Ya en la Edad Media, los caldos de esta región fueron los primeros que se comercializaron en la zona del Duero, y luego en otras ciudades españolas. Según cuenta la leyenda –quién sabe si sucedió realmente así–, fue el toresano fray Diego de Deza, confesor de Isabel la Católica, el que bautizó una de las carabelas de Cristóbal Colón con el nombre de La Pinta, en honor al vino de su tierra. La amistad llevó al descubridor del Nuevo Mundo a aceptarlo sin reservas, aunque no se sabe si la cesión del vino para llenar la despensa de la embarcación tuvo algo que ver en su decisión. Lo que sí se sabe es que los mencionados caldos aguantaron las largas travesías trasatlánticas en buenas condiciones gracias a su acidez y alta graduación alcohólica.
Con el tiempo, los vinos de Toro, recios, potentes, astringentes e intensos en color y sabor, fueron perdiendo terreno. Aquellas bodegas subterráneas, donde tan bien se controlaba la temperatura y se mantenían los vinos, se empezaron a llenar de telarañas. Esta situación cambió hace unos 20 años, con la llegada de una nueva generación de enólogos y viticultores. Las inversiones se multiplicaron, y se dotó a las bodegas de las últimas tecnologías. La región presume de contar con la primera estación enológica de España.
El trabajo silencioso y continuo se vio premiado en 1987, cuando Toro consiguió la Denominación de Origen. Hoy la calidad de sus vinos es incuestionable: han dejado de dejando ser esos antiguos "peleones" para mostrar una personalidad propia y diferenciada, un carácter bien estructurado y una elegancia, finura y modernidad que causa admiración entre los críticos especializados, que se han rendido a sus pies. De hecho, el gran "gurú" mundial, Robert Parker, vaticina que la de la D.O. Toro será la zona española con futuro más prometedor.
Sin embargo, el vino es sólo una excusa más para conocer esta tierra de buen vivir y mejor comer. La historia ha querido que su fantástica ubicación, sobre una planicie de arcilla, con unas desbordantes vistas sobre el Duero, la convierta en gran reclamo turístico. A pesar de la desastrosa labor urbanística de los años 60 y 70, Toro conserva mucho de su glorioso pasado. Su puente de piedra, con los veintidós arcos sobre el Duero, es un ejemplo de la arquitectura civil de los siglos XII y XIII. Una buena colección de monasterios, como el de Santa Clara o el de la Purísima Concepción, compiten con el de San Ildefonso, y parecen el aperitivo para la Gran Colegiata de Santa María la Mayor.
Hasta 1833, Toro fue cabecera provincial, y posiblemente siga siendo el lugar de referencia en Castilla y León por sus numerosas fiestas. Ya sean los carnavales o la Romería del Cristo de las Batallas, todos quedan detrás de las fiestas de San Agustín, a últimos de agosto, con los toros y los encierros, o la Virgen del Canto, que se celebra el 8 de septiembre.
Dónde dormir
– Hotel Residencia Juan II. Paseo del Espolón, 1. Teléfono: 980 690 300. Cercano de la Colegiata, en el Casco Viejo.
Dónde comer
– Restaurante Alegría. Plaza Mayor, 10. Teléfono: 980 690 085. Ideal para degustar la buena cocina toresana.
De compras
– Quesería Chillón. Plaza Varillas, 8, Pinilla de Toro. Teléfono: 980 695 416. Si usted quiere probar buenos quesos, esto es lo que buscaba.
– Licores del Padre Evencio. Monasterio de los Padres Mercedarios Descalzos. Teléfono: 980 690 215. Buen lugar para comprar buenos licores y vinos.