La prospectiva es una ciencia a menudo denostada que consiste precisamente en eso: en tratar de vislumbrar la pinta que tendrá el día de mañana, los pasos que la humanidad irá dando con el transcurrir de los años. Para su desgracia, no suele acertar. Pero ese es otro tema.
Esta semana hemos disfrutado de dos buenos ejemplos de afán prospectivista. En el centro de Madrid se ha celebrado la segunda edición de las conferencias TedxSol, la versión madrileña de las afamadas charlas TED, que hacen furor en internet y que reúnen a algunas de la mentes más brillantes y provocadoras de la ciencia y la técnica internacionales. Pudimos disfrutar en píldoras de 10 minutos de más de un digno intento de mirar al futuro. Y no tenía mala cara. Vimos que estamos más cerca de lo que parece de lograr que un cirujano ensaye la operación sobre el cuerpo del paciente antes de abrirle, gracias a un modelo tridimensional en realidad virtual que reproducirá frente a sus ojos el cuerpo del enfermo y la localización exacta de las lesiones. Comprobamos cuán avanzada está la fabricación de implantes neuronales que, depositados sabiamente en el cerebro de un ser humano, pueden ayudarle a superar su ceguera o a que remitan los inhabilitantes temblores del párkinson. Nos mostraron los pasos que ha de seguir la dietética en las próximas décadas para, en compañía de la genética, diseñar dietas personalizadas que no solamente sean más sanas sino que nos hagan más longevos. Futuro.
A él también se dedica el último libro de divulgación científica de Galaxia Gutenberg: Un viaje optimista por el futuro, de Mark Stevenson. Acaba de caer en nuestras librerías y nos recuerda a aquellos tratados de prospectiva que hicieron fortuna en el tránsito del siglo XX al XXI (Negroponte, Horgan, Brockman, Maddox...), que trataban de dibujar el camino que seguirían las entonces incipientes tecnologías de la información.
Sin duda, nuestra generación está más necesitada que ninguna de conocer el futuro. Sencillamente porque, si todo sale bien, vamos a vivir más. Probablemente los seres humanos que pisamos ahora mismo la Tierra seamos los más longevos jamás existentes. Quizás incluso más que nuestros nietos. El deterioro de los hábitos alimenticios y del apoyo social, según han alertado algunos expertos, puede producir que nuestros nietos sean la primera generación de la historia con una esperanza de vida menor que la de sus abuelos. Sea como fuere, los que nacimos en 1968 y en Occidente lo hicimos con una esperanza de vida media de unos 69 años. Por el simple hecho de haber cumplido los 40, dicha esperanza ya se ha aumentado en, al menos, 10 años. Y es muy probable que, si llegamos a cumplir los 50, la naturaleza nos dote de otra década de propina.
Como grupo social, nos queda mucho futuro por vivir, por eso nos fascina tanto. Uno de los más provocadores defensores de la ciencia antienvejecimiento, el biogerontólogo Aubrey de Grey, asegura sin pudor que el primer ser humano que llegará a vivir 1.000 años tiene en este momento 60. Es decir, que en los próximos 30 años se habrá avanzado tanto en el conocimiento de las bases biológicas de la vejez, que estaremos muy cerca de ralentizarla más de lo que podemos hoy soñar.
Su idea (controvertida, como es lógico) se basa en la propuesta de atacar el paso del tiempo igual que atacamos la llegada de una gripe. No nos importa saber por qué nos afecta, nos basta con detener sus síntomas. En lugar de obsesionarse con el conocimiento de los mecanismos biológicos del envejecimiento, científicos como Aubrey de Grey proponen luchar para disminuir sus efectos sobre el cuerpo:
Nadie es partidario de la malaria, y todos estamos de acuerdo en invertir nuestros esfuerzos en acabar con ella. Sin embargo, no todo el mundo se plantea la posibilidad de acabar con el envejecimiento. Pues he de decirles que la única diferencia entre la malaria y la vejez es que la segunda mata a más gente.
Las ideas de de Grey han inspirado un movimiento a medio camino entre la ciencia y la ideología conocido como transhumanismo. Sus seguidores se muestran dispuestos a dejar de morir. Utilizan sobre sus cuerpos todas las herramientas que la ciencia antienvejecimiento ha sido capaz de diseñar: dietas ricas en componentes químicos antioxidantes, ejercicios específicos para ralentizar el metabolismo y técnicas de criogenización para congelar sus cuerpos si no consiguen su objetivo de esquivar a la Parca. Son una estridencia en el panorama actual de la ciencia, pero no están lejos de lo que hacemos el resto de los mortales. Cada vez se venden más complementos dietéticos, productos de farmacocosmética, cremas reparadoras, suscripciones a gimnasios que solo tienen una pretensión, pedirle al reloj que no marque las horas.
La verdadera revolución (la única revolución real) en la historia de la ciencia llegará el día en que nazca el primer ser humano inmortal. ¿Creen que eso no va ocurrir jamás? Es probable. De momento la estadística parece demoledora: la inmensa mayoría de los seres humanos que han nacido han acabado muriendo. Pero también nos parecía imposible hace 50 años que fuéramos a viajar por el mundo con un aparato en el bolsillo capaz de servirnos imágenes en tiempo real de nuestro hijo, que estudia a miles de kilómetros de distancia, el día de su cumpleaños. Es lo que tiene el futuro, que nunca se sabe cuándo va a llegar.