En la semana conmemorativa del 60º aniversario de Israel –país en el que he pasado algunos de los momentos más divertidos de mis últimos años y al que regresaré cuando el maromo que edita estas páginas me conceda unas merecidas vacaciones– he tenido que escuchar, otra vez, la chorrada ésa de: "No hay que ser antisemita, pero sí antisionista". ¿Y dónde ibais a meter a los cinco millones y medio de judíos que viven en Israel si los árabes consiguieran quedarse con todo el territorio? ¿En el piso de Maruja Torres? Lo siento por ella y por los demás, pero ser antisionista me parece otra forma de decir "complicidad con el nuevo Holocausto".
Si yo fuera judío, les diría que más vale ser antisemita y dejar en paz a los israelíes que ir dándoselas de persona sin prejuicios pero ejercer de sicario de Hamás, y encima sin cobrar, como hacemos los que colaboramos en este órgano de la "extrema derecha judaica" (el falangista ése dixit). De todas formas, si es cierto eso de que aquí algunos se lo llevan crudo por publicar a Pablo Kleinman, Julián Schvindlerman y compañía, yo también quiero una parte, y no precisamente en carne.
A los judíos se les suele culpar de una cosa y de su contraria, del liberalismo y del socialismo, de la libertad de comercio y del nacimiento de los sindicatos, de las faldas largas y del top less. Rebuscando en mi biblioteca, encuentro un texto publicado en 1897 en una revista del Apostolado de la Prensa en la que se dice más o menos lo mismo a propósito de los masones, culpables del sufragio universal, la libertad de prensa y "todas las demás licencias del Derecho nuevo", la deuda nacional, el socialismo y el anarquismo, el asesinato de reyes y obispos y la inmoralidad. Hace poco escuchaba en una emisora de radio justo lo contrario, es decir, que los masones habían inventado el liberalismo, la globalización y el gran capital, y que había que acabar con ellos para establecer en España la utopía nacional-sindicalista. ¿En qué quedamos?
Tampoco es que la cosa revista la menor importancia. En el último año, yo mismo he sido acusado, al mismo tiempo y en ocasiones por la misma persona, de fascista y de neoizquierdista, de defensor de la rancia moral victoriana y de odioso libertino, de facha y de progre. Sinceramente, hasta a mí me parece exagerado. Como les decía la semana pasada, la mejor infamia política es la exageración, no el delirio.
A otra cosa. Este sábado toca recordar a todas las víctimas de la homofobia y pedir que, allí donde sigue siéndolo, la gente deje de ser perseguida por su orientación u opción sexual. Lo recordaba el otro día el fotógrafo Herman Puig en la presentación de lo último de Zoé Valdés: La ficción Fidel ("La caca castrista agrada a ZP"), en el que la escritora cubana, que no necesita asistir a cursos en ningún think tank hispano o americano para saber qué es el totalitarismo, reproduce un gran número de testimonios y documentos espeluzantes. También resume la cronología "Mapa de la homofobia", del cineasta cubano Manuel Zayas, autor del magnífico documental Seres extravagantes. Ahí verán al Fidel de los primeros tiempos de la revolución, cuando el Che, "hermano mayor" de Zerolo –las palabras son del propio Pedro– hacía y deshacía en la Isla y denunciaba a los "extravagantes". Casi lo mismo que hacen ahora algunos, en un estilo que tanto recuerda al de aquellos fariseos cuya levadura Cristo recomendó no tomar por su alto contenido de cianuro espiritual (Marcos, 8:14-21).
Como dice el filósofo Gabriel Albiac, hablar de izquierda y derecha hoy en día es una mistificación. Las categorías son otras: libertad e intervención, y uno nunca sabe de qué parte del espectro político le puede venir el golpe.
Para conmemorar el Día Internacional contra la Homofobia, la hija de Raúl Castro ("Mi padre nos apoya en todo") ha organizado una serie de actos que, como todos los de ese estilo, pasarán inadvertidos para el 99,9% de los cubanos, aunque el 100% de la prensa ensalzará la inmensa labor del régimen en pro de la diversidad y el respeto a la diferencia. Más de lo mismo.
Aquí, la Federación de Lesbianas, Gays... (Felgtb) celebrará el día 24 una cena con ocasión de la entrega de sus premios Plumas y Látigos. Por lo que parece, eso de hablar de homofobia fuera de España no se lleva, no vaya ser que se termine incomodando algún amiguete del PSOE y el año que viene les retiren la subvención. Este año, los premiados con la pluma son la actriz y militante socialista Carla Antonelli, la ONU, Comisiones Obreras y UGT. El látigo es para los de siempre, la Cope. Ojalá el mayor peligro para la igualdad fueran los comentarios que de vez en cuando se le escapan a algún periodista de aquella emisora. Que haya otros medios y otras organizaciones verdaderamente homófobos, o al menos hostiles a la homosexualidad, igual que lo de Cuba y los países del Mediterráneo Sur, que dicen los forofos de Eurabia, no parece importarles. Bueno, en realidad sí les importa, y mucho, ocultar todo esto, porque, al fin y al cabo, para las maribolches todos ellos, desde los homófobos de la Autoridad Palestina a Hamás, pasando por los Castro, están en el mismo lado de la trinchera.
No se sorprendan. Cualquiera que haya leído algo sobre política radical y posea una pizca de cinismo (un cínico es alguien que cuando abre la ventana y huele a flores pregunta al portero dónde se celebra el funeral) sabe bien que eso de los pactos contra natura y los aliados naturales a menudo no es sino una añagaza más. Al final, todo se reduce a una cuestión de conveniencia y lucha contra el enemigo común: ya saldaremos cuentas cuando hayamos acabado con él. El problema es que normalmente uno de los dos extraños compañeros de cama suele arreglárselas para adelantarse al otro, y éste se encuentra de golpe y porrazo con que quien antes era su amigo se ha convertido en su peor rival. Algunas deberían echar un vistazo a su carné de baile, pues podría ser que estuvieran a punto de tomar parte en un vals muy negro.
A los más ingenuos del lugar les recomiendo la lectura de El nacimiento del terrorismo en Occidente, una obra que recoge los últimos hallazgos sobre la llamada "propaganda por el hecho" anarquista, que conmocionó Europa y los Estados Unidos hace más o menos cien años. Se ha conseguido probar, por ejemplo, la implicación de la ex reina de Nápoles María Sofía de Baviera en el asesinato de Humberto I de Italia. Parece ser que la señora, agitada por las inclinaciones libero-masónicas del rey, dio a un tal Malatesta una buena cantidad de dinero para que se cargara al monarca traidor, vendido a las huestes de la inversión de valores.
¿Qué hacía doña María Sofía pringada en un regicidio socialista?, se preguntarán algunos. Pues lo mismo que los anarcas: luchar contra el Estado liberal. Que ella pusiera el acento en lo liberal y éstos en lo estatal no impidió que se llevasen de maravilla.
A veces las auténticas conspiraciones, las que de verdad importan, son las que menos conviene airear. Que se lo digan a Dreyfus, víctima de uno de los contubernios más inteligentes de la historia. Un observador de la época dijo: "La extrema derecha se ha convertido en un batallón de la extrema izquierda". Nada nuevo en este soleado infierno. Apañados estamos.
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