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CHUECADILLY CIRCUS

Confesiones de alcoba

A pesar del paro, la violencia y los neocursillos del INEM, nuestros jóvenes nunca lo tuvieron mejor. Viendo Greek, una serie del canal Universal sobre un grupo de estudiantes americanos, decidí viajar al pasado y hurgar entre los libros que me ayudaron a configurar mi identidad, que dicen ahora. Todavía no me he repuesto del susto.

A pesar del paro, la violencia y los neocursillos del INEM, nuestros jóvenes nunca lo tuvieron mejor. Viendo Greek, una serie del canal Universal sobre un grupo de estudiantes americanos, decidí viajar al pasado y hurgar entre los libros que me ayudaron a configurar mi identidad, que dicen ahora. Todavía no me he repuesto del susto.
Curioseando en una librería bilingüe en vísperas del examen de Selectividad encontré una novela con un título provocador, Faggots (Maricones), escrita por Larry Kramer. Se presentaba como "un reproche al gueto gay autoimpuesto" y una censura de la promiscuidad y el abuso de drogas ilegales por parte de numerosos homosexuales neoyorquinos. La historia levantó ampollas en un movimiento que nunca ha llevado bien las críticas, aunque tampoco faltaron quienes la defendieron por su sinceridad y atrevimiento. Susan Sontag dijo de su autor que era uno de los alborotadores más valiosos de América: "Espero que nunca baje la voz".

Escrita en clave picaresca y tragicómica, Faggots narra las aventuras y desventuras de una serie de personajes del ambiente gay de NY. Un jovencito llega a la ciudad para liberarse y acaba hecho unos zorros. Tras convertirse en estrella del porno y acostarse con el modelo del anuncio de Marlboro, se sumerge en una espiral de sexo, en unos escenarios onírico-dantescos a caballo entre lo arrabaliano y lo nauseabundo, que lo deja para el arrastre. El segundo personaje más interesante es un chico bien de origen judío aficionado al sadomaso. Una noche su abuelo acude a uno de los clubes que frecuenta para discutir un importante asunto familiar. El pobre hombre acaba más muerto que vivo tras verse rodeado de las almas en pena de sus torturadores nazis.

El libro me dejó aterrado, traumatizado y con el estómago hecho polvo. No he vuelto a abrirlo desde entonces, por miedo a sufrir una conmoción. De todas formas, creo que su lectura fue positiva. Muchos le debemos la vida.

Pocos años después cayó en mis manos A Special Agent, Gay and Inside the FBI (Agente especial: gay en el FBI). Me lo recomendó un ex granjero de Nebraska con quien salía y al que dejé porque me harté de acompañar a su hijo a los partidos de baloncesto. El autor, hermano del periodista y cineasta californiano Lou Buttino, alterna el relato de algunas operaciones secretas (el caso Mitrione contra los tupamaros, el interrogatorio del capo mafioso Jimmy Fratianno) con su atribulada y agotadora existencia como homo armariado en una de las instituciones más machistas del país. Tras ser expulsado del cuerpo, Frank denunció al FBI. La jueza del caso se mostró perpleja por una política que si bien exigía máxima sinceridad a sus agentes sobre su vida privada pero que discriminaba a aquellos cuyos estilos de vida juzgaba poco apropiados. Un despropósito y una barbaridad.

Terminar el libro y hacer añicos el armario fue todo uno, gracias en parte a dos musculosas maravillosas, Rod y Bob Jackson-Paris, autores de Straight from the Heart (Directos desde el corazón), un remedo semicursi de novelita rosa y manual de autoayuda escrito a dos voces que sacudió el mundo del bodybuilding e hizo que cientos de miles de chicas americanas hicieran trizas sus pósters favoritos y, llorosas, quemasen sus números atrasados de Playgirl. El volumen incluye el reportaje fotográfico de la ceremonia matrimonial de la pareja en una iglesia unitaria y un soporífero poema que me hizo sentir bastante vergüenza ajena. En una de las instantáneas, Bob, antiguo Míster Universo, sale ajustándole a su novio la pajarita minutos antes de la boda, un terrible error que les costó la separación seis años después. Tamaña frivolidad y desprecio por la tradición no podía salirles gratis.

Greg Louganis.Mucho más intensas, aunque tal vez excesivamente lacrimógenas, fueron las conmovedoras confesiones del campeón de salto de trampolín Greg Louganis en Breaking the Ice (Rompiendo el hielo), publicadas en 1995. Las humillaciones y abusos que sufrió a manos de su pareja, un delincuente profesional que le llevó al borde del suicidio, y el reconocimiento de su enfermedad (VIH) desencadenaron una ola de furor y consternación sin precedentes. Algunos, llevados por la simpatía y la compasión, clamaron contra la intolerancia y la incomprensión de una sociedad cruel y despiadada. Otros lanzaron una chiflada campaña contra los bañadores Speedo por su apoyo al lobby gay, que ahora extendía sus tentáculos repletos de fétidas ventosas al prístino y virginal mundo del deporte de elite.

Tras el almizclado alegato a favor del gay marriage de los colegas de Schwarzennegger, las memorias de Louganis se me antojaron un saludable gancho de realidad, un golpe directo al corazón de los biempensantes. Desde las páginas de The Advocate, la publicación de referencia de los enterados, Bruce Bawer arremetía contra el matrimonio y proponía su abolición debido a su tufo intervencionista y socializante. Proponía la supresión del término de la legislación vigente y su sustitución por otras figuras legales, reservando la palabra a las iglesias, de donde nunca debería haber salido. Con el tiempo, esta reivindicación se ha convertido en santo y seña del movimiento liberal americano, aunque a algunos despistados les parezca un engendro zapateril.

Bawer erigió una de las primeras trincheras en lo que los estudiosos denominan Queer Wars (Guerras Mariquitas), el enfrentamiento a cara de perro entre gays progres y liberales. El título de su libro de 1992, A Place at the Table. The Gay Individual in American Society (Un lugar en la mesa. El individuo gay en la sociedad americana), indignó a los gurús de la Nueva Izquierda. El uso de la palabra individuo y la reivindicación de la variedad, la diferencia, el patriotismo e incluso la religiosidad, junto a su denuncia del comunitarismo y de la mordaza de los activistas profesionales, le granjearon el odio de los decanos de los departamentos de Gay Studies de las universidades de su país.

Tres años antes, los politólogos Marshall Kirk y Hunter Madsen habían publicado After the Ball (Después de la fiesta), un manual de marketing político en el que denunciaban "el mal gusto, la estridencia emocional y los delirios" de la comunidad gay y "la distorsión y estigmatización llevadas a cabo por el liderazgo homosexual para castigar a los políticamente incorrectos". Los autores exhortaban a los adultos a dejar de actuar como si tuviesen 18 años, a trascender el gueto y a perder el miedo a los juicios de valor. Veinte años después de la revuelta de Stonewall,
las máscaras se han caído y los atuendos ridículos han hecho mutis. La sala está vacía. La auténtica revolución gay comienza mañana. Así que vete a casa, cámbiate y preséntate en la estación a las ocho.
Veinte años después, miles de jóvenes españoles se deleitan con las correrías de una pandilla de universitarios norteamericanos entre los que destaca Calvin, gay, negro y carente tanto de complejos estúpidos como de orgullo fatuo. Hace poco se quejaba de la revolución metrosexual porque confunde y acaba con las viejas certidumbres. Lo que pasa es que en pocos años el miedo y la impostura han dado paso al artificio y la diversión, aunque algunas mariquitas envidiosas, ésas que perdieron el tren de la historia por un plato de lentejas, lo lamenten amargamente. Créeme, Calvin, no tienes nada que envidiar a tus mayores. Yo tampoco.


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