–¿No me reconoces?
–Pues no, no caigo.
–Soy María Antonia, de la Escuela de Periodismo. De cuando estábamos en el partido...
"El partido" era, por supuesto, el PCE, y no recuerdo bien ahora si ella había estudiado en la Escuela de Periodismo –quizá había terminado ya la carrera cuando yo entré– o nos conocíamos de allí, porque ella salía con Juan Carlos Azcue, que sí estudiaba en mi curso y haría una brillante carrera profesional en televisión, como corresponsal en Francia y enviado a numerosos países. Muchos años después (Azcue se había separado de María Antonia) mantuvimos una pequeña tertulia comiendo cada semana con unos amigos en una tabernilla cerca de Avenida de América. Él nunca había llegado a entrar en "el partido", pero había estado muy próximo a él, y cuando nos reencontramos se había vuelto muy españolista y anti snob; y procuraba, por ejemplo, consumir sólo productos españoles, incluso whisky DYC. Nuevamente dejé de verle, debido a mi absorbente dedicación al trabajo; por eso acabo de enterarme, mediante internet, de que en 2007 fue nombrado Caballero de la Legión de Honor francesa.
Tampoco coincidimos María Antonia y yo en la misma célula del partido, pues no existía todavía ninguna en la Escuela Oficial (había otra escuela de periodismo en Madrid, la de la Iglesia), y si había pasado por allí algún comunista, no había hecho ningún trabajo político. Creo que yo fui el primero en ponerme a ello, integrado en una célula de centros asimilados que agrupaba a los muy pocos militantes existentes en la Escuela de Cine y en Bellas Artes. Por esas fechas, hacia 1969-70, tras el fracaso del Sindicato Democrático de Estudiantes, el PCE tenía unos 120 afiliados en la Universidad Complutense, que contaba con unos 40.000 estudiantes; pero, siendo tan pocos, manteníamos una agitación casi permanente. La Escuela de Periodismo contaba con un pequeño círculo de los que en el partido llamábamos "progres", con un deje entre despectivo y apreciativo, pues eran los que nos compraban el Mundo Obrero,a veces firmaban alguna protesta y solían tener opiniones muy radicales, pero solo de café, y evitaban comprometerse. Me viene a la cabeza una discusión entre María Antonia y un compañero de clase que, con idealismo juvenil, proclamaba que lo importante en esta vida era hacer las cosas bien, de manera profesional y a conciencia. María Antonia le replicó: "Sí, un torturador puede decir lo mismo: hacer bien su trabajo". Para nosotros, por principio, todo policía era un torturador, un sicario dedicado a aterrorizar al "pueblo" en beneficio de "la oligarquía". Estas cosas vendrían muy bien a la ETA, apoyada por toda la oposición y por gobiernos europeos una vez empezó a asesinar policías.
Luego apareció por la Escuela de Periodismo un militante del PCE (i) o internacional, llamado Enrique Bustamante, cuya clandestinidad consistía en no meterse en nada, y otro del PCE (m-l)-FRAP, que tampoco creía que valiera la pena trabajar políticamente en un reducto de burgueses como la Escuela y se dedicaba más bien a la agitación de barrio. Este era José Catalán, más adelante refugiado en Albania, donde dirigía las emisiones de Radio Tirana en español. En el mismo partido estaba Manuel Blanco Chivite, de un curso superior, quien figuró entre los que vieron conmutada su pena de muerte en 1975. Por lo general, la labor política era muy lenta y difícil, y se criticaba duramente el consumismo imperante, que apartaba a las masas de sus deberes revolucionarios.
En alguna época que no recuerdo con precisión, seguramente a principios de los 70, fui a vivir por breve tiempo a un chaletillo de una urbanización llamada Saconia, en las afueras de Madrid, alquilado por varios estudiantes. Lo conocía de tiempo atrás, porque allí vivía Bustamante y en alguna ocasión me había dejado su habitación, estando él en clase, para que fuera con una amiga. Esto se hacía a veces: en otra casa en que estuve también dejé mi habitación a algún otro camarada con su chica. El ambiente del chalé en cuestión era un tanto alocado, y los dueños debieron de encontrar el sitio bastante destrozado cuando se fueron los estudiantes. Uno de los inquilinos, de Málaga, hacía constantes llamadas telefónicas a su novia, y las dejó sin pagar cuando se fue. Los pisos compartidos entre chicos solían quedar en mal estado, por lo que los propietarios preferían casi siempre alquilárselos a chicas estudiantes, mucho más cuidadosas. Cuando el feminismo empezó a cundir por España, una de sus tácticas consistía en escribir cartas a la prensa denunciando supuestos abusos machistas. Recuerdo una a El País en la que se afirmaba que a las chicas les era difícil alquilar pisos, pues siempre tenían preferencia los varones. Ocurría justo lo contrario, por causas fáciles de entender.
Una estudiante algo ninfómana pasó en el chaletito una temporada, no sé si ya lo he contado, y se lió con otro inquilino. Un domingo, al despertarse por la mañana, acordaron que sería bonito desayunar con churros en la cama, de modo que el maromo salió a buscarlos a un bar cercano. Pero el bar estaba cerrado, así como otros, y en el único abierto no tenían churros o se les habían acabado. Volvió, y la chica no estaba en la habitación. Fue a la habitación de un compañero a preguntar por ella, y encontró a los dos en la cama. En su sorpresa, solo fue capaz de balbucir: "Pues... resulta que no había churros". Y ella, igualmente cortada: "Vaya... ¡qué pena!, ¿no?". Debe reconocerse que la cosa era realmente cómica, a su manera. Yo no tuve noticia directa del hecho, que me contaba entre carcajadas otro antiguo habitante de la casa, cuando ambos estábamos en la OMLE (Organización de Marxistas Leninistas Españoles), tras haber roto yo con el PCE (acusábamos a este partido de "revisionista", cuando no de "socialfascista"). El otro dejaría la organización poco después de casarse con una hermana de Cerdán Calixto, si no me equivoco, el cual moriría a manos de la policía. Al desertor –sabio fue– le quedó el mote burlón de "el ex combatiente". La OMLE optó pronto por un estilo bastante puritano, desechando aquellos desmadres propios de repugnantes "pequeño burgueses", que además ponían en peligro la seguridad frente a la persecución policial.
El caso es que un buen día se descolgó por el chalé María Antonia. Se había casado con Azcue y tenido un hijo y casi venía huyendo del hogar, en fin, una ruptura matrimonial algo tormentosa, como tantas ha habido y hay cada vez más. No obstante, cuando me reencontré con Azcue, casi treinta años después, me calificó a María Antonia como "una gran mujer".
Desde luego, era una chica notable, conocida de otra amiga mía de la que anduve bastante y aun más que bastante enamorado. María Antonia era por aquellos tiempos muy rígidamente comunista y sabía tocar o crear la mala conciencia ajena, para llevarla por las vías apropiadas a la redención del proletariado, o al menos contra el franquismo. Como todos los comunistas, sabía emplear el latiguillo de las "libertades", mediante el cual procurábamos manipular a los incautos para moverlos de un modo u otro hacia metas que nada tenían que ver con cualquier libertad apreciable. Con el habitual descaro, esta manipulación se presentó después como la genuina política del PCE, en el cual habrían entrado –otra leyenda urbana– muchos buenos demócratas, por no hallar más cauce que "el partido" para oponerse a la funesta dictadura de Franco, que tan pobre y oprimido dejó al país, como todos saben. Los comunistas luchaban por las libertades, nada menos, y ¿cómo es que los demócratas no lo hacían? He aquí un buen acertijo. Solo una persona tonta sin remedio podía ignorar lo que era un partido comunista y cuáles eran sus fines. No hace mucho el periodista Fernando Jáuregui se mostraba orgulloso de su militancia en el PCE, con su "lucha por las libertades", y últimamente varios jefecillos comunistas se escandalizaban de que la RAE pudiera definir como totalitarios a aquellos "luchadores por la libertad". Realmente, ¿creen tan idiotas a los demás?
Por supuesto, María Antonia, que desde luego no era tonta, terminó por extraer algunas lecciones de la experiencia, y evolucionó.
–¿Y qué haces ahora?
–Soy teóloga.
–¿¡Cómo!?
–Sí, teóloga. Vivo en el valle del Tiétar y me dedico a estudios de teología.
Una evolución no muy habitual, por cierto. Debió de haber encontrado un camino particular, después de una juventud algo turbulenta. Entre la sorpresa, mi falta de reflejos y la urgencia de firmar libros, la conversación dio para muy poco más. La evolución de la gente siempre nos interesa, así de extraños somos los humanos para nosotros mismos, que siempre nos estamos sorprendiendo unos de otros. Sin ningún motivo aparente me vino el recuerdo hace poco.
Pinche aquí para leer el resto de RECUERDOS SUELTOS.
–Pues no, no caigo.
–Soy María Antonia, de la Escuela de Periodismo. De cuando estábamos en el partido...
"El partido" era, por supuesto, el PCE, y no recuerdo bien ahora si ella había estudiado en la Escuela de Periodismo –quizá había terminado ya la carrera cuando yo entré– o nos conocíamos de allí, porque ella salía con Juan Carlos Azcue, que sí estudiaba en mi curso y haría una brillante carrera profesional en televisión, como corresponsal en Francia y enviado a numerosos países. Muchos años después (Azcue se había separado de María Antonia) mantuvimos una pequeña tertulia comiendo cada semana con unos amigos en una tabernilla cerca de Avenida de América. Él nunca había llegado a entrar en "el partido", pero había estado muy próximo a él, y cuando nos reencontramos se había vuelto muy españolista y anti snob; y procuraba, por ejemplo, consumir sólo productos españoles, incluso whisky DYC. Nuevamente dejé de verle, debido a mi absorbente dedicación al trabajo; por eso acabo de enterarme, mediante internet, de que en 2007 fue nombrado Caballero de la Legión de Honor francesa.
Tampoco coincidimos María Antonia y yo en la misma célula del partido, pues no existía todavía ninguna en la Escuela Oficial (había otra escuela de periodismo en Madrid, la de la Iglesia), y si había pasado por allí algún comunista, no había hecho ningún trabajo político. Creo que yo fui el primero en ponerme a ello, integrado en una célula de centros asimilados que agrupaba a los muy pocos militantes existentes en la Escuela de Cine y en Bellas Artes. Por esas fechas, hacia 1969-70, tras el fracaso del Sindicato Democrático de Estudiantes, el PCE tenía unos 120 afiliados en la Universidad Complutense, que contaba con unos 40.000 estudiantes; pero, siendo tan pocos, manteníamos una agitación casi permanente. La Escuela de Periodismo contaba con un pequeño círculo de los que en el partido llamábamos "progres", con un deje entre despectivo y apreciativo, pues eran los que nos compraban el Mundo Obrero,a veces firmaban alguna protesta y solían tener opiniones muy radicales, pero solo de café, y evitaban comprometerse. Me viene a la cabeza una discusión entre María Antonia y un compañero de clase que, con idealismo juvenil, proclamaba que lo importante en esta vida era hacer las cosas bien, de manera profesional y a conciencia. María Antonia le replicó: "Sí, un torturador puede decir lo mismo: hacer bien su trabajo". Para nosotros, por principio, todo policía era un torturador, un sicario dedicado a aterrorizar al "pueblo" en beneficio de "la oligarquía". Estas cosas vendrían muy bien a la ETA, apoyada por toda la oposición y por gobiernos europeos una vez empezó a asesinar policías.
Luego apareció por la Escuela de Periodismo un militante del PCE (i) o internacional, llamado Enrique Bustamante, cuya clandestinidad consistía en no meterse en nada, y otro del PCE (m-l)-FRAP, que tampoco creía que valiera la pena trabajar políticamente en un reducto de burgueses como la Escuela y se dedicaba más bien a la agitación de barrio. Este era José Catalán, más adelante refugiado en Albania, donde dirigía las emisiones de Radio Tirana en español. En el mismo partido estaba Manuel Blanco Chivite, de un curso superior, quien figuró entre los que vieron conmutada su pena de muerte en 1975. Por lo general, la labor política era muy lenta y difícil, y se criticaba duramente el consumismo imperante, que apartaba a las masas de sus deberes revolucionarios.
En alguna época que no recuerdo con precisión, seguramente a principios de los 70, fui a vivir por breve tiempo a un chaletillo de una urbanización llamada Saconia, en las afueras de Madrid, alquilado por varios estudiantes. Lo conocía de tiempo atrás, porque allí vivía Bustamante y en alguna ocasión me había dejado su habitación, estando él en clase, para que fuera con una amiga. Esto se hacía a veces: en otra casa en que estuve también dejé mi habitación a algún otro camarada con su chica. El ambiente del chalé en cuestión era un tanto alocado, y los dueños debieron de encontrar el sitio bastante destrozado cuando se fueron los estudiantes. Uno de los inquilinos, de Málaga, hacía constantes llamadas telefónicas a su novia, y las dejó sin pagar cuando se fue. Los pisos compartidos entre chicos solían quedar en mal estado, por lo que los propietarios preferían casi siempre alquilárselos a chicas estudiantes, mucho más cuidadosas. Cuando el feminismo empezó a cundir por España, una de sus tácticas consistía en escribir cartas a la prensa denunciando supuestos abusos machistas. Recuerdo una a El País en la que se afirmaba que a las chicas les era difícil alquilar pisos, pues siempre tenían preferencia los varones. Ocurría justo lo contrario, por causas fáciles de entender.
Una estudiante algo ninfómana pasó en el chaletito una temporada, no sé si ya lo he contado, y se lió con otro inquilino. Un domingo, al despertarse por la mañana, acordaron que sería bonito desayunar con churros en la cama, de modo que el maromo salió a buscarlos a un bar cercano. Pero el bar estaba cerrado, así como otros, y en el único abierto no tenían churros o se les habían acabado. Volvió, y la chica no estaba en la habitación. Fue a la habitación de un compañero a preguntar por ella, y encontró a los dos en la cama. En su sorpresa, solo fue capaz de balbucir: "Pues... resulta que no había churros". Y ella, igualmente cortada: "Vaya... ¡qué pena!, ¿no?". Debe reconocerse que la cosa era realmente cómica, a su manera. Yo no tuve noticia directa del hecho, que me contaba entre carcajadas otro antiguo habitante de la casa, cuando ambos estábamos en la OMLE (Organización de Marxistas Leninistas Españoles), tras haber roto yo con el PCE (acusábamos a este partido de "revisionista", cuando no de "socialfascista"). El otro dejaría la organización poco después de casarse con una hermana de Cerdán Calixto, si no me equivoco, el cual moriría a manos de la policía. Al desertor –sabio fue– le quedó el mote burlón de "el ex combatiente". La OMLE optó pronto por un estilo bastante puritano, desechando aquellos desmadres propios de repugnantes "pequeño burgueses", que además ponían en peligro la seguridad frente a la persecución policial.
El caso es que un buen día se descolgó por el chalé María Antonia. Se había casado con Azcue y tenido un hijo y casi venía huyendo del hogar, en fin, una ruptura matrimonial algo tormentosa, como tantas ha habido y hay cada vez más. No obstante, cuando me reencontré con Azcue, casi treinta años después, me calificó a María Antonia como "una gran mujer".
Desde luego, era una chica notable, conocida de otra amiga mía de la que anduve bastante y aun más que bastante enamorado. María Antonia era por aquellos tiempos muy rígidamente comunista y sabía tocar o crear la mala conciencia ajena, para llevarla por las vías apropiadas a la redención del proletariado, o al menos contra el franquismo. Como todos los comunistas, sabía emplear el latiguillo de las "libertades", mediante el cual procurábamos manipular a los incautos para moverlos de un modo u otro hacia metas que nada tenían que ver con cualquier libertad apreciable. Con el habitual descaro, esta manipulación se presentó después como la genuina política del PCE, en el cual habrían entrado –otra leyenda urbana– muchos buenos demócratas, por no hallar más cauce que "el partido" para oponerse a la funesta dictadura de Franco, que tan pobre y oprimido dejó al país, como todos saben. Los comunistas luchaban por las libertades, nada menos, y ¿cómo es que los demócratas no lo hacían? He aquí un buen acertijo. Solo una persona tonta sin remedio podía ignorar lo que era un partido comunista y cuáles eran sus fines. No hace mucho el periodista Fernando Jáuregui se mostraba orgulloso de su militancia en el PCE, con su "lucha por las libertades", y últimamente varios jefecillos comunistas se escandalizaban de que la RAE pudiera definir como totalitarios a aquellos "luchadores por la libertad". Realmente, ¿creen tan idiotas a los demás?
Por supuesto, María Antonia, que desde luego no era tonta, terminó por extraer algunas lecciones de la experiencia, y evolucionó.
–¿Y qué haces ahora?
–Soy teóloga.
–¿¡Cómo!?
–Sí, teóloga. Vivo en el valle del Tiétar y me dedico a estudios de teología.
Una evolución no muy habitual, por cierto. Debió de haber encontrado un camino particular, después de una juventud algo turbulenta. Entre la sorpresa, mi falta de reflejos y la urgencia de firmar libros, la conversación dio para muy poco más. La evolución de la gente siempre nos interesa, así de extraños somos los humanos para nosotros mismos, que siempre nos estamos sorprendiendo unos de otros. Sin ningún motivo aparente me vino el recuerdo hace poco.
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