazo no acompañó al Homo vibrator porque era un picaflor.
Nuestras antepasadas –en el supuesto de que hubieran podido seleccionar libremente a sus parejas– fueron interesadas y posibilistas. El dilema entre dar prioridad a un individuo que va por ahí, de caverna en caverna, alardeando de tener crestas en el pene o quedarse con uno que trae unas rodajas de serpiente para los niños se resolvió a favor de este último. Seguro que muchas hembras sucumbieron ante el Homo vibrator. Y lo pasarían bomba, las condenadas, pero su prole tuvo una tasa de supervivencia menor que la de las prudentes que eligieron varones proveedores. No sé si hoy día ocurre lo mismo, pero en mis tiempos, ¿quién miraba el pene si el novio era ingeniero?
Pero no es perfecto, ni mucho menos. Del pene se puede decir, por ejemplo, que no es un órgano musculado, ni flexible, ni caliente, ni húmedo, ni elástico, que no tiene superficies rugosas y que no es capaz de buscar ni de reconocer, con su diseño, el clítoris y las zonas erógenas de la vagina. ¿Algo más? Sí, que se satisface de forma rápida y eficaz, perdiendo a continuación todo interés por el sexo. Como objeto de placer, el pene parece ideado por un arquitecto minimalista, atolondrado y sin imaginación.
Naturalmente, y como era de esperar, Desmond Morris, no opina como yo (todos los demás tampoco). Dice que, como los hombres carecen de os penis (el hueso que proporciona una disponibilidad rápida a otros primates), su erección depende exclusivamente de la congestión vascular, y eso resulta que está muy bien porque la sangre entra deprisa, pero sale despacio y se va acumulando y acumulando. Hasta que el pene alcanza un tamaño y un grosor excelentes para presionar las sensibles paredes de la vagina y los labios menores. Esta presión produce una fuerte respuesta erótica en la hembra humana, que, un montón de acometidas más tarde, alcanza el clímax.
En cuestiones sexuales, a menudo los investigadores, como muchos varones, confunden la cantidad con la calidad. Es verdad que el sistema elevador del pene humano tiene su mérito y, desde un punto de vista biológico, elimina de la lista de machos reproductores a los individuos más viejos, débiles y enfermos, aunque ahora, con la viagra, hacen trampa todos. Pero si, realmente, el objetivo de la evolución fuera satisfacer la sexualidad femenina, no habría intentado un tour de force, sino que se habría decantado, más bien, por un pene parecido al tentáculo de un pulpo, no muy gordo ni muy puntiagudo, pero con toda su flexibilidad, su capacidad sondeadora y sus ventosas dispuestas a estimular por aquí y por allá.
Según el Informe Hite, sólo el 30 por ciento de las mujeres alcanza regularmente el orgasmo durante el coito sin ninguna estimulación adicional y simultánea del clítoris. Y eso ocurre en Estados Unidos, donde las chicas están muy aleccionadas. A mí me parece que bastante hace, el pobrecito pene, porque no fue seleccionado para dar placer a las hembras de la misma manera que la vagina sí fue seleccionada para dar placer a los machos.
En algunas sociedades se detecta una vaga conciencia de que al pene le falta un hervor. Cuentan los antropólogos las mañas que se dan algunas tribus para acrecentar y corregir la fricción del pene en los puntos sensibles del sexo femenino. En algunas islas polinesias, por ejemplo, los varones se incrustan, bizarramente, piedrecitas y conchas de moluscos bajo la piel del pene, mientras que en los Andes se atan al glande una especie de acolchado hecho con crines. Igualmente, los juguetes eróticos intentan aumentar la eficacia del pene, reconociendo con ello un fallo de diseño. Algunos preservativos van provistos de crestas y volantes –en Francia los llaman españoles– que incrementan el roce de esa banda cutáneo-mucosa del aparato genital femenino que va desde el clítoris pasando, por el punto G, a la pared vaginal anterior y el fondo de la vagina.
El fallido diseño del miembro viril se debe a que, mientras que ningún hombre es capaz de tener un hijo sin gozar del sexo, las hembras, en cambio, se quedan embarazadas sin necesidad de orgasmo, propagando así unos genes con un modelo erróneo de pene y un modelo erróneo de mujer que se conforma con lo que hay.
La hermosa realidad de la unión sexual de un hombre y una mujer bien merecía un esfuerzo por parte de la evolución en este asunto del diseño del pene. Seguro que oportunidades no faltaron. Yo me figuro que más de una vez, durante nuestra transformación en humanos, algún ancestral varón sufrió –o gozó– de una mutación en forma, por ejemplo, de protuberancia estratégicamente situada en la base del pene, ideal para excitar el clítoris. Tal varón, provisto de su pequeño tesoro, podría haber causado estragos entre el mujerío de su tribu, y es posible que la noticia se propagara sotto voce por toda la sabana. En sus años gloriosos, sus genes eclipsarían a los de los otros varones y muchos de sus numerosos hijos heredarían su precioso rasgo. Pero todo quedó ahí. El éxito reproductivo a largo plazo no acompañó al Homo vibrator porque era un picaflor.
Nuestras antepasadas –en el supuesto de que hubieran podido seleccionar libremente a sus parejas– fueron interesadas y posibilistas. El dilema entre dar prioridad a un individuo que va por ahí, de caverna en caverna, alardeando de tener crestas en el pene o quedarse con uno que trae unas rodajas de serpiente para los niños se resolvió a favor de este último. Seguro que muchas hembras sucumbieron ante el Homo vibrator. Y lo pasarían bomba, las condenadas, pero su prole tuvo una tasa de supervivencia menor que la de las prudentes que eligieron varones proveedores. No sé si hoy día ocurre lo mismo, pero en mis tiempos, ¿quién miraba el pene si el novio era ingeniero?