Se supone que después, obligado, detuvo su vehículo –un Mercedes 190, modelo antiguo, descatalogado– en la curva más cerrada de la carretera de Majones. Es posible que los asaltantes fueran dos, quizá tres. Uno le podría haber seguido desde el lugar de la reunión; el otro, los otros le tendieron la emboscada.
Rompieron la ventanilla del lado del conductor, quizá con el disparo que acabó con Grima. Le golpearon en varias partes del cuerpo, incluida la cabeza. Después arrastraron el cadáver hasta el barranco donde fue encontrado.
Miguel era un hombre que presumía de rectitud y de aplicar la ley en defensa de su pueblo, al frente de cuyo ayuntamiento llevaba tres legislaturas. Su forma de entender la gestión le había enfrentado con algunos vecinos. No era partidario de conceder el empadronamiento a quien no viviera en Fago un mínimo de seis meses y un día al año. Ponía restricciones a la actividad hostelera del único bar del pueblo. Obligaba a forrar las chimeneas, bajo amenaza de multa. Ninguna de esas cosas es capaz de generar un sentimiento de odio tal que obligue a cargar de postas una escopeta para matar a un hombre. Eso indica que la verdadera razón por la que le tendieron una trampa mortal no ha aflorado. Incluso cabe la posibilidad de que la astuta mente criminal pretenda servirse de las desavenencias vecinales para tapar el verdadero motivo del asesinato.
En Fago viven todo el año poco más de una docena de vecinos. El alcalde regentaba una casa rural. Era Miguel Grima un tipo vigoroso, muy firme en sus convicciones, imposible de manipular o de asustar. Se dice que había recibido amenazas, y existe la sospecha de que tiempo atrás le manipularon los frenos del coche. No se asustaba fácilmente. Se había hecho a sí mismo la promesa de trabajar en bien de su caserío sin dejarse arrastrar por las circunstancias.
El tipo de muerte que le han dado delata una sólida organización, y la participación de varios autores. Uno de ellos, al menos, hábil con las armas y con un punto de crueldad, detectable en la munición de postas, que antaño se utilizaba para la caza mayor pero que actualmente está estrictamente prohibida. Son cartuchos que cargan varios perdigones; al dispararlos se abren como una roseta de fuego, y causan horribles destrozos.
Dicen que el asesino sólo necesitó un disparo. Aunque fuera a corta distancia, sabía lo que hacía.
No fue un encuentro casual o producto de una riña, sino un asesinato a sangre fría, planeado, que necesitó de una cascada de sucedidos. El primero de ellos, el derrumbe sobre la carretera de varias piedras. Un vecino que pasó por ella antes que Miguel se vio obligado a despejarla. Así que se cree que posteriormente los asesinos volvieron a poner piedras para cortar la vía.
Mientras el viejo cascarón del señorial Mercedes permanecía esquinado en la cuneta, tal vez con su dueño malherido o muerto, un vecino de Miguel trató de auxiliarlo; pero, según informan fuentes de la investigación, una sombra armada con una linterna deslumbró al conductor e hizo que siguiera adelante sin detenerse.
Miguel había acudido a una reunión a Jaca; a su conclusión, pudo haber optado por quedarse en esta ciudad, dado que tenía una vivienda allí. Pero como no era muy tarde optó por regresar a Fago, donde le aguardaba su esposa. Ésta, curiosamente, pensó que su marido se había quedado a dormir en Jaca, de ahí que no diera la voz de alarma hasta el día siguiente.
El asesino (los asesinos) fue (fueron) hasta la curva de la muerte, probablemente, en un vehículo, el mismo que empleó (emplearon) para huir. Además, se llevó (llevaron) el coche de la vícima, que aparecería a varios kilómetros de distancia. Quitemos, pues, los paréntesis: eran al menos dos; quizá tres, si controlaban sus movimientos. Demasiada organización para una disputa, quizá motivada por una injusticia, como que te nieguen el empadronamiento, te impongan una sanción excesiva o te planteen dificultades para practicar la caza. Demasiada pólvora para una molestia que tiene otros caminos de resolución, como el judicial, capaz de darte la razón y enderezar el entuerto.
Sobraban los mojicones al cuerpo indefenso, la actividad (si la hubo) de los desuellacaras, que en vez de un chirlo trazaron agujeros en el pecho, quizá culpables de crimen por encargo. Quien ha matado al alcalde lo hizo porque le estorbaba. Sufría ante su existencia, convencido hasta las trancas de que, mientras Miguel siguiera vivo, sus oscuros propósitos serían imposibles.
A todo esto: hay que dejar claro que Miguel Grima es la víctima, honorable, valiente, sin que nada oscuro o turbio, salvo prueba en contrario, pueda mancharle. Quienes se han apresurado diciendo que "esto se veía venir" tal vez respiran por la herida que les descalifica. No son objetivos, ni valoran al mismo nivel los conflictos vecinales y la actividad macabra de los matones.
Los agentes desplazados desde Madrid se encuentran casi ante un enigma clásico, como el de la habitación cerrada de las novelas de suspense. Pudo ser alguien del entorno, con un móvil oculto que podría salir a la luz; pero quizá se trate de un cerebro criminal de primera magnitud que, si no ha cometido algún error de letra pequeña, puede lograr que todo quede envuelto en el misterio.
Los agentes han inspeccionado el vehículo de la víctima y, al aparecer, encontrado pelos, fluidos u otro tipo de rastros biológicos. Tal vez Miguel le arrancó la identidad al asesino antes de que le matara. Quizá por eso han empezado a tomar el ADN de las personas cercanas al fallecido. Si en el primer círculo sólo está la cabeza fría del drama, los CSI españoles quedarán con un palmo de narices. En cambio, si alguien se dejó llevar por un arrebato, ese alguien puede darse por perdido.
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.