Pasea sus siete décadas de vida con la ingravidez de un joven, como si haber estado unas horas fuera de la protección de la atmósfera terrestre confiriera a los huesos de Homo sapiens una ligereza especial. Algo tienen los moonwalkers (como llaman en la NASA a esta casta privilegiada), que parecen eternos astronautas a punto de embutirse en el traje y cruzar de nuevo la pasarela.
Duke cuenta fantásticas historias de su viaje, de un modo que resulta sencillo resumir en un tuit, esos chupitos digitales de 140 caracteres que hacen furor. "La ausencia de atmósfera regala horizontes infinitos", "Se puede jugar a los dados en la Luna, pero con un tablero: el suelo es tan blando que se los traga", "No cambiaron mis creencias al volver, pero 6 años después mi fe fue más profunda", "No llegan olores dentro del traje, pero las rocas lunares huelen a pólvora".
Hoy resulta difícil, incluso con las evocadoras palabras de Duke, imaginar el cúmulo de sensaciones que un terrícola debe experimentar saltando en el lecho de Selene. "¿Mis pulsaciones? Fueron normales, entre 144 y 28". ¿Normales?
El general ha venido a Madrid para inaugurar la exposición La aventura del espacio, el recorrido oficial por la historia de la NASA, en la que tengo el honor de anunciar que colabora la revista Quo. He podido recorrer con él los objetos más relevantes de la muestra. La sorpresa es mayúscula al contemplar el reducido espacio en que los dos miembros de las misiones Gemini pasaron hasta 14 días orbitando la Tierra, sin sitio para moverse, recogiendo los pañales impregnados de inmundicias para que fueran luego analizadas. O al encontrar entre las bolsas de comida deshidratada y complementos alimenticios que llevaban los cosmonautas un frasquito de vodka. Pero, sobre todo, la exposición aventa un perfume de nostalgia. En cierto modo, es también un recorrido arqueológico por las emociones de una era que ya no volverá. Porque, aunque nos cueste reconcerlo, el hombre está hoy mucho más lejos de la Luna de lo que estuvo en los años 60 del siglo pasado.
Cuando el general Duke se graduaba, los periódicos vomitaban noticias sobre el lanzamiento de los primeros satélites Sputnik soviéticos. Cuando completaba sus estudios de física e ingeniería se desayunaba con las hazañas de Gagarin y Shepard. Cuando había decidido hacerse astronauta aún era escéptico ante el anuncio de Kennedy de que Estados Unidos llegaría a la Luna. "No pensé que lo lográramos, la verdad".
Ahora, mientras un puñado de críos corretea alrededor de la reproducción del módulo lunar de las misiones Apolo en la exposición madrileña, se hace evidente que ellos no tendrán tamañas referencias.
Hoy mismo, y mañana, y pasado mañana... tres seres humanos están orbitado sobre nuestros cielos a bordo de la ISS. Ellos ya no son héroes. Nos hemos olvidado de que la humanidad tiene una representación permanente en el espacio. Sólo saldrán en los papeles si se produce un accidente con el sistema de tratamiento de la orina o si se detecta una grieta en el sistema de refrigeración. Parece que no hubiera contemporáneos dispuestos a arriesgar su vida a bordo de una máquina que debe depositarles en la superficie de la Luna con un software 100 veces menos potente del que tiene un teléfono móvil (con eso se las tuvo que apañar Duke).
La carrera espacial vive un triste momento de stand by (bastantes problemas tenemos en la Tierra como para invertir fuera de ella). Por eso es tan emocionante penetrar en La aventura del espacio y pensar que esos objetos heróicos son algo más que un recuerdo fósil del pasado.