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CRÍMENES MISTERIOSOS

El asesinato de Anabel Segura

Poco antes de las tres de la tarde del lunes 12 de abril de 1993, Anabel Segura, una joven de 22 años, rubia, de mediana estatura, aficionada al deporte, sale de la exclusiva urbanización Intergolf de La Moraleja, en Alcobendas (Madrid). Viste un chándal, y va escuchando música en su walkman mientras hace un poco de footing antes de ponerse a preparar un examen (cursa 4º de Empresariales en el selecto ICADE).

Poco antes de las tres de la tarde del lunes 12 de abril de 1993, Anabel Segura, una joven de 22 años, rubia, de mediana estatura, aficionada al deporte, sale de la exclusiva urbanización Intergolf de La Moraleja, en Alcobendas (Madrid). Viste un chándal, y va escuchando música en su walkman mientras hace un poco de footing antes de ponerse a preparar un examen (cursa 4º de Empresariales en el selecto ICADE).
La urbanización, compuesta de chalés, vive volcada hacia el interior de las viviendas. Las calles son estrechas, aisladas y poco adecuadas para los peatones. En la zona en que corre Anabel apenas hay construcciones. Cuando pasa frente al colegio escandinavo, una furgoneta de color blanco (una Ford Courier) la adelanta y se detiene unos pasos más adelante.
 
De ella baja un individuo corpulento. Se dirige hacia Anabel como si fuera a preguntarle una dirección, pero de repente la empuja a la trasera del vehículo, donde consigue introducirla luego de un forcejeo (Anabel es de complexión atlética). En la disputa la joven perderá la parte superior del chándal y el walkman.
 
Emilio Muñoz Wadix, transportista de 28 años, casado, con cuatro hijos, es el hombre que ha secuestrado a Anabel. Son las tres menos diez de la tarde. Al volante de la furgoneta que rueda hacia la carretera de Burgos va Cándido Ortiz Aón, el Candi, fontanero de 35 años, casado y con dos hijos. Si no hubieran participado en este delito innoble, se diría que son dos personas completamente normales. Emilio es el "cerebro" del "golpe"; el Candi, un hombre con escasa voluntad y ademanes educados que se deja arrastrar en calidad de compinche.
 
En la parte de atrás de la furgoneta, Emilio sujeta y violenta a Anabel para obtener información sobre los bienes de la familia de ésta. Ha prometido a el Candi que aquello será coser y cantar: de inmediato cobrarán un suculento rescate, con el que podrán olvidarse para siempre de sus problemas económicos. Piensa que incluso pueden cobrar la extorsión ese mismo lunes.
 
Mientras Emilio sonsaca a la chica, el Candi inicia un periplo que durará seis horas por las carreteras de las provincias de Madrid, Ávila, Segovia y Toledo. Anabel trata de averiguar las intenciones de sus captores, y les suministra sólo la parte de información que le conviene. Les dice que sus padres tienen dinero, pero que no están en Madrid; además, acaban de pagar el chalet, por lo que a lo peor no pueden reunir la cantidad que piensan pedir.
 
Anabel consigue confundir a los dos secuestradores. Es una mujer inteligente y valiente. Pero sus palabras no bastan para evitar un desenlace trágico. Intentará zafarse dos veces de los criminales, pero no tendrá éxito: en una ocasión, tirándose de la furgoneta; en la otra, tratando de huir del lugar en que deciden matarla.
 
Tras pasar por San Agustín de Guadalix, se dirigen a Ávila; allí giran varias veces, recorriendo arriba y abajo la ciudad. Realmente no saben qué hacer. Su sueño de obtener dinero rápido se esfuma, la tarde se acaba y no tienen dónde esconder a Anabel. Finalmente se dirigen a la zona en que viven, en el norte de la provincia de Toledo. Por el camino de San Martín de Valdeiglesias desembocan en Numancia de la Sagra, donde había una fábrica de cerámica por entonces abandonada.
 
Los acontecimientos se precipitan. Emlio y el Candi bajan de la furgoneta a Anabel, que lleva la chaqueta del primero porque hace rato que tiene frío. Es entonces cuando intenta escapar por segunda vez, por lo que la atan de pies y manos y la meten en una de las dependencias abandonadas. Discuten qué hacer, y Emilio, exasperado, toma como siempre la iniciativa.
 
Según contarían a la policía, en "un arrebato" estrangularon a la muchacha. El Candi afirma que fue Emilio quien lo hizo, cogiéndola por detrás y asfixiándola con el brazo; éste, por el contrario, declara que lo hicieron entre los dos, con una cuerda. Es una escena criminal rápida, que ambos ejecutan exasperados y exhaustos. Por primera vez el Candi está decididamente en contra de lo que han hecho, pero eso no le impide ayudar a Emilio hasta deshacerse del cadáver, que arrojan a una fosa situada entre el transformador y el viejo depósito de fuel de la fábrica.
 
Luego, como si regresaran de una jornada normal, Emilio llevó a el Candi hasta Escalona, un pueblo no muy alejado, y después regresó a su hogar, un chalé adosado de Pantoja, a dos kilómetros de donde habían abandonado el cuerpo de Anabel. Se sentó a cenar con su esposa y sus cuatro hijos como si tal cosa.
 
La mujer, Felisa García Campuzano, de 35 años, que atendía una churrería instalada en el garaje de la vivienda, notó algo raro porque su marido llegó con las botas manchadas de barro y con cabellos rubios en la ropa. En un principio no logró saber nada, pero finalmente Emilio le confesaría el crimen y la convenció para intentar sacar dinero a la familia de Anabel.
 
Dos días más tarde, a la vez que el secuestro se difundía en la prensa, la familia Segura empezó a recibir llamadas en las que se pedía un rescate de 150 millones de pesetas. Andando el tiempo, y como se exigiera una prueba de que Anabel estaba viva, Felisa se prestó a grabar una cinta. Consiguieron hacer pasar la voz de ésta como la de la joven asesinada.
 
El padre de Anabel, José Segura, natural de El Centenillo –un pueblo de Sierra Morena–, que emigró a Alemania –donde se casó con Sigrid Follers– y regresó a España como presidente y director general de Lurgi –una empresa petroquímica–, desde el primer momento quiso facilitar el rescate. Él y su mujer dieron muestras de una entereza fuera de lo común durante los 900 días que duró lo que todos quieren creer es el secuestro más largo de la historia de España hasta que se revela un crimen cobarde cometido el mismo día en que desapareció la muchacha.
 
La policía "pincha" los teléfonos de la residencia de los Segura y registra todas las llamadas. La familia, por su parte, nombra portavoz al ex presidente de la Junta de Andalucía Rafael Escuredo. A finales de abril, después de múltiples pesquisas, y pese a que tienen un testigo del secuestro –Antonio, el jardinero del colegio frente al cual se inició el drama–, los policías reconocen que están dando palos de ciego. Poco más tarde trasciende que el padre tiene preparado el dinero exigido como rescate.
 
A esas alturas hay dos grupos de delincuentes que se adjudican el secuestro: unos son los auténticos criminales; los otros, unos aprovechados que quieren sacar tajada. El 6 de agosto Escuredo ha hablado ya diez veces con los secuestradores y establecido tres citas para la entrega del rescate. Pero los criminales no se presentan. En la segunda de esas ocasiones unos empleados del servicio de limpieza de carreteras encontraron la bolsa con los 150 millones dejada por Escuredo a unos kilómetros de la localidad de Tarancón (Cuenca). A los pocos minutos de recogerla del suelo se vieron rodeados de coches de policía.
 
Cinco meses después del secuestro las Fuerzas de Seguridad barajan abiertamente la posibilidad de que Anabel haya sido asesinada. El angustioso trance de la familia se alarga en el tiempo, sin que parezca que vaya a tener solución. Se recurre a la colaboración ciudadana: el 20 de enero de 1994 se difunde la cinta con la supuesta voz de la joven y se ofrece 15 millones de recompensa a quien disponga de algún dato fiable. Posteriormente el monto se elevará hasta los 60 millones, la mitad de ellos por cuenta de la familia.
 
Pero esta estrategia no dará resultado hasta que no se implique en ella el programa de TVE ¿Quién sabe dónde...? Entre el aluvión de llamadas recibidas se cuenta la de una persona que dice reconocer a uno de los criminales y da suficientes pistas para que sea localizado. La policía inicia un cerco telefónico y graba las conversaciones de los implicados. Quiere asegurarse de que, cuando se decida a cogerlos, tendrá suficientes pruebas para inculparlos.
 
Por fin, el 28 de septiembre de 1995 se detiene a Emilio, el Candi y Felisa, que confiesan enseguida y colaboran para localizar el cuerpo en la vieja fábrica de Numancia de la Sagra. El cadáver de Anabel es extraído de entre las ruinas con una pala excavadora. El tiempo transcurrido y el estado de los restos impide establecer mediante autopsia si fue violada antes de su asesinato.
 
En una insólita muestra de solidaridad, los tres municipios que involuntariamente fueron escenario del crimen: Numancia de la Sagra, Pantoja y Alcobendas, tras multitudinarias manifestaciones de dolor prometen dedicar una calle a Anabel.
 
Mucho tiempo después, Rafael Escuredo, con el recuerdo de la tristeza del drama que le tocó vivir tan de cerca, declararía: "Si tuviera que dar algún consejo a las personas que sufren un secuestro, les diría que vayan siempre de la mano de la policía y lo más lejos posible de videntes y adivinos".
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