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CIENCIA

El ADN antiguo

Decenas de científicos, estudiantes y técnicos están dedicando sus horas, en este tórrido julio, a desenterrar, con la infinita paciencia del geólogo y el paleontólogo, los secretos que esconden las rocas calizas y los depósitos arenosos de la Sierra de Atapuerca. Este yacimiento ha resultado ser una de las joyas de la exigua corona científica española, y no deja de asombrar a los amantes de la evolución. Cabe recordar que de estas tierras ha sido exhumado más del 80% de todo el material fósil homínido que conocemos en el mundo.

Decenas de científicos, estudiantes y técnicos están dedicando sus horas, en este tórrido julio, a desenterrar, con la infinita paciencia del geólogo y el paleontólogo, los secretos que esconden las rocas calizas y los depósitos arenosos de la Sierra de Atapuerca. Este yacimiento ha resultado ser una de las joyas de la exigua corona científica española, y no deja de asombrar a los amantes de la evolución. Cabe recordar que de estas tierras ha sido exhumado más del 80% de todo el material fósil homínido que conocemos en el mundo.
Sin embargo, atapuerca, ha saltado a los medios de comunicación esta semana por otro material muy distinto. Esta vez no se trata de huesos ni de ancestros humanos: uno de los equipos de investigación ha logrado recuperar ADN de oso de unos 400.000 años de antigüedad.
 
Se trata de un antepasado extinto del oso cavernario, cuyos restos abundan en la Sima de los Huesos, junto a huesos de homínido de la misma época. La noticia es de gran importancia, porque hasta ahora sólo había sido posible, en todo el mundo, recuperar material genético de animales de, como mucho, 130.000 años de antigüedad. Para remontarse unos 400.000 años era necesario acudir al ADN de plantas.
 
Pero ¿qué demonios significa recuperar este legado? Como todos ustedes saben, la peleontología es una ciencia que debe luchar contra un problema congénito: la escasez de muestras. Por desgracia, una vez finados, los organismos tienen la mala costumbre de degradarse: sólo nos quedan los restos fosilizados de aquellos pocos que fueron protegidos especialmente por la naturaleza –la roca, el fango y el clima–. Todos los tejidos blandos, las sustancias, las médulas y los humores desaparecen con el imparable paso de los años. ¿Qué decir, entonces, de los milenios?
 
Pero de vez en cuando los paleontólogos tienen la suerte de encontrar el resto antiquísimo de lo que fue una molécula de ADN, y entonces suenan las campanas. En teoría, es posible obtener ADN antiguo de cualquier muestra biológica. Pero cuanto más lejano en el tiempo es el objeto menor es el número de soportes válido para hallarlo. Huesos, dientes, excrementos fosilizados, organismos capturados en ámbar… son los mejores candidatos. En el caso del oso de Atapuerca, las muestras se obtuvieron de cinco piezas dentales. Es posible que la gran resistencia de las estructuras que envuelven los dientes (el esmalte, sobre todo) facilite la preservación de restos genéticos en ellos.
 
Si la paleontología es una ciencia que ha de afrontar una terrible sequía de muestras, el estudio de ADN antiguo ha de hacer auténticos milagros con apenas unos gramos de material. Además, éste es siempre escaso, fragmentado y muy degradado, suele estar expuesto a contaminación de otras especies y es de muy mala calidad. Aun así, la extracción de este material genético se está convirtiendo en una verdadera disciplina estrella en el entorno de la paleontología.
 
Los científicos cuentan con herramientas como la reacción en cadena de la polimerasa para multiplicar el escaso material obtenido y extraer de él interesantes conclusiones. Por ejemplo, se puede tirar del hilo de la evolución de las especies sin necesidad de contar con restos fósiles concretos. La distribución de una especie en el tiempo y en el espacio, su parentesco con otras, su origen y extinción, sus relaciones con especies similares, el momento en que empezó a cruzarse con primos genéticos… son actos evolutivos que quedan registrados en la "caja negra" del ADN. Sobre todo, en los restos de ADN mitocondrial, que se hereda sólo de las madres y que, por lo tanto, sufre menor variación a lo largo de las generaciones.
 
Si entendemos que el ADN es una espiral, deberíamos observar el ADN antiguo como un largo hilo que une a las especies con sus antecesores. Tirando de él se conoce mucho mejor el camino han seguido animales y plantas desde su origen hasta nuestros días. Y entre esos animales nos encontramos nosotros.
 
La extracción de ADN de neandertales, por ejemplo, ha supuesto recientemente todo un hito en la reconstrucción de la filogenia humana, de los hábitos de expansión y relación de cromañones y neandertales y de ese periodo fascinante de la historia en el que los homo sapiens no estábamos solos: había, al menos, dos modalidades de humanidad.
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