El periodismo, que carece de expertos en sucesos, tiene de sobra de todo lo demás: opinadores trompeteros, bufones vagos y analfabetos recalcitrantes. Por su parte, el Gobierno ha puesto la lucha contra lo que llama violencia de género en manos de un médico forense, que tiene un discurso épico y fabulador, con el que pretende ignorar que el hecho de que no pare la hemorragia de la mujer asesinada se debe a un error de diagnóstico.
La política criminal de quienes nos gobiernan no sabe contra lo que lucha. Dice que lo hace contra el machismo de la violencia de género, pero carece de estudios, análisis de campo, trabajos serios de lo que es en España la violencia contra la mujer, y ha fabricado un discurso político en el que se dibuja a un sospechoso de ser un criminal solo por ser hombre. La realidad es que las mujeres son en España las principales víctimas de homicidios y violaciones. Y a mí lo que me preocupa es que existan asesinos de mujeres, sean estos machistas, melómanos o celadores en Olot.
El asesino de la webcam es un chico de 21 años que no tiene trabajo, vive en condiciones precarias, arrimado a la familia de su compañera, y discute habitualmente por su hundimiento personal y moral, acusado probablemente de escasa diligencia en la búsqueda de trabajo, exceso de consumo de euforizantes y flojedad de carácter para enfrentar la crisis que le ha dejado desarmado.
Un día, en condiciones extremas, aprovechando su superior fortaleza física, estrangula a su compañera, a quien odia y ama como todo amante despechado; con el lazo de una corbata vieja. Con ello demuestra que no teme las leyes blanditas del país que le da de comer ni sus cárceles confortables, lejos de las mazmorras que le esperan en la tierra que le vio nacer. ¿Es este chico machista? Puede ser. ¿Pero mata por ser un machista? Por lo que sabemos, sufrió un desengaño sentimental y el consiguiente arrebato de furia. Tal vez se trate de uno de esos anticuados y tradicionales crímenes pasionales de toda la vida, en vez de una de esas modernas manifestaciones del machismo criminal, que, como un fenómeno emergente, tiene clasificado, tal y como si fuera un entomólogo, el desaparecido Ministerio de Igualdad.
Dicen que su ex novia quería dejarlo y que tuvieron un enfrentamiento brutal, en el que se puso en duda que fuera el padre del niño que esperaba la víctima. Estas cosas tan graves son responsables a veces de reacciones pasionales que explican por sí solas un acto de violencia, por otra parte inadmisible e intolerable. El chico de la webcam tenía veintiún años, y no sé si a esa edad los chicos como él son ya viejos machistas. En cualquier caso, se trata de unos emigrantes que vinieron a España a ganarse la vida o cambiaron su escenario laboral, dado que son ciudadanos europeos, sin respetar las normas del país de acogida, bordeando comportamientos que no se atreverían a ensayar en Transilvania.
De todas formas, la mayoría de los hombres en una situación similar no mata a su novia embarazada; luego, simplemente, el que mata es porque es un asesino. Un asesino, que, por cierto utiliza los materiales del entorno: tanto para dar muerte como para comunicar lo que ha hecho. Llama a su hermano a Rumanía: "He matado a mi novia. ¿Quieres verla?". ¡Es un chico de hoy, tiene internet, está conectado! Acaba enfocando la webcam: "Mira, no sé qué hacer". Pero en Rumanía sí saben; y llaman al padre, que enseguida avisa a la policía: "Mi hijo ha matado a su novia". A los pocos minutos, el asesino de la red está detenido.
Vivimos un periodo sucio de la historia de España donde el ruido de la política impide acciones consensuadas, reflexivas y eficaces contra los males de la sociedad. Y se oyen demasiado alto los bufidos de los frikis.