Desde luego, es un chiste malo. Dicen los medios que el implicado en la muerte del joven Ndombele Augusto Domingos, ocurrida en la zona madrileña de copas conocida como "Costa Polvoranca", ante la noticia de que debe presentarse de nuevo ante el juez porque se repetirá el juicio –en el anterior fue sorprendentemente absuelto–, no se ha personado. Es decir, que puede haberse marchado; tal vez, si nos pasamos de bienpensantes, no le ha llegado el aviso; o quizá, simplemente, se lo ha impedido una obligación urgente.
Su abogada, que no tuvo mucho tiempo para preparar la causa pero le sobró para ganarla, dice no saber nada de su paradero. Podría decirse que José David Fuertes, el susodicho, ante la presente convocatoria, ha puesto "pies en polvorosa" o, como dicen ahora los graciosos, "pies en Polvoranca".
El juicio con jurado por el homicidio del joven angoleño Ndombele Augusto, celebrado en la Audiencia Provincial de Madrid, estuvo lleno de irregularidades. No fue la menor de ellas el hecho de que dos testigos sorpresa escandalizaran a todos con afirmaciones que al pronto se adivinaban increíbles. Incluso se habló de proceder por un delito de falso testimonio, que pareció quedar en nada hasta que el padre de uno de los falsos testigos, abogado por más señas, puso en conocimiento de un juez que su hijo había mentido.
El escándalo que ya se había registrado a la entrada de la Audiencia, cuando los padres de Ndombele se quejaron, revolcándose por el suelo, de los fallos de la justicia y de haber sido tratados mal –según ellos, por ser negros– creció esta vez como una bola de fuego abrasador.
Testimonios falsos que se unían a la sonrisa de suficiencia en el rostro del presunto homicida poco antes de escuchar la sentencia –que no debía de conocer pero que adivinaba– que iba a absolverle, mientras miraba retador y amenazante al gran Esteban Ibarra, presidente del Movimiento Contra la Intolerancia, presente como acusador y desde el primer momento del lado del chico negro asesinado. Ibarra sostuvo la mirada, no se achicó ni se arrugó ante las "advertencias" de que sería mejor que depusiera su negativa actitud.
Más datos para el escándalo: un testigo afirmó, sin ninguna duda, que el encausado, José David Fuertes, se acercó a Ndombele, y que, aunque no vio la navaja, sí se dio cuenta de que, en el momento de encontrarse los dos juntos, su amigo cayó herido en la cara y en el pecho. Después murió.
O sea, que el testigo estaba seguro –puesto que lo vio con sus propios ojos– de que había sido él. Frente a esta aseveración se contrapone la de los perjuros, que luego se demostró que ni siquiera habían estado allí. La acusación y los indicios detallados se sucedían delante del jurado, que lo declaró inocente. Para muchos que siguieron el proceso fue un mazazo. Los padres no podían olvidar que hubo quien oyó aquella noche, supuestamente de boca del acusado: "He matado a un negro", pero que eso apenas tuvo peso en la instrucción sumarial.
Luego estuvo la larga huida del ahora otra vez en busca y captura, quien finalmente fue detenido e imputado, procesado y juzgado, mientras permanecía impasible como una piedra. A veces con una sonrisa displicente, la mirada resbalando sobre el público y el jurado, saltando huidiza por encima de los padres del chico. Un acusado largo como un día sin pan, recostado y lánguido, confiado en sus propias fuerzas. Cualquiera que pudiera verlo se habría estremecido: qué serenidad, qué inconsciencia, ¿acaso ignora que están ahí para juzgarle por un delito grave, para enviarlo a prisión por muchos años?
Sin embargo, era él quien tenía razón: el veredicto se la daría sin paliativos. Podía estar tranquilo, los miembros del jurado refrendaban la actitud que le exculpaba. Aunque para quien estuviera atento estaba claro que se adelantó en el gesto a la declaración del jurado: "No culpable", que ahora parece tan inadecuado.
José David salió libre, seguido por el dedo negro y acusador de los padres angoleños del chico asesinado por el color de su piel, en "Costa Polvoranca", como alguien que recupera sus derechos tras un mal trago. En plena euforia, sin observar respeto por el tribunal en que se encontraba, se permitió amenazar a Ibarra, antirracista, antixenófobo y antinazi donde los haya.
En las fotos era tanta la entrega del gran Esteban, por el dolor de los familiares de Ndombele, que parecía que el chico tuviera tres padres: los propios y Esteban, todos encogidos de dolor y consternación. Primero por el asesinato, luego por la falta de justicia.
En un primer momento, tras la chocante absolución, sobre la que basculaba la incomprensión y el temor, los padres y Esteban se quedaron solos. Fue cuando el absuelto se permitió unas declaraciones en las que ofrecía un pacto si cesaba la presión sobre él. Pero no había tal: le acusaban los abogados, el fiscal y los padres del muerto, eso era cierto, pero sólo porque están convencidos de que hay suficiente base. El jurado había resuelto, como manda la ley, pero para ellos se había equivocado.