La generación de Coppola, De Palma, Hellman, Schrader y Scorsese tuvo una irrupción esplendorosa en el panorama anodino y decadente del cine norteamericano de los 70. Taxi Driver fue el símbolo de aquellos rebeldes que, bajo el sello de la independencia, mamaban del experimentalismo europeo sin renunciar a la propia tradición norteamericana. Scorsese representa como nadie el paradigma del independiente poco a poco fagocitado por la industria del entretenimiento. Es como si al director neoyorquino le hubiera quedado una cicatriz, la de nunca haber ganado el Oscar al mejor director, y quisiera borrarla por el camino más fácil.
En este caso firmando una alianza con los hermanos Weinstein, los gestores de Miramax, la productora que ha arrasado en varias entregas de los Oscar y que es capaz incluso de detentar el poder en el Festival de Cannes, consiguiendo la Palma de Oro para esa estafa pseudocinematográfica que es Farenheit 9/11, de Michael Moore. Tras el fracaso de Gangs of New York existían serias dudas sobre la capacidad de respuesta del neoyorquino.
Sin embargo, Scorsese vuelve a renacer de sus cenizas. El tipo de las cejas prominentes, al que le cabe el cine mundial en la cabeza, ha pergeñado un espectáculo visual sin parangón, acompañado de un equipo de primera categoría. El contexto de exhuberancia visual de estas décadas trágicas que circundan a la II Guerra Mundial, plenas a la vez de barbarie y civilización, está recogido con la profesionalidad que les caracteriza por el diseñador de producción Dante Ferretti y el fotógrafo Robert Richardson, que realiza unos arriesgados virajes de color para rememorar la saturación típica del primer Technicolor. A la espera del estreno de Million Dollar Baby, de Eastwood, se presenta como el gran candidato, una vez más, para los Oscar de este año.
Es El aviador un biopic de Howard Hughes(HH), un símbolo del imaginario norteamericano. Cuando Orson Welles planeaba su estreno como cineasta tenía en mente dos figuras emblemáticas de la América de su época: el multimillonario HH y el magnate del periodismo Randolph Hearst, que finalmente sería transformado en el ya mítico Ciudadano Kane. HH y Hearst compartían bastantes rasgos: eran empresarios visionarios, comprometidos con la construcción de un futuro del que se sentían actores principales, llevados por un individualismo que negaba cualquier determinismo histórico y les hacía ser la encarnación del sueño americano.
Welles realizó una vivisección inmisericorde de Hearst como déspota genial al que el poder corrompía hasta la médula, siguiendo una estrategia de araña cinematográfica en la que enredaba al ciudadano-mosca Kane en las visiones caleidoscópicas de los que le rodeaban. Por el contrario, Scorsese, homenajeando a Welles en la repetición de un leit motiv semejante al del célebre "Rosebud" (esta vez relacionado con las obsesiones sobre la suciedad y la infección: “Cuarentena”), desvela a HH desde dentro, a partir del contraste entre sus sueños y sus éxitos y fracasos. Como hizo Coppola en Tucker, un hombre y su sueño, Scorsese realiza un panegírico del hombre de frontera norteamericano, un libertario enfrentado al Gobierno y a los monopolios en un proceso continuo de creación destructora que habría satisfecho al mismísimo Schumpeter.
En un inicio espectacular, en el que un HH (Leonardo di Caprio) lleno de hybris parece no tener más límite que su propia arrogancia, vemos cómo se enfrenta al todopoderoso magnate de la industria de Hollywood Louis B. Mayer, que le amenaza con no poder exhibir en ningún cine su primer filme Ángeles del Infierno, reelaborado hasta la perfección cuando una primera versión, silente, queda obsoleta con la llegada del sonoro. Durante esta primera hora asistimos a la presentación en sociedad de un joven HH dispuesto a comerse el mundo (la palabra “imposible” no existe en su vocabulario), que utiliza el dinero como un medio para realizar sus visiones y no como un fin en sí mismo.
El film va introduciéndose sutilmente en la delicada psique del excéntrico empresario, en su desvarío mental, en sus contradicciones vitales, en la maduración de un hombre más grande que la vida, hasta alcanzar al final un equilibrio perfecto entre el héroe indomable y el ser humano herido en cuerpo y alma. Siguiendo una estructura parecida a una cinta de Moebius, terminaremos donde empezamos a través de una línea continua que se retuerce sobre sí misma.
Produce escalofríos la manera en que una y otra vez este multimillonario se situa al borde del abismo de la más absoluta bancarrota para financiar sus sueños, del mismo modo en que lo vemos subirse temerariamente a prototipos de avión en los que se jugaba la vida, siguiendo un lema que podría rezar “hasta el infinito y más allá”. La esencia del empresario como jugador inteligente, un individuo racional con un punto de locura, está soberbiamente descrita por Scorsese.
Estremece igualmente el precio que ha de pagar HH: la soledad y la incomprensión; así, la magistral secuencia en la que hace explícita la hipocresía snob de la madre de su gran amor, Katharine Hepburn (Cate Blanchett), una rica y progresista admiradora de Roosevelt que hace gala de su desinterés por el dinero, a lo que responde HH que sólo los que tienen dinero se atreven a despreciarlo y que él, por el contrario, está acostumbrado a trabajar para ganarlo.
A continuación, y sin bajar el ritmo de construcción y destrucción de aviones y empresas, el personaje empieza a madurar, pero también a ensimismarse, siendo tan importantes sus aventuras amorosas, aeronaúticas y empresariales como el viaje hacia el abismo de la locura por el que empieza a deslizarse su mente. La alternativa fácil hubiese sido montar un numerito de tics y gritos, pero el progresivo deterioro mental de HH es mostrado por Scorsese y Leonardo di Caprio con comedimiento y respeto, sin caer nunca en el morbo o la sobreactuación.
El equilibrio entre lo espectacular de las acrobacias aéreas, el frágil estado psicológico (es muy hermoso el plano-contraplano con la Hepburn hablando a través de la puerta) y, sobre todo, la lucha contra los poderes establecidos del capitalismo de amigotes, representado en la colusión entre el senador Ralph Owen Brewster (Alan Alda) y el presidente de la Pan Am (Alec Baldwin), se resuelve en un clímax final con el montaje paralelo entre su declaración ante el Comité que trata de imponer un monopolio y el pilotaje de su obra maestra aeronáutica: el Hércules.
Como si fuese Alicia en el País de las Maravillas, HH corre desesperadamente para no quedar descolgado de un futuro que irremediablemente le es inalcanzable. Pero como a todo héroe trágico no es el éxito en sí lo que le ocupa, sino la emoción de la aventura. La oscuridad que finalmente hace caer Scorsese sobre su alter ego, triunfante pero roto, resulta hermosa en su lucidez pesimista.
El aviador.Dirección: Martin Scorsese. Intérpretes: Leonardo di Caprio, Cate Blanchett. Guión: John Logan. Fotografía: Robert Richardson. Diseño de producción: Dante Ferretti. Calificación: Muy interesante.