El asedio ha sido largo, desde que el poder decretara la segunda muerte de Montesquieu. Pero hoy puede decirse que el estamento judicial está penetrado por la ideología y el francés, bien enterrado; y que ya no hay justicia: solo jueces. Abogados de prestigio dicen que no pueden predecir el resultado de causa alguna porque todo depende del juez al que le caiga. Algún juez hasta se atreve a pedir dinero a un banquero. Otros dejan en la calle a narcotraficantes para que no se depriman en prisión. Y a la vista está que no pasa nada. Los narcos ni siquiera vuelven a la cárcel.
Eso sí: España es un país donde se criminaliza al varón por el hecho de serlo, donde se aprueba una ley, por unanimidad, en contra de la igualdad de hombres y mujeres, por la que tantos hemos luchado, y donde cada año centenares de hombres son maltratados, vilipendiados, falsamente imputados, en virtud de una conveniencia política que atenta contra la Carta Magna, sin que los finos juristas se conmuevan.
En España, a la hora de juzgar, se confunde a un varón con un culpable y a un periodista con una fábrica de realitys. Para algunos jueces, incluso del Supremo, es lo mismo un autopatrono que una multinacional, un autónomo, que es un trabajador de los que más fácilmente van al paro, con una productora de programas, y a todos condena, para que respondan de forma solidaria, como si fuera lo mismo el rey que su porquero, como si pudiera haber solidaridad alguna entre asalariado y patrón o alguna correspondencia en sus cuentas corrientes. El caso es que algunos de esos jueces con falta de óptica se dicen de izquierdas. Claro que eso también es mentira.
Y, miren ustedes, la justicia está hecha de matices. Por ejemplo, no es lo mismo la violencia de género que una pelea entre iguales, aunque el resultado sean insultos y lesiones entre hombre y mujer. O entre hombre y hombre; mujer y mujer. La Ley de Violencia de Género, aprobada por políticos poco rigurosos, ha provocado que apenas haya distingos: es lo mismo un enfado por celos que una dominación largamente tortuosa. Hay jueces que en su mismidad encabezan jurados populares en los que no creen y producen justicia de la que desconfían. ¡Qué les voy a decir a ustedes, si incluso han intentado encerrar para siempre al Lute por violencia de género, cuando no delinque desde que le indultaron por los mil años de cárcel que le metió el franquismo! Estos es que no respetan nada, aunque aquí se dieron de manos a boca con otro susurrador de sumarios que escuchó el lamento del quinqui, baranda de la reinserción.
En este maremágnum de desprestigio, y siendo la justicia una de las cosas más demandadas del país, de vez en cuando surge un juez que oye susurrar a los sumarios: "Eh, Señoría, aquí hay otro de injusticia"; y lo repasa hasta darse cuenta de que a lo peor es una de esas falsas denuncias de las que se quejaba Ana Sanahuja, juez decana con dos ovarios, en Cataluña, allá por los tiempos en los que la Ley de Violencia de Género era una baza del Gobierno y no había caído todavía en el desprestigio. ¿Pero hay alguna mujer condenada por denuncia falsa? Se pregunta su señoría Serrano, juez valiente donde los haya, juez de la tabla redonda, juez de jueces, caballero de jueces de España. Pues no, no hay mujeres condenadas, aunque hay falsas denuncias, eso es un hecho.
Hombre, a ver si va a ser lo mismo que pasa con la prevaricación, que es el delito de los jueces. ¿Cuántas condenas hay por prevaricación en España? Pues no se sabe. Es otra de esas cifras que quedan ocultas, que no se difunden. Tal vez ni siquiera se recuentan. Miles de jueces actuando durante décadas y sólo se recuerda una condena por prevaricación, que además resulta políticamente escandalosa.
¡Shhh! Su Señoría, juez Serrano, del juzgado número 7 de familia de Sevilla, olé sus huesos, que hay treinta hombres asesinados por su ex parejas que no se cuentan, que el Ministerio del Interior, especialista en cifras ingobernables, ya no recoge en su ¡Annual Estadístico!, me río yo de las encuestas del CIS, desde el 2007. Usted puede ver que hay 51 mujeres asesinadas por ex parejas en el Ministerio de Igualdad, pero con Desigualdad, en la misma página del Ministerio, se escamotea el dato masculino, que políticamente no interesa. La política violadora de la justicia, abusona y manipuladora.
Dice su Señoría que este estado de cosas es quizá responsable de centenares de suicidios debidos a la ley de género, que trae establecido por defecto al varón como presunto culpable, al que despoja de bienes y de la tutela de sus hijos y lo empuja a la depresión y la muerte, según su Señoría, que oye susurrar a los sumarios, más de veinte mil que han pasado por sus manos. A veces el error se descubre a tiempo y el varón es exonerado, curiosamente sin culpar a nadie de su desgracia. Pero otras veces se lo lleva la corriente hasta el Hades, que es el infierno de los antiguos.
Ay, directores, que vuelva enseguida la legión de periodistas a los juzgados para contemplar los juicios, que vuelva el redactor de tribunales a denunciar los errores, las ligerezas, las frivolidades, a exponer las sentencias con faltas de ortografía o simples faltas de justicia. Que se exija altura intelectual al Tribunal Supremo. Y si no, que el Constitucional lo corrija. La última esperanza. E independencia política. Luz y taquígrafos.
Vamos, que para luego es tarde, que sin justicia no hay democracia, no hay libertad, no hay civilización. Que se persiga al que inste a la denuncia falsa, que se castigue al que denuncie falsamente. Que se revise la ley. Persigan el delito y a los delincuentes. Incluso si llevan toga. Odien el delito y compadezcan a los españoles. Salgan los jueces y juezas que oyen susurrar a los sumarios, no se queden en sus despachos, abrumados por la duda: ustedes son la Justicia.
Eso sí: España es un país donde se criminaliza al varón por el hecho de serlo, donde se aprueba una ley, por unanimidad, en contra de la igualdad de hombres y mujeres, por la que tantos hemos luchado, y donde cada año centenares de hombres son maltratados, vilipendiados, falsamente imputados, en virtud de una conveniencia política que atenta contra la Carta Magna, sin que los finos juristas se conmuevan.
En España, a la hora de juzgar, se confunde a un varón con un culpable y a un periodista con una fábrica de realitys. Para algunos jueces, incluso del Supremo, es lo mismo un autopatrono que una multinacional, un autónomo, que es un trabajador de los que más fácilmente van al paro, con una productora de programas, y a todos condena, para que respondan de forma solidaria, como si fuera lo mismo el rey que su porquero, como si pudiera haber solidaridad alguna entre asalariado y patrón o alguna correspondencia en sus cuentas corrientes. El caso es que algunos de esos jueces con falta de óptica se dicen de izquierdas. Claro que eso también es mentira.
Y, miren ustedes, la justicia está hecha de matices. Por ejemplo, no es lo mismo la violencia de género que una pelea entre iguales, aunque el resultado sean insultos y lesiones entre hombre y mujer. O entre hombre y hombre; mujer y mujer. La Ley de Violencia de Género, aprobada por políticos poco rigurosos, ha provocado que apenas haya distingos: es lo mismo un enfado por celos que una dominación largamente tortuosa. Hay jueces que en su mismidad encabezan jurados populares en los que no creen y producen justicia de la que desconfían. ¡Qué les voy a decir a ustedes, si incluso han intentado encerrar para siempre al Lute por violencia de género, cuando no delinque desde que le indultaron por los mil años de cárcel que le metió el franquismo! Estos es que no respetan nada, aunque aquí se dieron de manos a boca con otro susurrador de sumarios que escuchó el lamento del quinqui, baranda de la reinserción.
En este maremágnum de desprestigio, y siendo la justicia una de las cosas más demandadas del país, de vez en cuando surge un juez que oye susurrar a los sumarios: "Eh, Señoría, aquí hay otro de injusticia"; y lo repasa hasta darse cuenta de que a lo peor es una de esas falsas denuncias de las que se quejaba Ana Sanahuja, juez decana con dos ovarios, en Cataluña, allá por los tiempos en los que la Ley de Violencia de Género era una baza del Gobierno y no había caído todavía en el desprestigio. ¿Pero hay alguna mujer condenada por denuncia falsa? Se pregunta su señoría Serrano, juez valiente donde los haya, juez de la tabla redonda, juez de jueces, caballero de jueces de España. Pues no, no hay mujeres condenadas, aunque hay falsas denuncias, eso es un hecho.
Hombre, a ver si va a ser lo mismo que pasa con la prevaricación, que es el delito de los jueces. ¿Cuántas condenas hay por prevaricación en España? Pues no se sabe. Es otra de esas cifras que quedan ocultas, que no se difunden. Tal vez ni siquiera se recuentan. Miles de jueces actuando durante décadas y sólo se recuerda una condena por prevaricación, que además resulta políticamente escandalosa.
¡Shhh! Su Señoría, juez Serrano, del juzgado número 7 de familia de Sevilla, olé sus huesos, que hay treinta hombres asesinados por su ex parejas que no se cuentan, que el Ministerio del Interior, especialista en cifras ingobernables, ya no recoge en su ¡Annual Estadístico!, me río yo de las encuestas del CIS, desde el 2007. Usted puede ver que hay 51 mujeres asesinadas por ex parejas en el Ministerio de Igualdad, pero con Desigualdad, en la misma página del Ministerio, se escamotea el dato masculino, que políticamente no interesa. La política violadora de la justicia, abusona y manipuladora.
Dice su Señoría que este estado de cosas es quizá responsable de centenares de suicidios debidos a la ley de género, que trae establecido por defecto al varón como presunto culpable, al que despoja de bienes y de la tutela de sus hijos y lo empuja a la depresión y la muerte, según su Señoría, que oye susurrar a los sumarios, más de veinte mil que han pasado por sus manos. A veces el error se descubre a tiempo y el varón es exonerado, curiosamente sin culpar a nadie de su desgracia. Pero otras veces se lo lleva la corriente hasta el Hades, que es el infierno de los antiguos.
Ay, directores, que vuelva enseguida la legión de periodistas a los juzgados para contemplar los juicios, que vuelva el redactor de tribunales a denunciar los errores, las ligerezas, las frivolidades, a exponer las sentencias con faltas de ortografía o simples faltas de justicia. Que se exija altura intelectual al Tribunal Supremo. Y si no, que el Constitucional lo corrija. La última esperanza. E independencia política. Luz y taquígrafos.
Vamos, que para luego es tarde, que sin justicia no hay democracia, no hay libertad, no hay civilización. Que se persiga al que inste a la denuncia falsa, que se castigue al que denuncie falsamente. Que se revise la ley. Persigan el delito y a los delincuentes. Incluso si llevan toga. Odien el delito y compadezcan a los españoles. Salgan los jueces y juezas que oyen susurrar a los sumarios, no se queden en sus despachos, abrumados por la duda: ustedes son la Justicia.