Me habían hablado de la pureza del aire, del sol que golpea la frente cuando te adentras en sus soledades, de la calma que te invade en sus oasis. Al llegar, parece que el calor, el sol y la arena son los únicos habitantes de la zona. Y es verdad que el aire es diferente al que hemos respirado hasta ahora. Y que el sol no deja de golpear nuestra frente. Estamos en el desierto más seco del mundo.
El avión nos deja en Calama, y en el infinito sólo vemos relieves erosionados continuamente por el aire. Parece que no hay nada más, pero no es así. A unos pocos kilómetros está Chuquicamata, la mina a cielo abierto más grande del planeta. Es necesario adentrarse en este "nuevo mundo" para descubrir pueblos que se levantan en lugares impensables, oasis que convierten el desierto en algo muy interesante. Hay un momento en que, sobre el horizonte, aparece el volcán Licancabur, a casi 6.000 metros de altura.
Llegamos a los primeros oasis: núcleos de color verde, con agua, algo que se empezaba a echar de menos. Es un respiro encontrarnos con algo más que arena, un alivio comprobar que los que viven aquí pueden hacerlo sin estar rodeados de la nada.
Al salir, de nuevo nos invade una sensación de vacío. Parece que estamos en la nada. Es una sensación indescriptible el verse rodeado sólo de tierra y sol. El astro rey brilla aquí con más intensidad que en ningún otro lugar. Es imposible mirar al cielo sin entrecerrar los ojos. Un cielo azul e inmaculado, sin rastro de nubes. Esto es un mundo diferente. Empieza a ser una buena experiencia.
Terminamos confirmándolo cuando llegamos al Salar de Atacama, donde comprobamos con nuestras propias manos la dureza de la sal acumulada. Es una capa gruesa, a modo de costra.
Después, San Pedro de Atacama, el centro de partida de varias rutas que nos llevarán a lugares imposibles. Ya los colonos utilizaron este pequeño núcleo urbano como base de sus expediciones. Por aquí pasaron Diego de Almagro y Pedro de Valdivia. En los inicios del siglo XX también fue lugar de paso de los comerciantes argentinos.
Las casas son de adobe. Entre sus estrechas calles conviven poco más de mil personas. En nuestro discurrir por la ciudad descubrimos algunos vestigios españoles, como la Iglesia de San Pedro, que fue reconstruida en 1744.
Los amantes de la arqueología disfrutarán con la visita al museo Padre Le Paige, con restos de los diversos pueblos que han vivido en estos lugares. Todo tipo de elementos que nos ayudan a comprender cómo se desarrollaba la vida por aquí hace algunos cientos de años.
Los más activos tienen un sinfín de actividades por realizar. Hay marcadas todo tipo de rutas a caballo o en bicicleta. A través de ellas llegamos a lugares como el pukará de Quitor, una impresionante construcción de piedra que data del siglo XII y que posteriormente fue reforzada por los incas, o Tulor, el más antiguo vestigio humano de la zona. Aquí el aire y la arena se muestran más intensos que nunca.
Pero lo más impactante, sin duda, son los chorros de agua de más de diez metros que expulsa la tierra de sus entrañas. No hay que olvidar que estamos en una zona volcánica. Si se nos olvida, los géiseres de El Tatio se encargan de recordárnoslo.
Tatio significa "viejo que llora". Estamos a 4.000 metros de altitud. Un sonido que parece partir de nuestros propios pies se encarga de advertirnos de la llegada de este espectáculo que nos brinda la naturaleza. No se puede contemplar desde muy cerca, ya que el agua emerge a altas temperaturas. De todos modos, es impresionante.
Asimismo fascinante es el Valle de la Luna, por el contrapunto que supone en el perfil habitual de la zona. Es una depresión de 500 metros que nos ofrece inquietantes juegos de luz. También hay que adentrarse en el salar. A la caída de la tarde los flamencos se deslizan sobre nuestras cabezas. Su volar es sutil y bello. Sus alas rosas y blancas y sus finas patitas color azul dan un toque especial y diferente. Parecía imposible encontrar algo así en un desierto.
Toconao es otro pequeño oasis urbano. Esta localidad aporta un toque exótico. Entre sus edificios destaca la iglesia de San Lucas, del siglo XVIII. La variedad de frutas y un curioso mineral –la liparita– convierten Toconao en un sitio difícil de olvidar.
La liparita suena como una campana cuando la golpeamos. Otra anécdota más para recordar de este viaje, repleto de agradables sorpresas.
Dónde dormir
– Hotel Explora. Teléfono: (56-2) 206 60 60. San Pedro de Atacama. El mejor hotel de la zona: combina la funcionalidad y el lujo, y se encuentra en perfecta armonía con el paisaje.
– Hotel La Aldea. Pasaje vecinal Solcor, s/n, San Pedro de Atacama. Teléfono: (56-55) 851147.
Dónde comer
– La Casona. C/ Caracoles, 195, San Pedro de Atacama. Teléfono: (56-55) 851004. Comida chilena a precios convenientes.
– Casa de Piedra. C/ Caracoles, 225, San Pedro de Atacama. Teléfono: (56-55) 851271. Comida chilena y parrilladas.
– Café Export. C/ Caracoles, s/n, Toconao. Pasta y pizza con recetas originales. Hay que probar el intenso café que se elabora aquí.