Los personajes del régimen hacen (y disfrutan de) fortunas. Navarro quiere participar de esa vida de lujo que se filtra por los resquicios de una sociedad dolorida y esquilmada, no importándole convertirse en un joven mantenido. Uno de sus sueños es casarse; no como la culminación de un gran amor, sino para fraguar un cambio de posición social. Pero mientras conserva una novia tímida, decente y embarazada, frecuenta a una de las más afamadas prostitutas de lujo: Carmen Broto –Carmen Brotons, en su DNI–, la número uno de Barcelona.
Carmen es una mujer hermosa que va de rubia desgarrada. Posee un cuerpo atractivo y sensual. Tiene 30 años. Nació en Bolaña, Huesca. Llegó a Barcelona como muchas otras muchachas y se colocó como chica de servir, hasta que descubrió que de esa forma jamás dejaría suficientemente atrás un pasado de estrecheces.
Su historia no es una más, porque Carmen sabía lo que quería. Aprendió que le bastaba sacarse un poco de partido para hacer estragos entre los hombres de la alta sociedad. Algunos de los más importantes pasaron a ser sus protectores, y al final de su vida estaba muy bien relacionada. A ello le ayudó declararse partidaria de Franco en una sociedad donde la lealtad al régimen era un valor seguro. Se estableció en el número 6 de la calle del Padre Claret. Vivía sola.
Poco a poco se había hecho con una pequeña fortuna y una hermosa colección de joyas. Era una mujer confiada, por lo que no se recataba en lucir sus alhajas cuando salía a divertirse con los hombres que eran la base de su negocio o con sus amigos. Entre estos últimos se contaba Jesús Navarro, el chico apuesto y bien plantado por el que sentía debilidad.
No lo sabía con certeza, pero se imaginaba, por sus expresiones y sus conversaciones a medias, que él se dedicaba a algo parecido a lo suyo, debatiéndose entre el firme impulso que le llevaba a querer casarse y la debilidad por la vida regalada, que le tentaba con la posibilidad de disponer de protectores que le llevaran a ese lado del paraíso donde ambos querían estar. Jesús era el maestro de la ambigüedad, y en ella seducía a Carmen, que disfrutaba de su compañía. Él, por su parte, sentía verdadero cariño por ella.
A Jesús nunca se le hubiera ocurrido hacerle daño. Pero estaba bajo la influencia de un delincuente profesional: su padre. Era éste un hombre fichado como "espadista" –esto es, especialista en abrir puertas y cajas fuertes con llaves falsas–, así como por otros actos delictivos nunca bien investigados.
El padre de Jesús pasaba por una racha de necesidad. Así que empezó a hablara su hijo de Carmen. De su afición a las juergas. De sus joyas. Lo mejor, para sus planes, es que acude siempre que Jesús la llama. "Ahí tienes una gran oportunidad. Es la solución para tus problemas", intenta convencerle. Y le traza un plan en apariencia muy fácil: se trata de poner un anzuelo a Carmen, invitándola a una de esas noches interminables de risas y alcohol. El objetivo: que beba hasta quedar indefensa; luego habrá que matarla y deshacerse del cadáver.
Aunque el plan resulta convincente, sólo pensar en ello saca de quicio a Jesús. Le dice a su padre que se olvide, que no piensa hacerlo. Pero su progenitor no es hombre que se dé por vencido y sigue trabajándolo finamente. A su favor está que Carmen es una mujer que tiene fama de alocada, de tomar decisiones rápidas e imprevisibles, por lo que si desaparece tras una aventura amorosa nadie se extrañará. Le recuerda a Jesús que no la echarán de menos porque apenas tiene familia: sólo una hermana, con la que hace tiempo que no se trata.
Para hacer más fuerza en su argumentación, le confía un gran secreto: unos años atrás él mismo hizo desaparecer de una forma similar a un chófer del que nadie ha vuelto a acordarse. Pero Jesús piensa en Carmen y se horroriza. En un intento de escapar a tanta presión se confía a un amigo íntimo: Jaime Viñas, de 29 años, con el que comparte amistad y ambigüedad. A Viñas le parece un plan perfecto, por lo que, cogido entre dos fuegos, Jesús se deja arrastrar por el sueño que le pintan: un futuro de lujo gracias a las joyas de la Broto.
El 10 de enero los tres consideran llegado el momento de actuar. Alquilan un coche para la ocasión. Por la tarde Jesús llama a Carmen y le ofrece una de esas noches desenfrenadas que ambos han vivido ya más de una vez. Carmen acepta encantada, pero la cita debe producirse después del trabajo.
Antes tiene que salir con uno de los hombres que la mantienen. Asiste a la sesión nocurna del cine Metropol, donde, como una premonición, pasan la película Almas en suplicio, una historia desatada de pasiones y crímenes. Después regresa, con su acompañante, a su domicilio. En la calle le espera, en el vehículo alquilado, Jesús. Para que no haya duda, éste hace con los faros la señal convenida.
Nada más marcharse el cliente, Carmen vuelve a salir, alborozada. Fresca y sonriente, se dirige al coche de Jesús, donde se lleva una desagradable sorpresa: en vez de encontrar solo a su amigo lo halla en compañía de Viñas; pero, dispuesta a divertirse, decide seguir adelante. Los dos hombres ponen en práctica lo que tienen pensado e inician una larga peregrinación por varios bares. Visitan diferentes locales en el Paseo de San Juan, y toman varias consumiciones en cada uno de ellos.
Se desplazan a lugares de alterne de las calles Rosellón y Casanova. Aunque Carmen bebe mucho, tiene gran resistencia al alcohol, por lo que todavía deben tomar una última copa. Cuando da muestras de estar suficientemente bebida, la llevan al coche y se ponen en marcha, en busca del mejor lugar para perpetrar el crimen.
Al pasar delante del Hospital Clínico Viñas decide que ha llegado el momento de actuar, y mientras Carmen está distraída la golpea fuertemente en la cabeza con un pesado mazo de madera. Pero la mujer se revuelve y pelea con su agresor. Jesús detiene el automóvil para ayudar a Viñas, y Carmen aprovecha para escapar. Sale del vehículo y da varios pasos antes de desmayarse.
Un vigilante del hospital ha presenciado la escena: parece que la mujer está salvada. Pero los dos compinches consiguen engañarlo. Le convencen de que son médicos y de que la llevan a una clínica para recuperarla de un coma etílico. Representan tan bien la comedia que incluso consiguen que el vigilante les ayude.
Con Carmen agonizando se desplazan al huerto de la calle Legalidad, donde han convenido encontrarse con el padre de Jesús. El viejo delincuente queda espantado al verlos llegar llenos de sangre. Comprueba que Carmen ha muerto. Se da cuenta en seguida de que todo aquello es una chapuza, de que han dejado demasiadas huellas, pistas fáciles para la policía. Rápidamente quita despoja de las joyas a la víctima y se las entrega a su hijo. Viñas y él se ocuparán de enterrar al cadáver mientras Jesús se desprende del coche.
Los tres se asean y cambian de ropa en el hogar de los Navarro. Hacen balance del botín: algo de dinero y joyas. El viejo les dice que lo han hecho todo mal y les prepara para lo peor. Les aconseja que abandonen la ciudad. Y les informa de que tiene preparada una dosis de cianuro preparada por si le cogen. Viñas interviene para decir que él tampoco dirá nada: también tiene preparado su cianuro.
Poco después la policía detiene a Jesús. No tarda mucho en hacerle hablar. Cuando van en busca de su padre lo encuentran muerto, en el número 246 de la calle de la Industria. A Viñas tampoco le cogen vivo: cumple su parte del pacto de silencio tomando su dosis en un hotel de la calle Mendizábal.
Pero esta es la versión oficial, a la que nadie concede crédito. Sexo, poder y dinero se mezclan tras las enigmáticas existencias de Carmen y sus asesinos, lo que da pie a sospechar que aquélla fue eliminada porque molestaba a alguien muy poderoso, inmerso en peligrosos negocios ilegales. Tal vez era uno de los hombres a los que se rumoreaba trató de hacer chantaje con fotografías tomadas mientras mantenía relaciones sexuales con menores de edad. Debía de ser alguien con el poder suficiente para ordenar la muerte de los asesinos y ser obedecido de inmediato.
Sin embargo, hasta donde llegan los datos comprobados, a Carmen la asesinaron para robarle. Su cuerpo apareció despojado de cuanto llevaba de valor. Y pudo comprobarse que, mientras se divertía con sus asesinos, alguien entró en su casa para robar, probablemente, el padre de Navarro, que había recibido de su hijo una copia en masilla de la llave.