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CÓMO ESTÁ EL PATIO

De cuando se me apareció San José (Tomás)

El Maestro estaba la otra tarde contento. Hasta esbozó una sonrisa, cosa rara, cuando el público murciano le obligó a salir al tercio a saludar. Casi no le había dado tiempo a cambiar el capote de paseo por el de faena y ya la plaza entera le dedicaba una ovación de gala. Y sonrió, sí, tal vez pensando: "Me aplauden de esta forma y aún no me he desperezado. Si le meto a un toro dos naturales seguidos, se llevan a media plaza a la unidad coronaria del hospital y me joden la tarde".

El Maestro estaba la otra tarde contento. Hasta esbozó una sonrisa, cosa rara, cuando el público murciano le obligó a salir al tercio a saludar. Casi no le había dado tiempo a cambiar el capote de paseo por el de faena y ya la plaza entera le dedicaba una ovación de gala. Y sonrió, sí, tal vez pensando: "Me aplauden de esta forma y aún no me he desperezado. Si le meto a un toro dos naturales seguidos, se llevan a media plaza a la unidad coronaria del hospital y me joden la tarde".
José Tomás.
Primer lance. Muleteo de recibo y San José deja que el toro se le cuele por un terreno peligroso. A mi lado el locutor de la SER, fuera de micrófono, exclama: "Eso es de torpes". Inmediatamente un vozarrón surge de la fila de atrás: "Un respeto al Maestro". Ahí se acaba la conversación.

San José Tomás, tal vez para dejar en feo al prisaico, detiene el comienzo del tercio de banderillas, le dice al subalterno que se retire, a pesar de que ya estaba con los palos dispuesto para empezar la suerte, y se va a por el toro. Le cita de largo y le da dos verónicas de infarto abrochándose el capote a la cintura. Ahora sí. La lidia puede continuar. Y la SER, que siga informando.

Al rato, el Maestro coge la muleta y se va a brindar al público desde los medios. La montera da varias vueltas y finalmente queda boca abajo. El público lo agradece con un alarido de satisfacción. A San José le da lo mismo. Ni siquiera se ha percatado. Él ha venido celebrar una liturgia, no a jugar con los trastos. Cuando empieza a torear al natural, el tiempo se detiene. La respiración de los que estamos en la plaza también. Toreo desmayado, a cámara lenta, metiéndose al toro en el terreno más peligroso sin que la cadencia de los pases se altere lo más mínimo. Y el Maestro que mira de reojo al tendido y ve que algunos rostros ya empiezan a ponerse cianóticos. Así que acaba la tanda y deja que la gente vuelva a meter oxígeno en los pulmones.
 
En el toreo de José Tomás, el público asume más riesgo que el torero. Mi vecino de la derecha, periodista de la COPE, me mira con los ojos húmedos. "Mira por dónde, Pepe –le digo–, nosotros, que no pudimos ver torear a Manolete, lo estamos viendo esta tarde". "Me lo has quitado de la boca", me responde.

Imagen de archivo (www.ganaderoslidia.com).Clavado en el suelo y con el pecho fuera, San José cita al toro. Da igual que venga directo a por el torero. Un leve toque de muñeca y el expreso Madrid-Irún con dos cuernacos en la locomotora vuelve a entrar en la vía correcta, justo una décima de segundo antes de impactar con el diestro. San José no se ha movido ni un milímetro. Y otra vez. Y otra. Y otra más. La gente ya no puede aplaudir. No es bastante. Nos miramos los unos a los otros, superados por la impresión de lo que estamos viendo. Aplaudir no basta. Haría falta, no sé, arrancar las butacas, declararnos republicanos en masa o que alguien se quemara a lo bonzo para dar una réplica que hiciera justicia al espectáculo que nos está brindando el Maestro esta tarde.

La faena, larguísima, se nos hace muy corta. Queremos más, pero alargar el espectáculo tal vez sería un exceso sacrílego. San José se va a por el estoque, cuadra al toro con un toque de la esquina de la muleta y entra a matar. Lo hace a cámara lenta, como todo lo suyo. Despacio, muy despacio, coloca una estocada antológica. El toro, con reverencia, tras unos segundos se arrodilla ante él. En la plaza no hay pañuelos agitándose porque toda ella es un pañuelo. El presidente, para evitar que haya un altercado, saca dos pañuelos casi simultáneamente. El rabo no lo concede. ¡Qué mas da! Ni a San José ni a los que hemos presenciado su faena nos importa nada un apéndice más o menos. Lo nuestro es otra cosa. Más sublime, más elevada, más santa.

San José Tomás debe retirarse de los ruedos. No le queda nada más por hacer. Está ya en el peldaño divino de la tauromaquia, donde se acaba la escalera. Hay que hacerle un santuario en Galapagar y ponerlo en una hornacina, para que los aficionados de todo el mundo acudan en peregrinación una vez al año. Eso, y sacarlo en procesión a primeros de mayo, no a hombros sino en un trono, como las imágenes sacras, para que bendiga cada año la Feria de San Isidro, a ver si algún día sale a Las Ventas un toro en condiciones.

Cuando abandono la plaza, antes de finalizar la corrida, veo a unos veinte mozalbetes de estética buhardillera, como corresponde a los niños de familia bien, con una pancarta en contra de los toros. Si hubieran estado con sus papás en los palcos VIP habrían visto una inmensidad artística. No se lo merecen. Que se jodan. De hecho, ¿alguien en este mundo merece realmente que exista José Tomás?
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