Vinieron luego tiempos en los que la ingesta de pan se relacionó con una alimentación poco variada, más bien pobre; por otro lado, se acusó al alimento básico de ser culpable de una de las plagas de nuestro tiempo, la obesidad. De hecho, el consumo de pan descendió...; hasta que, a fuerza de aumentar la variedad y la calidad de la oferta, el pan volvió a ser valorado y apreciado y se recuperó. De hecho, hoy la variedad y calidad del pan es un punto que se tiene muy en cuenta a la hora de calificar un restaurante, porque seguimos comiendo, cómo no, pan.
Ciertamente, nunca han faltado voces que protestasen de ese apartado en la factura del restaurante camuflado bajo el enunciado "Pan y mantequilla", u otro similar. Era un cargo del que no se libraba nadie, comiese o no pan y lo untase o no con mantequilla. Nunca olvidaré un programa radiofónico en el que Andrés Aberasturi –cuánto te echamos de menos, maestro– despotricaba contra esa costumbre aplicada en la cuenta de un restaurante de cocina casera arguyendo que, en casa, deben de ser muy pocos los españoles que entretengan la espera de la comida tomando pan con mantequilla. Y tenía razón, pero en el restaurante... ya se sabe.
Lo que, hasta ahora mismo, nunca me había sucedido es que el pan fuese el capítulo de mayor cuantía en la cuenta de un restaurante. Me resultaba inimaginable, de modo que hube de ver detenidamente una y otra vez la factura para convencerme de que sí, de que el cargo por el pan era el más importante de la cuenta, cuenta en la que aparecían vinos y licores no precisamente de los baratos.
Pero allí estaba, agazapado, el cargo: "8 pan, a 2,60 euros pieza, 20,80 euros". Como había cenado en el mismo local la noche anterior, fui a mirar la otra factura, y concordaba: "2 pan, a 2,60 euros, 5,20 euros". Les puedo jurar que ni nosotros dos, el primer día, ni nuestros dos invitados, el segundo, nos comimos una canasta de panes diversos. Sin duda repetimos, supongo; tampoco es que se tratase de piezas de gran tamaño, y son cosas que uno, normalmente, no mide cuando está en el restaurante.
Hasta ahora, al menos. Porque, visto lo visto... Dejando aparte el hecho de que el famoso concepto "pan y mantequilla" puede obviarse repercutiéndolo en el precio de los platos sin que nadie se vaya a escandalizar, aceptaremos como lógico que a uno se lo cobren, ya que se lo come. Pero hasta el otro día no me había sucedido que nadie contase los panecillos –eran pequeños– que se consumían en la mesa.
En la factura viene un cargo por pan, con o sin mantequilla, y punto, tome uno el pan que tome. Lo normal es que se lo repongan varias veces a lo largo de la comida o la cena; gentes he visto yo en restaurantes de cocina de diseño que devoraban seis, ocho y hasta diez panecillos en las interminables esperas entre plato y plato, sin que en la factura les llevasen la cuenta del pan consumido.
Aquí, por lo visto, sí que llevaban la cuenta... con vistas a la cuenta. Qué quieren que les diga: he de aceptar que uno pague lo que consume, pero esto me pareció algo más que rizar el rizo: especificar en la factura el número de raciones de pan que se han tomado es, por un lado, antipático, y por otro, y dada la costumbre general, me parece abusivo. Ya les digo que era el concepto más oneroso de la factura. En fin, nunca te acostarás sin vivir una experiencia más.
Y pensar que, hasta ahora, en lo referente al pan en el restaurante lo único que me molestaba era, aparte de que el pan, en estos tiempos que corren, no fuera bueno, el hecho de que me lo retiraran antes del postre... Ésa es otra: le quitan a uno el pan y, si pide queso, le traen pan tostado, cuando lo que uno quiere es pan-pan, que al parecer se lleva bien con la mantequilla pero no, desde la óptica restauradora, con el queso, que no es más que otro lácteo y que siempre se ha comido con pan.
Ciertamente, nunca han faltado voces que protestasen de ese apartado en la factura del restaurante camuflado bajo el enunciado "Pan y mantequilla", u otro similar. Era un cargo del que no se libraba nadie, comiese o no pan y lo untase o no con mantequilla. Nunca olvidaré un programa radiofónico en el que Andrés Aberasturi –cuánto te echamos de menos, maestro– despotricaba contra esa costumbre aplicada en la cuenta de un restaurante de cocina casera arguyendo que, en casa, deben de ser muy pocos los españoles que entretengan la espera de la comida tomando pan con mantequilla. Y tenía razón, pero en el restaurante... ya se sabe.
Lo que, hasta ahora mismo, nunca me había sucedido es que el pan fuese el capítulo de mayor cuantía en la cuenta de un restaurante. Me resultaba inimaginable, de modo que hube de ver detenidamente una y otra vez la factura para convencerme de que sí, de que el cargo por el pan era el más importante de la cuenta, cuenta en la que aparecían vinos y licores no precisamente de los baratos.
Pero allí estaba, agazapado, el cargo: "8 pan, a 2,60 euros pieza, 20,80 euros". Como había cenado en el mismo local la noche anterior, fui a mirar la otra factura, y concordaba: "2 pan, a 2,60 euros, 5,20 euros". Les puedo jurar que ni nosotros dos, el primer día, ni nuestros dos invitados, el segundo, nos comimos una canasta de panes diversos. Sin duda repetimos, supongo; tampoco es que se tratase de piezas de gran tamaño, y son cosas que uno, normalmente, no mide cuando está en el restaurante.
Hasta ahora, al menos. Porque, visto lo visto... Dejando aparte el hecho de que el famoso concepto "pan y mantequilla" puede obviarse repercutiéndolo en el precio de los platos sin que nadie se vaya a escandalizar, aceptaremos como lógico que a uno se lo cobren, ya que se lo come. Pero hasta el otro día no me había sucedido que nadie contase los panecillos –eran pequeños– que se consumían en la mesa.
En la factura viene un cargo por pan, con o sin mantequilla, y punto, tome uno el pan que tome. Lo normal es que se lo repongan varias veces a lo largo de la comida o la cena; gentes he visto yo en restaurantes de cocina de diseño que devoraban seis, ocho y hasta diez panecillos en las interminables esperas entre plato y plato, sin que en la factura les llevasen la cuenta del pan consumido.
Aquí, por lo visto, sí que llevaban la cuenta... con vistas a la cuenta. Qué quieren que les diga: he de aceptar que uno pague lo que consume, pero esto me pareció algo más que rizar el rizo: especificar en la factura el número de raciones de pan que se han tomado es, por un lado, antipático, y por otro, y dada la costumbre general, me parece abusivo. Ya les digo que era el concepto más oneroso de la factura. En fin, nunca te acostarás sin vivir una experiencia más.
Y pensar que, hasta ahora, en lo referente al pan en el restaurante lo único que me molestaba era, aparte de que el pan, en estos tiempos que corren, no fuera bueno, el hecho de que me lo retiraran antes del postre... Ésa es otra: le quitan a uno el pan y, si pide queso, le traen pan tostado, cuando lo que uno quiere es pan-pan, que al parecer se lleva bien con la mantequilla pero no, desde la óptica restauradora, con el queso, que no es más que otro lácteo y que siempre se ha comido con pan.
En fin, que éste es un caso flagrante de aplicación del dicho que dice "dame pan y llámame tonto", que es de lo que se le queda a uno la cara cuando repasa la factura y ve la repercusión del pan en el total. Ciertamente, en el restaurante en cuestión lo que es de aplicación es otro dicho habitual: con su pan se lo coman... y se lo cobren al detall.
© EFE