Hasta el último tercio del siglo XIX a nadie se le ocurrió plantearse preguntas. Ni siquiera existía el término homosexual. Cada uno tenía sus vicios, y si a un sodomita lo pillaban con un menor, sencillamente se convertía en un delincuente; pero eso no lo encasillaba en una categoría humana especial, y la gente era bastante indiferente al tema. En 1857 el doctor Tardieu, en colaboración con la policía, realizó la primera encuesta sobre los sodomitas franceses. No debió de gustarle lo que vio, porque empezó a hablar del pudor infantil y la policía cargó la mano contra los pederastas.
Hay un acuerdo entre los historiadores sobre el hecho de que fueron los propios homosexuales quienes se buscaron la intolerancia al llamar la atención e inventarse una problemática sobre su identidad que no existía con anterioridad. Querían que se les reconociese su especificidad, su derecho a ser diferentes y, claro, a saltarse la ley. En 1869 un médico húngaro, el doctor Benkert, inventó el término homosexualidad y pidió al ministro de justicia la abolición de la antigua ley prusiana que afectaba a los homosexuales. A veces, una palabra nueva cambia un concepto; en este caso, el término homosexual, nacido para definir un tipo de enfermedad psíquica y social, dio paso a la aparición de una marginación que era nueva.
Al mismo tiempo, en Hannover, un magistrado, homosexual y médico, llamado Heinrich Ulrichs escribió sobre La inversión congénita del sentimiento sexual con consciencia mórbida del fenómeno (toma ya). La hizo buena, porque, a partir de ahí, los estudios médicos empezaron a enfocar la homosexualidad como una patología congénita y mental y fueron transformando al modesto sodomita, que sólo era reo de actos sexuales prohibidos, en un objeto de estudio, en un caso patológico que se identificaba por su actividad sexual. Entonces se empezó a hablar del sexo intermedio.
La homosexualidad queda definida como un hecho médico pero eso, en lugar de protegerla de los juicios morales, la señala como una amenaza para la familia, la nación, la tasa de natalidad, el orden establecido y absolutamente cualquier otra cosa.
En el siglo XX, los sexólogos modernos, en un intento por evitar la estigmatización y procurar más tolerancia para los homosexuales, impusieron en la literatura médica la teoría de que la homosexualidad, al estar biológicamente determinada, eximía de responsabilidad a los pacientes que la padecían. No se daban cuenta de que abrían paso a todo tipo de terapias para intentar la curación. Hormonas, cirugía, psicoterapia, todo era válido para revertir al invertido. Hoy día no se contempla siquiera que sea lícita la aplicación de una terapia para curar homosexuales, y pobre del médico que lo intente porque lo jeringan vivo.
Luego empezaron las distinciones entre los diversos tipos de homosexuales. Historiadores como Foucault y Jonathan Ned Katz culpabilizan a los sexólogos, que, con su afán de clasificar, crearon la identidad homosexual y estigmatizaron a los homosexuales. Y es curioso, porque mientras Havelock Ellis distingue entre el invertido y el perverso y Freud entre el invertido absoluto y el contingente, Clifford Allen cuenta hasta doce tipos de homosexuales; y Richard Harvey, cuarenta y dos.
Continuando la inflación de tipos homosexuales, en 1948 Kinsey llega a la conclusión de que los humanos somos bisexuales y, partiendo de que la sexualidad es un continuum, afirma que todo hijo de vecino tiene tendencias homosexuales y heterosexuales en una proporción variable dentro de una escala de 0 a 6.
A mucha gente no le hace ni pizca de gracia que se afirme que todos somos, al mismo tiempo, heterosexuales y homosexuales. ¿Es que no existe una especificidad homosexual? Las lesbianas, que están hartas de que las metan con los homosexuales masculinos en el mismo saco, no se muerden la lengua: "Las lesbianas no tienen que preocuparse de las enfermedades venéreas, no tienen relaciones sexuales en los baños públicos (...) y no tienen intención de ir a las barricadas para defender la disminución de la mayoría de edad legal para el consentimiento sexual", dice Rally Gearhart. Y es que nadie quiere compartir lacras como la afición a la pederastia o la promiscuidad, por las que los homosexuales siempre son abucheados.
Algunos estudios sólo consiguen marear la perdiz y otros carecen de neutralidad. Ese me parece el caso de un trabajo del sociólogo Frederick Whitam, según el cual hay homosexuales en todas las sociedades, en el mismo porcentaje y sin variaciones en el tiempo. No lo creo. También asegura que las normas sociales no impiden ni facilitan la aparición de la homosexualidad. Pues tampoco lo creo. ¿Por qué iba a ser inmutable el porcentaje de homosexuales, cuando hay sociedades que los incentivan activamente, mientras otras los penalizan? Ni siquiera el instinto maternal escapa de las influencias de la sociedad. Además, va en contra de la visión económica de la homosexualidad oportunista que ofrece Posner. Y, creedme, los economistas, como los zoólogos, conocen bien la auténtica naturaleza humana.
A finales de los sesenta nació en EEUU un movimiento cuyo primer objetivo fue cambiar el término homosexual, lastrado por connotaciones peyorativas, por el de gay. Su segundo objetivo fue sacar la homosexualidad de la clandestinidad. Tras un periodo de reivindicaciones explosivas, el movimiento gay parece echar marcha atrás, al comprender que exigir su derecho a la diferencia puede dejar de ser una elección y llegar a ser una obligación, impuesta desde el exterior, que los conduce directamente al aislamiento. Ahora ya no reclaman el derecho a la diferencia sino a la indiferencia.
Después de siglo y medio de estudios sigue sin conocerse la causa de la homosexualidad. La solución del misterio podría venir de las investigaciones biológicas. Es posible que sea una anomalía endocrinológica o genética. La primera está casi descartada porque se ha experimentado mucho con terapias hormonales sin resultado. Pero puede ser que la anomalía tenga lugar en algún momento durante el estado embrionario, cuando las hormonas sexualizan el sistema nervioso y el cerebro del feto. El problema es que resulta difícil de probar en humanos.
En cuanto a la hipótesis de la anomalía genética, si bien tiene gran atractivo para los investigadores, hasta el momento no se ha llegado a obtener conclusiones válidas. Ni siquiera los estudios que se han realizado con gemelos monocigóticos han podido demostrar una orientación sexual idéntica en todos los casos. Hay otra hipótesis que atribuye la homosexualidad a factores psicológicos... y ahí ya no me meto porque hasta un hipnotizador de gallinas sabe de eso más que yo.