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SANZOL, SENSACIONAL

Días estupendos en el teatro

En una célebre advertencia, Ortega y Gasset conminó a los habitantes del sur americano: "¡Argentinos, a las cosas, a las cosas!". Más humilde, quisiera sugerir a los españoles que vayan... ¡al teatro, al teatro! Por ejemplo, que se hagan con una entrada para el espectáculo Días estupendos, de Alfonso Sanzol, que sigue de gira por toda España.


	En una célebre advertencia, Ortega y Gasset conminó a los habitantes del sur americano: "¡Argentinos, a las cosas, a las cosas!". Más humilde, quisiera sugerir a los españoles que vayan... ¡al teatro, al teatro! Por ejemplo, que se hagan con una entrada para el espectáculo Días estupendos, de Alfonso Sanzol, que sigue de gira por toda España.

Si el cine español está de capa caída, salvo excepciones invisibles que ni se presentan en la ceremonia cutre de oropel falso de los Goya, el teatro vive un momento de esplendor, con grandes autores, inmensos intérpretes y escenógrafos que saben ponerse al servicio de los anteriores. Lo mismo va Nuria Espert y se marca un Shakespeare demoledor (La violación de Lucrecia), que la troupe argentina de Daniel Veronese actualiza un texto de puñales y rosas de Ibsen (Casa de muñecas) o una compañía pequeña como Kamikaze Producciones realiza la mejor versión de Seis personajes en busca de autor que se puede concebir (La función por hacer, finalista en los Premios Max –que se otorgan a final de marzo– en la categoría de Mejor Espectáculo Teatral).

Como siempre, los catastrofistas, los negacionistas y los pesimistas metafísicos dirán que la dramaturgia española de más calidad se ve confinada a las catacumbas de las salas pequeñas, a la lotería de la publicidad del boca a boca, a la voracidad de empresarios tacaños y administradores políticos censores. Eppur si muove...

Días estupendos, del madrileño Alfonso Sanzol (candidato a los Max como Mejor Autor Teatral en Catalán por Delicadas), es una obra subversiva porque no hay nada que detesten más los fanáticos, los cerrados de mollera, las almas simplonas que una burla, un chiste, una ironía, un sarcasmo. Que el humor que pone el dedo en la llaga, o sea. Risas dolorosas, bromas que hacen pensar. Quizá por eso el humor que se ha desarrollado más en España sea de orden tabernario, soez, primitivo, idiota, procaz, ácido con los débiles y mansurrón con los poderosos. En este país todavía es posible que un juez, al más puro estilo de la censura franquista, secuestre y multe a una revista de humor porque se permite una bromita subida de tono con el príncipe Felipe y su dignísima consorte. En Gran Bretaña hubiese sido inimaginable. No la broma, sino el secuestro y la multa. Quizás porque ellos tienen una Graciosa Majestad.

Construida como una sucesión de dieciséis historias mínimas que transcurren durante los estupendos (y no tan estupendos) días de verano, cuando el calor y el tiempo libre dan más juego a la liberación de los cuerpos y con ello a cierta incomodidad derivada de una libertad demasiado agresiva, Sanzol con afinado ojo clínico articula una serie de anécdotas hilarantes que, como quien no quiere la cosa, van construyendo una categoría de lo que son los españoles: un guardia civil ¡sin bigotito y que no dice tacos! y un etarra que vuelve a casa por agosto en lugar de por Navidad, ambos retratados con suave trazo; toreros y onanistas con el corazón roto; pasiones bigger than life y amores por un puñado de euros; adioses que se hacen eternos y breves encuentros que valen por toda una vida; arruinados y explotadores. Y grandes preguntas: ¿cómo reaccionar cuando pillas a tu mejor amigo tirándose no a tu mujer (total...) sino a un melón? O: ¿qué es más fácil perdonar a Felipe González, si eres un progre: lo de los GAL o que te obligase a votar a Aznar? Y entre tantas burlas dulces como el chocolate amargo, ni empalagosas ni hirientes, un prodigioso giro de muñeca para una dejada lírica en forma de monólogo en la que una madre se dirige a su hijo no nacido. Ahí queda eso.

Y de nuevo más risas. Y más sensibilidad sin sentimentalidad. Y tú que miras el reloj horrorizado porque no se paran las manecillas y parece que va a llegar el final (del verano, de las risas, de la obra).

Sanzol, Juan Mayorga, Sergi Belbel, Laila Ripoll, Carles Santos y Jordi Galcerán forman parte de una renovación de la dramaturgia española en la que se mezcla con acierto la mirada a los clásicos con el método informático. Si la aproximación de Sanzol a los personajes es cómico-compasiva, su lugar de inspiración no es la calle sino Google. Suele escribir una palabra en el buscador de internet y deja que el algoritmo haga su trabajo, sugiriéndole relaciones, puntos de encuentro o bifurcaciones.

Esas páginas me llevan a sitios de mis emociones, de mi memoria, a partir de los cuales empiezo a construir la idea de la obra.

Digno heredero de Berlanga, de Mihura, de Ionesco, de Pinter, y contemporáneo de Ricky Gervais, Woody Allen o Jim Carrey, Sanzol no cabe duda de que llegará lejos, porque es un dramaturgo total (director, autor) que tiene una complicidad eficiente y productiva con su compañía, de la que les presento a los actores y actrices, a los que aplaudirán puestos en pie y les pedirán un bis: Paco Déniz, Natalia Hernández, Juan Antonio Lumbreras, Elena González, Pablo Vázquez. Desde aquí mi "¡Bravo!".

 

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