Esta obsesión de hacer daño a plazo fijo distingue a un selecto grupo de criminales. Por ejemplo, al Violador del Parque del Oeste, que atacaba cada doce días. O al Violador de Pirámides, que asaltaba a sus víctimas en horario establecido de lunes a viernes –dos horas antes de recoger a su esposa a la salida del trabajo– y los fines de semana.
A Watts le cabe el dudoso honor de ser uno de los pocos asesinos en serie negro. A sus víctimas no las atacaba sexualmente, aunque posiblemente era un feroz delincuente sexual merecedor de figurar por derecho propio en la Psycopathia Sexualis de Kraftt Ebing. Desarrolló un método especialmente cruel, que le llenaba de alegría. Solía entrar en las casas y dejar inconscientes a sus ocupantes. Enseguida llenaba la bañera de agua, para posteriormente ahogar en ella, despacio, a sus víctimas.
Era tan diestro en lo suyo que, pese a la enorme cantidad de crímenes que cometió, la policía tuvo que pactar con él para que se declarara culpable en once casos sin resolver. A cambio, sólo cumpliría condena por robo: sesenta años de prisión. No obstante, en uno de los casos se le aplicó una agravante, por haber empleado agua hirviendo, que el juez consideró un arma letal. Pero finalmente salió bien parado, porque nadie le advirtió de que podían aplicarle una agravante. Recibió una especial consideración de la ley, y estuvo a punto de quedar en libertad en 2006.
Pero el fiscal había jurado que Watts jamás volvería a ver la luz del día como un hombre libre. Así que buscaron una forma de colgarle la perpetua. Y la encontraron: buscaron y dieron con testigos de casos que no hubieran sido llevados ante los tribunales. Y Coral jamás volvió a pisar la calle.
Ahora le ha matado otro gran asesino: el cáncer. The Sunday Morning Slasher ha muerto a los 53 años. Según el novelista Corey Mitchell, autor de Evil Eyes, el libro que da cuenta de sus andanzas, Watts superó en brutalidad a los peores serial killers, como John Wayne Gacy, Ted Bundy o Jeffrey Dahmer, el Carnicero de Milkwaukee.
En 1982 asaltó a Lori Lister, una joven de 21 años que compartía apartamento en el campus de su universidad, situada en Houston (Texas), con Melinda Aguilar, que también cayó presa de Watts. Las estranguló hasta que perdieron la consciencia; acto seguido comenzó a llenar la bañera, mientras palmoteaba y daba saltos de alegría: y es que estaba cumpliendo su mayor fantasía.
Para reducirlas las había amenazado con un cuchillo. Consiguió maniatarlas. Melinda pudo sobreponerse e incluso fingir que estaba desmayada. Al primer descuido, atenazada por el horror, saltó por la ventana (era un segundo piso). Los vecinos llamaron a la policía, que llegó a tiempo de detener a Coral antes de que pudiera huir. Le pillaron mientras trataba de ahogar a Lori.
Coral Eugene utilizaba diversos sistemas para dar muerte a sus víctimas. Además del ingenioso truco del agua, recurría al apuñalamiento, la asfixia o el ahorcamiento. El primer asesinato que se le atribuye es el de Gloria Steele, cuyo cadáver fue encontrado, con treinta y tres cuchilladas, junto a los terrenos de la Universidad de Michigan. Eso fue en 1974. En 1979 fue sospechoso de la muerte de Jeanne Clyne; y en 1980 de la de otras tres jóvenes. Fue entonces que se ganó el apodo de el Apuñalador: las había dejado como un acerico.
Como la policía le seguía los pasos, Coral se trasladó a Houston, donde continuó con sus andanzas criminales. Lo capturaron definitivamente en 1982, y aunque le suponían autor de decenas de crímenes, no disponían de pruebas de cargo, como ya hemos comentado antes.
Tenía un pie fuera de la cárcel cuando los fiscales utilizaron los medios de comunicación para hacer un llamamiento en busca, urgente y angustiosa, de algún testigo de sus crímenes. Se presentó el hombre que había encontrado el cadáver de Helen Dutcher, con doce puñaladas que le cosían el rostro y el pecho. El testigo afirmó que pudo ver la cara del asesino. Sin duda, era la de Coral Eugene. Así se consiguió impedir que quedara libre el primer asesino en serie norteamericano.
Coral perpetró su primera agresión cuando tenía quince años. Como cualquier gran criminal que se precie, tuvo un pasado capaz de conmover al impasible verdugo inglés Pierrepoint. Padeció meningitis. Las fiebres la causaron un daño cerebral que le dejó una secuela de graves y pesadas pesadillas. Afirmaba que durante el sueño era atacado por mujeres endemoniadas, y que sólo matándolas obtenía alivio. Su ex esposa afirma que siempre tenía el sueño agitado. Y que cada vez que hacían el amor desaparecía durante cinco horas –siempre los periodos precisos de tiempo.
Coral buscaba víctimas con ojos de endemoniada, y las seguía hasta donde le fuera posible atacarlas. Pese a su brutalidad y su instinto de cazador, no quiso confesar todos sus crímenes, quizá más de un centenar, para no pasar a la posteridad como uno de los mayores asesinos múltiples. No ha podido evitarlo.
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.