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PANORÁMICAS

Eastwood a hombros de gigantes

A veces los lugares comunes son también verdades como puños; en este caso, que Eastwood es el último de los clásicos. Pero no lo es sólo porque coloque la cámara a la altura de los ojos, siguiendo el estilo invisible de puesta en escena de Howard Hawks, sino ante todo porque cree que mediante el arte se puede seguir investigando acerca de la naturaleza humana, intentando esclarecer las sombras y misterios de esos seres maravillosos y bárbaros que pueden llegar a ser, a veces al mismo tiempo, los humanos. 

A veces los lugares comunes son también verdades como puños; en este caso, que Eastwood es el último de los clásicos. Pero no lo es sólo porque coloque la cámara a la altura de los ojos, siguiendo el estilo invisible de puesta en escena de Howard Hawks, sino ante todo porque cree que mediante el arte se puede seguir investigando acerca de la naturaleza humana, intentando esclarecer las sombras y misterios de esos seres maravillosos y bárbaros que pueden llegar a ser, a veces al mismo tiempo, los humanos. 
Frente a la banalidad de una postmodernidad adolescente y fatua, brillante pero vacía como una sesión de fuegos de artificio, Eastwood es un clásico porque cree que los conflictos irresolubles a los que se enfrentan sus personajes son reales, que no se pueden diluir ni deconstruir mediante jerga y retórica. Porque desde el planteamiento de sus películas permite reflexionar al espectador sobre la tragedia que se desarrolla ante sus ojos, sin imponerles una solución apriorística.
 
Frankie Dunn (Clint Eastwood) es un hombre complejo. Regenta un decadente gimnasio y hace ocasionalmente de entrenador y manager de boxeadores, asistido por Scrap (Morgan Freeman), un exboxeador con el que Dunn se siente en deuda.  Pero hay una deuda que le lacera aún más: el alejamiento de su hija, a la que escribe todos los días infructuosamente. Asiste a misa diaria y le gusta discutir problemas teológicos con el sacerdote, al que exaspera. Un día aparece Maggie Fitzgerald (Hilary Swank), una camarera que tiene un sueño: convertirse en boxeadora profesional, y le pide que la entrene.
 
Clint Eastwood observa a Hilary Swank.Innisfree es un lugar sagrado para los amantes del cine porque allí rodó John Ford El hombre tranquilo. En este pueblecito irlandés se bajó de un tren John Wayne, a la búsqueda del tiempo perdido entre las raíces de una cultura que se había trasplantado al nuevo continente. Innisfree es también el poema de Yeats que Frankie leerá a Maggie, a la que se resiste a entrenar. 
 
¿Cómo un viejo machista, apasionado por el hedor de las lonas del cuadrilátero y el cuero golpeado hasta reventar, aprende a leer gaélico para recitar a un poeta exquisito? En esta película repleta de sangre, sudor y lágrimas no hay puntada suelta, aunque muchas de ellas no se acaban de resolver en el interior del propio film. 
 
Pero Million Dollar Baby es más, mucho más. Es también una película sobre la heroicidad cotidiana de quienes persiguen unos sueños en los que nadie más que ellos creen; es una película sobre el esfuerzo y el sacrificio, sobre el respeto ganado a golpes. "El boxeo es algo antinatural: cuando aparece el dolor, en lugar de huir de él, tienes que aprender a dar un paso adelante", dice Scrap, el exboxeador tuerto que no pudo superar la pelea número 109. La pérdida de su ojo será una de las cicatrices que marcan el espíritu roto de Frankie. 
 
Million Dollar Baby trata de tipos que perdieron su batalla más importante, pero Eastwood los trata como ganadores, sin piedad teñida de conmiseración y superioridad. Las lágrimas que podemos derramar por Maggie no son de lástima, sino de reconocimiento a una voluntad de hierro, a su tenacidad y determinación sin fisuras. Incluso se permite el lujo de ser una película enardecidamente feminista, para disgusto de los jerarcas de Hollywood (podemos imaginar su ceño fruncido contemplando las peleas de “chicas”) y las feministas de cuota y salón.
 
"Winners are simply willing to do what losers won’t", reza un cartel en el gimnasio de Frankie, detrás de la saca en la que comienza su entreno Maggie; y podría ser el lema también de los personajes de John Huston, al estilo de El hombre que pudo reinar o de Fat city (otra gran película de temática boxeística). No olvidemos que Eastwood hizo de Huston en Corazón blanco, corazón negro. Eastwood-Huston le explicaba lo que sigue a su escéptico guionista: "En el arte hay cientos de reglas; la clave está en saber cuales elegir".  
 
El primer tramo, durante una hora y media, juega a ser una película de género, la típica de boxeo sobre el ascenso hacia el éxito desde la penuria y a través del sufrimiento. Los ecos de Rocky resuenan en las carreras por la playa al atardecer. La planificación de Eastwood es de todos modos magistral, con una coreografía minuciosa de los combates de boxeo, combinando la precisión del ballet con la contundencia de unos golpes que hacen salpicar de sangre la pantalla. 
 
La interpretación coral es deslumbrante. Sobresalen Hillary Swank, una casi segura ganadora del Óscar, y ese rostro tallado de Eastwood, perfecto en el equilibrio entre la rudeza de su cuerpo de entrenador musculoso y la caracterización de viejo en declive, especialmente en la secuencia en la que sigue el combate de su anterior pupilo por televisión.
 
Pero es en el tramo final donde la película alcanza un nivel sublime. Los roces de los cuerpos y las miradas de Frankie y Maggie configuran una historia de amor fou filial en la que Frankie paulatinamente va revelando, bajo una apariencia rocosa, la fragilidad de un espíritu a punto de romperse. Encuentra en Maggie una segunda oportunidad para rehacer los errores de una vida, que lo han ido enrocando sobre sí mismo. 
 
"Protégete siempre" es la máxima que le repite una y otra vez a su discípula, y en su despacho hay otro cartel con esta advertencia: "La valentía no es suficiente". Pero una de esas alternativas que te llevan a elegir irremediablemente entre lo malo y lo peor le conduce a un callejón sin salida. El sacerdote le advierte de que le podría llevar a la perdición total (una secuencia realizada en ¡una sola toma! porque Eastwood quería conseguir un instante de alta intensidad).
 
En la confluencia entre la moral y la religión se produce la revelación por parte de Eastwood del significado del nombre con que bautizó a su pupila-hija adoptiva: Mo Cusha, el secreto bello y terrible con el que se cierra la película de un gigante.
 
 
Million Dollar Baby. Director: Clint Eastwood. Intérpretes: Clint Eastwood, Hilary Swank, Morgan Freeman. Guión: Paul Haggis. Calificación: Imprescindible.
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