El aire de Madrid está mejor que nunca, ha dicho. "No hace falta leer los medios de comunicación para darse cuenta de que la atmósfera es mucho mejor de la que había en la ciudad hace décadas, cuando las chimeneas de carbón y las fábricas generaban unas boinas y hongos que sí que eran para destacar", se jactó ante la prensa.
Y sí, es cierto, señor Cobo. El aire que respiramos los madrileños es mucho mejor que el que inhalábamos hace cuarenta años, cuando la mayoría de los hogares de la ciudad se calentaban con carbón. Las calles están más limpias, liberadas de los manchurrones de hollín que dejaban a su paso los sacos a duras penas arrastrados por los carboneros. Cierto.
Diría más, señor vicealcalde: se ha quedado usted corto. Porque, si lo piensa bien, también ha mejorado la alimentación de nuestros niños, sobre todo si la comparamos con aquellos chavales que hacían cola en el patio de la escuela para recibir un pedazo de queso chedar made in USA y un chupito de Pelargón. ¡Cómo hemos cambiado, don Manuel! Con qué alegría llegamos a casa y encendemos la luz, casi seguros de que no vamos a sufrir uno de esos molestos apagones tan habituales en la postguerra. Aquellos sí que eran malos tiempos, qué fétidos aires se respiraban. Si cualquiera de nuestros abuelos hubiera podido vivir en el Madrid de hoy, saldría a la calle a inhalar dióxido de nitrógeno con mucho gusto: "Esto es aire, y no la mezcla de azufre y vapor de agua que nos regalaban los hornos industriales de mi niñez", nos diría. Somos unos afortunados. Fíjese, incluso ahora nos vestimos con tejidos sintéticos de moda, que hubieran hecho las delicias de los neandertales que atravesaron la meseta hace unos 30.000 años. Sinceramente, no sé de qué nos quejamos.
Somos unos quisquillosos. Es cierto que los niveles de dióxido de nitrógeno superan todos los límites recomendados, pero ¿acaso no hemos reparado en lo limpias que están nuestras calles y avenidas? Mucho más transitables que el lodazal hediondo que debió de encontrarse José I cuando entró por primera vez en la capital, calle Alcalá abajo.
El Consistorio está la mar de satisfecho con la calidad ambiental de la Villa y Corte. No es de extrañar, si el listón se lo ponen tan bajo. En estas cosas de la ecología, cualquier tiempo pasado fue peor. Siempre encontraremos una década más sucia, aunque tengamos que escarbar en los baúles de la historia. El problema, señor Cobo, es que es hoy y no hace cincuenta años cuando nuestros medidores arrojan datos de dióxido de nitrógeno que nos sacan los colores en la Unión Europea (claro, que hace cuatro décadas no había Unión Europea alguna que fijase límites a la porquería ambiental). El problema es que es hoy cuando la prensa internacional ha alertado sobre la mala calidad del aire de Madrid. Es ahora cuando salen a la luz los datos que relacionan el aumento de partículas respiradas y el aumento de los ingresos hospitalarios por afecciones respiratorias y cardiovasculares.
El problema, vicealcalde, es que a usted y su equipo les ha tocado responsabilizarse del aire que absorben nuestros pulmones hoy mismo, no del que inhalaba la Chelito cuando salía del Trianon Palace con su pulguita, entre vaharadas de puros habanos y copazos de chinchón.
El problema es que, mientras se enreda en nostalgias y miradas al retrovisor, sigue usted negándose a anunciar cuáles son las medidas concretas que el Ayuntamiento está tomando para evitar que el año que viene, cuando regrese el anticiclón invernal como vuelven inexorables las golondrinas así alborea abril, la boina vuelva a cernirse sobre nuestras cabezas. Porque será eso lo que ocurrirá, y usted lo sabe. Ahora, con la borrasca barriendo el aire, puede aprovechar para sacar pecho. Pero las borrascas pasan y el verano está a la vuelta de la esquina. Entonces estaremos alerta porque es el tiempo del ozono, otro contaminante peligroso que gusta de las altas presiones. Eso sí, mucho menos peligroso que la cicuta que bebió Sócrates. No vayamos ahora a quejarnos de vicio.