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CHUECADILLY CIRCUS

Cuentos de hadas

Se le rompió la varita mágica. Ni lagartos en lacayos, ni peras en euros. Tampoco inmigrantes en ratones. El hada Solbes anda desconsolada. Busca algún ogro que le ayude a librarse de los veinteañeros que reclaman un puesto de trabajo. Al gato Sebastián se le han perdido las botas de siete leguas y no sabe dónde encontrarlas. Con las que le regaló su Zapatero no llega a la vuelta de la esquina. El complaciente Barba Azul sigue bajo los efectos de algún hechizo, pero nunca se sabe.

Se le rompió la varita mágica. Ni lagartos en lacayos, ni peras en euros. Tampoco inmigrantes en ratones. El hada Solbes anda desconsolada. Busca algún ogro que le ayude a librarse de los veinteañeros que reclaman un puesto de trabajo. Al gato Sebastián se le han perdido las botas de siete leguas y no sabe dónde encontrarlas. Con las que le regaló su Zapatero no llega a la vuelta de la esquina. El complaciente Barba Azul sigue bajo los efectos de algún hechizo, pero nunca se sabe.
Pedro Solbes.
Más de un ministro saldrá de vacaciones portando bajo el brazo alguna colección de cuentos de hadas, preferiblemente sin moralejas y bien ilustrados. Les recomiendo los de Perrault en edición y traducción de Luis Alberto de Cuenca.
 
Andaba el poeta y bibliotecario nacional zascandileando por una feria de libros antiguos cuando una simpática anciana interrumpió su lectura de un atlas de antes de la guerra y le sugirió visitar su desván de las maravillas: "Tal vez allí encontréis eso que siempre quisisteis obtener". Lo que mi tocayo no sabía es que la señora era en realidad un hada libresca. Enterada de lo mucho que los escritores españoles debían a la generosidad y desprendimiento del mecenas, quien a pesar de usar el dinero de todos no lo malgastó, le había concedido un don, el de rastrear tesoros literarios.
 
Así que, poco después de ingresar en aquella estancia polvorienta, antaño habitación de estudio de hadas aficionadas a las letras (ahora todas se han pasado al Facebook, y andan despistando a jóvenes y jóvenas con perfiles tan maravillosos como irreales), Luis se topó con un ejemplar de Les contes de fées publicado en el año del Señor de 1920 por el artista Jean Cocteau, novio del actor Jean Marais e inspirador del compositor Francis Poulenc. Como hombre culto y sensible que es, nuestro protagonista sabía de sobra que estos tres, y algún otro, habían sido hadas disfrazadas de hombre. Se lo dijo Ana María Matute una noche de verano en la Ciudad Condal, mientras visitaban el Barrio Gótico:
Por aquí viven muchas hadas vestidas de mujer, pero sin duda las mejores son las que andan bajo apariencia masculina. En los EEUU lo descubrieron hace tiempo; es por eso que allí a los mariquitas les llaman queen y fairy, como la protagonista del Sueño de una noche de verano de Shakespeare, otro que tal bailaba. Hubo muchas en París, hasta que Yves Saint Laurent, hechizado por una bruja malvada, las convirtió en esclavas de su atelier de moda.
Como por arte de magia, de lo más alto de una torre de enciclopedias antiguas cayó el volumen, que rebotó contra la incipiente calva de Luis y aterrizó frente a él abierto por una página de Pulgarcito.
– ¡Alicia, mira esto! –gritó a su mujer, que andaba curada de espanto de las bellas rarezas y dulces extravagancias de su marido. Ya se lo había dicho su madre: "Todas las aventuras que no pudiste correr en tu infancia, las vivirás junto a un hombre que llegará a ti cuando menos te lo esperes. No te lo pienses mucho o, desconsolado, se irá con otra".
 
– Querido, este mes comeremos huevos con patatas e higaditos de pollo, pero tus deseos se harán realidad –concedió Alicia mientras examinaba maravillada los dibujos de Lucien Laforge, de quien había oído hablar hacía años en alguna fiesta de pintores de ésas a las que iba pensando que allí encontraría a su amor.
Luis y Alicia abandonaron aquel desván 28.000 pesetas más pobres, pero mucho más felices de lo que habían llegado. Con el tiempo, el libro se convirtió en una de las principales atracciones para sus amigos e invitados. Hasta que una noche otra pareja, a quien el hada librera había conferido otro don, el del ingenio, les propuso reeditar el libro respetando el formato original. Luis se ofreció a traducirlo al español, y Alicia, que ya había sido avisada en sueños de que los Cuentos de hadas también tendrían un final feliz, se avino a cancelar un par de viajes románticos pendientes para que su marido pudiera concentrarse en su trabajo.
 
Charles Perrault.El resultado final fue presentado la pasada primavera en la Feria del Libro de Madrid, y llegó a mis manos por obra del genio internético Seleucus, de quien algunos dicen es sátiro, aunque otros afirman que en realidad se trata de un elfo desterrado de la Tierra Media por algún crimen nefando que le ha tocado purgar entre nosotros.
 
Total, que el otro día releí los cuentos de Perraut. Hacía mucho tiempo que no me regalaba un rato tan agradable. Me hicieron recordar una quincena de verano que pasé en las inmediaciones de un bosque de Soria. Equivocada, mi madre me envió a un campamento horrible plagado de seres semidiabólicos. Me dio por saltarme las actividades y huir a la espesura. Allí, bajo un árbol altísimo, leía sin parar hasta que me dolía la cabeza, que habría dicho Jo, la heroína de Mujercitas, esa novela para hombres, e invocaba a las hadas para que me socorrieran nublando la vista y el entendimiento de los monitores. Debieron de hacerlo, porque nunca me echaron en falta.
– ¡Vil escapismo, trucos de pillastres! Ni siquiera eres lo suficientemente despreciable como para que te dedique una columna. Andas enrejado en sueños que a la postre se convertirán en pesadillas. Estás hechizado, y acabarás como los personajes infernales de los tapices del Bosco que cuelgan de las paredes del monasterio del Escorial. ¡Arrepiéntete, he dicho! –ruge el airado pensador. También para él tengo recomendaciones, pero no de hadas, sino de ogros, su especialidad. Así podrá combatirlos mejor y, de paso, limpiar la Patria de seres engendrados durante alguna ceremonia masónico-satánica, valga la redundancia.
Uno de los ogros más célebres de la historia es Giles de Rais, quien fuera paladín de Santa Juana de Arco y autor de una terrible matanza infantil digna de Auschwitz. Hace años un sociólogo experto en criminología me confió que los ogros que salen en los cuentos son en realidad asesinos múltiples, violadores de niños y demás almas extraviadas. También se dice que el libelo de la sangre contra los judíos fue en realidad un intento de explicar y ocultar los asesinatos de infantes previo tormento sexual. El papel de ogros y ogrescas en la ficción era el de advertir de su presencia a los más jóvenes. Los sucesos del castillo de Tiffauges inspiraron a muchos artistas, que una y otra vez se preguntaron cómo un ser humano puede ser capaz de algo así.
 
La mejor recreación de las atrocidades del noble francés que conozco se halla en la novela Gilles y Juana, de Michel Tournier. El relato resulta espeluznante. El hedor de las vísceras esparcidas alrededor de los cuerpos inertes de los niños violados y el pestilente humo de la carne humana quemada en las chimeneas de la fortaleza resultarían insoportables si no fuera por la forma en que el autor transmite todo el horror con una prosa digna de las mejores páginas de Flaubert, las dedicadas a describir las batallas de cartagineses y romanos en Salambó. ¿Cómo separar la forma (estilo exquisito y elegante, imágenes perfectas, suspense y emoción) y el fondo (pura bestialidad)? ¿Acaso disfrutar de la lectura de un libro así nos hace cómplices de la barbarie? ¿Estamos todos locos?
 
Tournier, que antes de la literatura cultivó la filosofía, reflexiona sobre esos asuntos en una obra anterior, El rey de los Alisos, una recreación de la obra homónima de Goethe ("¿Quieres, buen muchacho, venir conmigo?"). Aquí el ogro protagonista se asemeja a los pederastas de hoy en día, que camuflan su monstruosidad bajo la bata del científico, la caridad del voluntario social o incluso el hábito del sacerdote (en España tenemos el magnífico filme El Cebo, del director de origen yugoslavo Ladislao Vadja). Abel Tiffauges colabora con los nazis en proyectos eugenésicos que le permiten acceder a un montón de niños, a los que secuestra y usa a su antojo (como diría Perrault, "olfateaba a izquierda y derecha diciendo que olía a sangre fresca").
 
Hojeo las páginas del libro en busca de alguna cita que ilustre la historia, pero me puede la aprensión. Había olvidado los escalofríos que me recorrieron mientras avanzaba en la lectura del cuento, imprescindible para los encargados de hacer bueno el acuerdo entre Zapatero y Rajoy sobre los pederastas. Espero que esta vez nuestros políticos sean capaces de alcanzar ese punto medio necesario entre la histeria y la dejadez, el alarmismo y la negligencia.
 
Resulta trágico que una conducta casi tan vieja como la humanidad haya sido prácticamente olvidada por el Código Penal de la democracia. A veces la historia y la literatura, especialmente los cuentos de hadas y las historias de ogros, enseñan lecciones que conviene no olvidar. No todo es método científico.
– ¡Querido niño, ven, alejémonos juntos!
¡Jugaré contigo a tan bonitos juegos!
¡Tantas flores colorean la orilla del río!
Y mi madre tiene hermosas ropas de oro.
 
(...)
 
– ¡Te amo, me tienta tu bello cuerpo.
Si no consientes, te obligaré por fuerza!
– ¡Padre, padre, se apodera de mí!
¡El Rey de los Alisos me está haciendo daño!
 
El padre se estremece, espolea al caballo,
aprieta contra su pecho al niño que gime.
Tras grandes esfuerzos, llega a la granja.
Y en sus brazos el niño ya está muerto.
 
Goethe
 ***
– ¿Pruebas sicológicas? Eso no son más que tonterías, padre. ¿Usted cree que seguirían por ahí merodeando todos esos pervertidos sexuales en busca de jóvenes de trece años si la sicología, la siquiatría o el cabrón de Sigmund Freud tuviesen la más mínima idea?
 
Thomas M. Disch, El cura.  
 
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