Son, en efecto, vinos preciosos, complejos, extraordinarios, que hay que beber con todos los sentidos puestos en ellos. Pero no es de esos VOR de los que quiero hablar hoy, sino de otro VOR que estos días ha proliferado, y lo hará al menos hasta el día 12, en las secciones deportivas de los periódicos: la Volvo Ocean Race, vuelta al mundo a vela que zarpará el día mencionado del puerto de Vigo.
He tenido el privilegio, por amable invitación de una de las "grandes" bodegas del Albariño, de asistir en aguas de la ría de Pontevedra a la llamada "pre-regata". A las páginas de Deportes y a las correspondientes imágenes televisivas, espectaculares, les remito. Día espléndido, mar en calma... y poco viento. El Rey, a la caña de uno de los veleros participantes, y cientos de embarcaciones escoltando a los regatistas.
En nuestro magnífico catamarán disfrutamos del día y del espectáculo. También, cómo no, del excelente Albariño de nuestro mecenas... y de un cuidado avituallamiento, bien distinto de las raciones que consumirán los esforzados lobos de mar que parten en sus barcos para circunnavegar el globo. No digo que vayan a pasarlo tan mal como las tripulaciones de Magallanes y Elcano; pero, desde el punto de vista gastronómico, les esperan semanas duras.
En un velero hay poco espacio, y para una regata como ésta se aquilata al máximo el peso de lo que se lleva a bordo. Como los astronautas, tendrán que arreglárselas con comida liofilizada; podrían haberse asesorado con Ferrán Adriá, que este año, en El Bulli, ha trabajado con liofilizaciones.
En síntesis, la comida, deshidratada, se reduce a polvo; luego, ya a bordo, se disuelve en agua caliente y se toma en tazón, como una pasta. Entre las especialidades embarcadas hay chili con carne, pollo, espaguetis boloñesa, fettucini con cordero... No sé a qué sabrán esas cosas hechas literalmente papilla, pero no me suenan atractivas.
Lo que va "al natural" son los yogures; menos mal. Además, y para completar la alta demanda física que este deporte exige, barritas energéticas, barritas de proteínas, frutos secos... Ah, y café, té y chocolate: la tríada de bebidas "exóticas" del XVIII también dará la vuelta al mundo. Para beber, aparte de ellas... agua; cada barco tiene una unidad potabilizadora.
Para la primera etapa, cada barco ha cargado 240 kilos de comida; son diez tripulantes en cada embarcación, y esa etapa, que les llevará de Vigo a Ciudad de El Cabo, durará –se estima– veintiún días. Menos mal que en la ciudad sudafricana se reavituallarán; es de suponer que, durante la escala, se resarcirán, al menos en lo que a líquidos se refiere, y cambiarán los Albariños de estos días por algún buen Chardonnay sudafricano... antes de seguir hasta Melbourne, donde tampoco hay malos vinos.
Luego, Nueva Zelanda... y después el Cabo de Hornos, Río, Baltimore, Nueva York y vuelta a Europa, hasta Rotterdam, para terminar en Gotemburgo. Serán meses duros, muy duros; ojalá entre los setenta tripulantes haya algún émulo de Pigafetta que nos cuente esas cosas del día a día, de la más prosaica de las supervivencias.
Pero es bonito. Visto desde fuera, precioso; supongo que desde dentro, pese a esa dureza extrema, también; los hombres de la mar están hechos de una pasta especial. Pero esta regata no tiene nada que ver con las comodísimas –y me temo que también bastante aburridas– vueltas al mundo en un lujoso transatlántico, del estilo de la que tan magistralmente contó Blasco Ibáñez en La vuelta al mundo de un novelista. No surcarán las mismas aguas los participantes en la Volvo Ocean Race.
Una gran experiencia, sin duda. Uno, que gusta de navegar un ratito en aguas a poder ser tranquilas, como las de Sanxenxo, siente admiración por quienes zarparán el sábado de Vigo. Admiración; envidia, la verdad... no. Demasiada dureza, demasiada incomodidad. Eso sí, la gloria no ya del vencedor, sino de todos los que terminen la VOR, sin duda les compensará de todo.
He tenido el privilegio, por amable invitación de una de las "grandes" bodegas del Albariño, de asistir en aguas de la ría de Pontevedra a la llamada "pre-regata". A las páginas de Deportes y a las correspondientes imágenes televisivas, espectaculares, les remito. Día espléndido, mar en calma... y poco viento. El Rey, a la caña de uno de los veleros participantes, y cientos de embarcaciones escoltando a los regatistas.
En nuestro magnífico catamarán disfrutamos del día y del espectáculo. También, cómo no, del excelente Albariño de nuestro mecenas... y de un cuidado avituallamiento, bien distinto de las raciones que consumirán los esforzados lobos de mar que parten en sus barcos para circunnavegar el globo. No digo que vayan a pasarlo tan mal como las tripulaciones de Magallanes y Elcano; pero, desde el punto de vista gastronómico, les esperan semanas duras.
En un velero hay poco espacio, y para una regata como ésta se aquilata al máximo el peso de lo que se lleva a bordo. Como los astronautas, tendrán que arreglárselas con comida liofilizada; podrían haberse asesorado con Ferrán Adriá, que este año, en El Bulli, ha trabajado con liofilizaciones.
En síntesis, la comida, deshidratada, se reduce a polvo; luego, ya a bordo, se disuelve en agua caliente y se toma en tazón, como una pasta. Entre las especialidades embarcadas hay chili con carne, pollo, espaguetis boloñesa, fettucini con cordero... No sé a qué sabrán esas cosas hechas literalmente papilla, pero no me suenan atractivas.
Lo que va "al natural" son los yogures; menos mal. Además, y para completar la alta demanda física que este deporte exige, barritas energéticas, barritas de proteínas, frutos secos... Ah, y café, té y chocolate: la tríada de bebidas "exóticas" del XVIII también dará la vuelta al mundo. Para beber, aparte de ellas... agua; cada barco tiene una unidad potabilizadora.
Para la primera etapa, cada barco ha cargado 240 kilos de comida; son diez tripulantes en cada embarcación, y esa etapa, que les llevará de Vigo a Ciudad de El Cabo, durará –se estima– veintiún días. Menos mal que en la ciudad sudafricana se reavituallarán; es de suponer que, durante la escala, se resarcirán, al menos en lo que a líquidos se refiere, y cambiarán los Albariños de estos días por algún buen Chardonnay sudafricano... antes de seguir hasta Melbourne, donde tampoco hay malos vinos.
Luego, Nueva Zelanda... y después el Cabo de Hornos, Río, Baltimore, Nueva York y vuelta a Europa, hasta Rotterdam, para terminar en Gotemburgo. Serán meses duros, muy duros; ojalá entre los setenta tripulantes haya algún émulo de Pigafetta que nos cuente esas cosas del día a día, de la más prosaica de las supervivencias.
Pero es bonito. Visto desde fuera, precioso; supongo que desde dentro, pese a esa dureza extrema, también; los hombres de la mar están hechos de una pasta especial. Pero esta regata no tiene nada que ver con las comodísimas –y me temo que también bastante aburridas– vueltas al mundo en un lujoso transatlántico, del estilo de la que tan magistralmente contó Blasco Ibáñez en La vuelta al mundo de un novelista. No surcarán las mismas aguas los participantes en la Volvo Ocean Race.
Una gran experiencia, sin duda. Uno, que gusta de navegar un ratito en aguas a poder ser tranquilas, como las de Sanxenxo, siente admiración por quienes zarparán el sábado de Vigo. Admiración; envidia, la verdad... no. Demasiada dureza, demasiada incomodidad. Eso sí, la gloria no ya del vencedor, sino de todos los que terminen la VOR, sin duda les compensará de todo.
Mientras, y con los pies bien firmes en tierra, uno disfrutará con la necesaria parsimonia de esos otros VOR que se guardan con mimo en lo más tranquilo de las bodegas jerezanas... aunque, a partir de ahora, cuando tenga en la mano un viejísimo oloroso, un auténtico VOR, dedicará un pensamiento de ánimo a quienes, en esos momentos, estarán engullendo pollo liofilizado en otra VOR: la Volvo Ocean Race. Va por ellos.
© EFE