Igualmente nos enteramos de que los grupos que recorrieron las calles del barrio con palos y bates de béisbol buscando venganza por el homicidio de Manu, el chico de 17 años muerto de una puñalada supuestamente a manos de un dominicano al que llaman McGrady, no son vecinos sino grupos de ultras y neonazis llegados de fuera, en bandas organizadas como una auténtica guerrilla. Con esto tal vez se sugiere que los políticos Simancas, Trinidad Jiménez y Zerolo, cuando fueron pitados y abucheados al incorporarse a la manifestación "contra la violencia y por la convivencia", lo fueron por elementos extraños confundidos entre la multitud.
Y ahí sí que no. Es posible que Méndez estuviera preocupado desde antes por la situación explosiva del barrio, aunque no diera muestras de ello. También puede aceptarse que grupos ultras decidieran "acojonar sudacas a palos", puesto que la agresión mortal de McGrady les dio el pretexto, camuflados entre los miles de vecinos de la manifestación, pero los políticos fueron abucheados por la gente del barrio, que seguro habrían pitado al mismísimo delegado del Gobierno que hubiera asomado la oreja. Aunque no se descarta que los ultras aprovecharan también para desahogarse.
La situación en Villaverde, según la coordinadora vecinal, empeora desde hace dos años, acumulando chicos que van de un lado a otro marcando con pis sus territorios, exactamente como perros sin collar (aprovecho para decirle al alcalde que Madrid, la ciudad olímpica, huele a urinario, porque los ciudadanos que llenan sus calles, ayunos de aliviaderos, se mean en parterres, parques y jardines, tras los contenedores o entre dos coches, ante la indiferencia de los viandantes, acostumbrados a que, aquí un joven con rastas, lleno de piercings y cadenas, allá un taxista subido al estribo del vehículo, orinan y orinan, repartiendo por doquier el peculiar olor del alcaldato de Gallardón. Imposible que los asesores del comité olímpico no noten los efluvios. Quien desee constatar tal denuncia puede pasear por los alrededores del Rastro, pleno centro de Madrid, donde abueletes prostáticos, niños incontinentes, nazis de bate y militares sin graduación hacen suyas las esquinas, las vallas de las obras y las flores de las macetas).
Se nota que pasean poco los responsables, que no tienen la oportunidad de ver cómo las bandas se apoderan de las calles ante la indiferencia de la autoridad. Por cierto, que los padres del chico apuñalado en Villaverde se quejan amargamente de algunos políticos, y no por el olor, sino por no haber acudido a ayudarles, ni siquiera para estar con ellos en este mal momento.
Muy otro es el comportamiento de la presidenta de la Comunidad, que fue a visitarlos, "como un ciudadano más" y seguramente como una madre que entiende la tragedia de otra. Los políticos deben ser sensibles a los cambios de la delincuencia, la complejidad del crimen y la evolución del tejido social. Hay quien, según denuncian los afectados, se limita a taparse las narices; eso sí, con la pulsera olímpica.
Resulta, pues, que los vecinos –desde hace más de dos años– y el director general de la Policía, Víctor García Hidalgo –desde que tiene noticia– están profundamente preocupados por el fenómeno de las bandas urbanas, como la denominada "Latin Kings". De acuerdo con los datos de García Hidalgo, desde septiembre han sido detenidos –se supone que en toda España– nada menos que 407 miembros de estos grupos.
Anotemos ahora la sorpresa de un jefe policial que informa en la capital de la detención de McGrady poco menos que conmovido porque no había cumplido todavía los 19 años –es mayor de edad penal– y porque no le consta que pertenezca a banda alguna. Resulta urgente que pregunte por la de “Los Peques”, en Villaverde, por si tuviera relación.
Los crímenes nunca pasan por casualidad, y mucho menos los que nacen de una situación social deteriorada. Por ejemplo, en el "experimento Villaverde", consistente en dejar que los vecinos se las arreglen solos y, si protestan, llamarles racistas.
El abandono de la capital del reino, visible incluso por el olor, no puede por menos que generar violencia. Si la ley y el orden abandonan la calle, ésta es rápidamente tomada por los más fuertes de la jungla. Los inadaptados que han tomado los parques suelen deambular apoyados en sus navajas, marcando territorio. El año pasado sacaron tres mil armas blancas de los bolsillos caídos de los más jóvenes, en las operaciones Luna y Búho, pero debieron hacer muchos más cacheos, y es posible que en operaciones Mediodía y Por la tarde.
Madrid no tiene fino olfato porque el mal olor ha tapado la pituitaria; tampoco un Centro de Lucha Contra la Violencia que compulse datos, provoque estudios y prevenga a los ciudadanos. Ni Madrid ni el resto de España, que se enfrenta al mundo complejo de la delincuencia como cuando se combatía el crimen con lanza. Esto de los Latin King y los Ñetas nos lo van desvelando los medios de comunicación ante el recelo y el escepticismo de los encargados de prevenir.
Simancas, Trinidad Jiménez y Zerolo recibieron la rabia acumulada, tal vez con ración doble e injusta, de una población que se ve arrinconada por marginales de los que nadie se ocupa, que caminan con una navaja de doble filo en sus bolsillos: por un lado matan a los chicos como Manu y por el otro cercenan su propio futuro. Mientras se mean en el Madrid olímpico.