El llamado voto rosa es una entelequia que Bill Clinton se sacó de la manga para ganarse a los padres, hermanos, primos y sobrinos de los gays. Espe lo sabe, aunque lo suyo no es oportunismo, sino memoria histórica. El lunes pasado la presidenta evocaba a su tío Jaime, acosado por los franquistas y rebotado del PSUC por maricón, si bien en los años 80 se reconvirtió al nacionalismo chic para no verse excluido del reparto del pastel, al que otros renunciaron:
Pero, al igual que otros barceloneses adoptivos de la época (como Ocaña y Nazario), Cardín mantendrá una actitud crítica (expresada de manera lacerante) frente al nacionalismo catalán, en aquel momento la vanguardia del cambio intelectual y la lucha antifranquista. Demasiada marginalidad (Alberto Mira, De Sodoma a Chueca).
Digo yo que lo de "cambio intelectual" no irá por los curitas del monasterio de Montserrat.
A Espe, discursos así sólo le pueden causar problemas. Comenzó levantando alfombras y ahí la tienen, cual Gina Lollobrigida ululando sobre el trapecio más alto mientras, abajo, los facinerosos armados con navajas marca Ambiciones se afanan en cortar la red. Quién fuera Burt Lancaster.
Otro al que le están cayendo chuzos de punta, aunque con razón, es Barack Obama, poseedor de unas gay credentials más sospechosas que una foto de Ruiz Gallardón con la dedicatoria "Con todo mi afecto". El senador comenzó su campaña preguntándose cuántos matrimonios se habían roto porque dos tipos fueran por la calle de la mano y diciendo que lo importante no era el casamiento gay, sino la igualdad de derechos. Todo muy normal y predecible, tanto como que un señor de Minnesota se descolgara contando su sex affair con el senador en 1999. De aquí a poco, algún pirado saldrá diciendo que en realidad Bill y Hillary no son humanos, sino lagartos extraterrestres, como los de la serie V, y que se alimentan de hamburguesas de rata.
La cosa comenzó a torcerse cuando, poco después, nos enteramos de que Donald Young, el director mariquita del coro de la iglesia de Obama, la del polémico Jeremías Wright, apareció asesinado en extrañas circunstancias el día de Nochebuena. Más que una parroquia, aquello parece la Casa de los Horrores. Antes de eso, el dicharachero Barack había tenido que aguantar severas críticas por la inclusión en su gira electoral de un cantante de Gospel dedicado a curar la maldición homosexual. Desde entonces, el presidenciable ha rehuido a la prensa gay como si de la peste negra se tratase (no me extraña). Mientras tanto, Hillary ocupa las portadas de los periódicos y gacetas homófilos de toda la nación posando en plan fag-hag, o sea mariliendre. Aunque para icono camp la bella Cindy McCain, de quien se dice tiene más peligro que Joan Crawford de botellón.
Para colmo, el sufrido Obama ha tenido que lidiar con un nuevo contratiempo provocado por otro de sus pastores descarriados: el malencarado, y delegado en la convención demócrata, James T. Meeks, su consejero espiritual. Entre otras actividades, el predicador obamita organiza un edificante espectáculo de terror religioso, denominado Halloween Fright Night, donde los asistentes, previo pago de 7 dólares, disfrutan de un pavoroso tour infernal en el que dos locas con el cuerpo rociado de purpurina aparecen condenadas en el Averno junto a un monje budista. Ni el mismísimo Nazario en su fase más salvaje habría llegado tan lejos, aunque lo suyo era sátira y deconstrucción, no profecía.
A Meeks, antiguo compañero de pupitre de Barack en el Senado de Illinois, tampoco le gustan los judíos, a los que acusa de haber ideado Brokeback Mountain con la aviesa intención de minar la moral y las buenas costumbres. A su lado, José María Permuy, delegado de Alternativa Española en La Coruña, y sus amigos del think bad dedicado a la difusión del anticapitalismo, el Estado confesional y la homofobia resultan casi enternecedores, tan simpáticos como Los Batasunnis de la ETB, sin duda la parodia más jocosa de la televisión ibérica.
Cuando se supo lo del reverendo Jeremías Wright, otra de las referencias ideológicas de Obama, y su célebre "Dios maldiga a América", algo que todo el mundo conocía (bueno, todos menos el propio Obama, que ese día decidió saltarse el servicio religioso, como Soraya y su marido la misa dominical), al presidenciable no le quedó otra que distanciarse del pastor y organizar un mitin sobre la raza. El evento fue aplaudido por la progresía del país, extasiada por tan catárquico discurso.
La reacción de los que jalean a este Tío Tom respondón (así lo definen algunos miembros de la aristocracia demócrata blanca) ha sido muy diferente en el caso del reverendo Meeks: silencio sepulcral. Pese a todo, no faltarán quienes intenten presentarnos a Obama como si de un nuevo líder redentor se tratase, a medio camino entre Jesucristo Superstar y el rey Baltasar. Así han hecho las maritontas adineradas, que hace unas noches dedicaban al senador un maravilloso ágape en Nueva York a 2.300 dólares el cubierto. El actor Corey Johnson comentaba que la intervención de Obama había sido una de las más "directas, elocuentes y detalladas" que había oído jamás a un político. No lo dudo.
La penúltima pirueta del aspirante demócrata consiste en una entrevista kilométrica para la revista The Advocate (ya era hora), en la que se jacta de haber defendido la causa LGTB en las iglesias negras. ¿Antes o después del show infernal? ¿Lo presenció? Seguro que aquella noche decidió quedarse en casa viendo Pesadilla en Elm Street. Ni lo cuenta ni se lo preguntan. A eso le llamo yo periodismo militante, aunque no sé en qué causa. En cualquier caso, no la mía.
No me imagino al presidenciable dispuesto a ganarse la antipatía de los afroamericanos por defender a un grupo de maricas blancas, aunque a éstas sí que me las figuro haciendo de tontas útiles en cualquier travesura guay y transgresora. Y luego dicen que los del Opus se flagelan. Lo cual me hace pensar en lo que desde hace más de un año algunos portavoces de la izquierda gay vienen diciendo a propósito del presunto juego sucio que cierto articulista hace a la extrema derecha escribiendo en un medio radical. El asunto me recuerda la última frase de un ensayo que Andrew Sullivan publicó en 2002 en la supuestamente ultra National Review acerca del asesinato de Pim Fortuyn y del triunfo en Hungría de otro liberal, Viktor Orban:
Esperemos que no lo tengan que matar para que los medios de comunicación nos permitan conocer lo que en realidad defiende.
Como decían los viejos activistas, tu silencio es su fuerza. El lunes pasado Esperanza Aguirre se quitó la mordaza. Esperemos que los suyos no se la carguen antes de que el establishment LGTB reconozca que cualquier parecido entre ella y Obama es pura coincidencia.
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