"La idea de celebrar con grandes festejos la fecha de la publicación de Don Quijote pertenece al publicista aragonés Don Mariano de Cavia, que publicó recientemente en El Imparcial un artículo sobre Cervantes cuyo eco fue considerable. En seguida, los académicos Ortega Munilla y Picón propusieron a la Academia española que se asociara a esos festejos. La Universidad de Salamanca, siempre citada en las obras de Cervantes con respeto, pidió el honor de ser el centro de la conmemoración. España entera celebrará al autor de Don Quijote en mayo de 1905. La provincia de Lugo, en Galicia, de donde son originarios los Saavedra, se convertirá en lugar de peregrinación para todos los admiradores del gran hombre, que fue ignorado en vida. Un joven español, don Juan Huertas Hervás, ha escrito que la mejor manera de celebrar al autor de Don Quijote consistiría en un real decreto que obligara a todos los españoles menores de setenta años a saber leer y escribir. Don Juan Huertas Hervás es poco exigente, pero por desgracia en España, como en muchos otros países monárquicos, las leyes las hacen los reyes: Allá van leyes do quieren reyes" (2 de enero de 1904).
Están pasando por mis manos otros textos también muy golosos, de esa época y de otras anteriores, pero hay que dosificar la información, pues todavía queda mucho año por delante.
Precisamente con esas palabras de Apollinaire abrí mi intervención en la mesa redonda, propiciada por la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid, 'Cómo y cuándo leer El Quijote'. Significativa pregunta, cuya farragosa respuesta iba dirigida a un público compuesto por profesores de Enseñanza Secundaria.
A ellos nos dirigimos Florencio Sevilla, Luis Alberto de Cuenca y una servidora, moderados por Jon Juaristi. Y con ellos, mejor que peor, departimos. De Cuenca y yo incluso discutimos a cuenta de las ilustraciones del Quijote, de las que Luis Alberto es franco partidario pero a las que yo tengo una inveterada aversión. Él se basaba en su amor a los tebeos y yo en mi fidelidad al texto. Lo cierto es que, para mí, lo narrado, ya sea paisaje, objeto o personaje, una vez interpretado mediante imágenes (a no ser que haya sido creado específicamente para eso, como por ejemplo Tintín) mata lo escrito, lo suplanta de manera definitiva y, desde luego, lo simplifica. Por eso cuando veo mis novelas favoritas convertidas en películas nada me parece acertado. Me ocurre como esos padres celosos para los que nada ni nadie es lo suficientemente bueno para sus adorados hijos.
Pero me estoy desviando de las preguntas que motivaron nuestras intervenciones, y que, como seguramente habrán adivinado, no obtuvieron respuesta: no supimos decir cómo ni cuándo hay que leer El Quijote, pero al menos quedó claro dónde: en cualquier edición menos en la de Francisco Rico. Entre las muchas críticas que se hicieron destacaré la de Juaristi a una nota en la que Paco Rico explica que Azpeitia ("Tenía a los pies escrito el vizcaíno un título que decía 'Don Sancho de Azpeitia'”, Quijote I,9) es la "actual Azcoitia, en la provincia de Guipúzcoa", cuando son dos poblaciones distintas; "tanto, que yo nací en Azpeitia y Arzallus en Azcoitia", aclaró Juaristi. Yo estoy de acuerdo en que fuera de la edición de Rico hay salvación, hay Quijote, pero tampoco me parece tan reprobable. En particular, el complemento informático es utilísimo, y eso, en mi profesión, no tiene precio.
Parece mentira que, con todo lo que se ha escrito sobre Cervantes y sobre El Quijote, todavía haya tanto todavía por saber y decir. Eso queda patente, en particular, en lo que se refiere al primero. Si las biografías no especularan ni se hiciera un poco de historia-ficción abultarían todavía menos de lo que abultan, si se las compara con las de otros autores famosos. Eso es lo que pensé el otro día en el Museo del Ejército, frente a una vitrina dedicada al "manco de Lepanto": ni una pieza original, sólo reproducciones aproximadas de época. Y me pareció muy significativo de todo lo nuestro.