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PANORÁMICAS

Cine y pedagogía para @EsperanzAguirre

No hay duda de que la principal agitadora cultural en la política española es @EsperanzAguirre, permítanme que la denomine por su nombre de guerra en Twitter. Es la única a estribor a la que no cabe aplicarle el calificativo con que Federico Jiménez Losantos satirizó el socialismo de derechas imperante: "maricomplejines".


	No hay duda de que la principal agitadora cultural en la política española es @EsperanzAguirre, permítanme que la denomine por su nombre de guerra en Twitter. Es la única a estribor a la que no cabe aplicarle el calificativo con que Federico Jiménez Losantos satirizó el socialismo de derechas imperante: "maricomplejines".

Los maricomplejines son esos que tienen tanto miedo a ser calificados de "antipáticos", que ante sprefieren abjurar de sus referentes contemporáneos, de Hayek a Friedman, no vaya a ser que los tilden de "neoliberales". Será porque en lugar de la utopía neoliberal prefieren la inopia paleoliberal...

La última batalla cultural de la Presidenta se centra en el ámbito de la educación. No nos engañemos: tras la decisión de crear un bachillerato para la excelencia y aumentar las horas lectivas al profesorado de secundaria, así como de las alusiones a la gratuidad de la enseñanza, lo que se larva es un ataque de más calado contra dos dogmas de la ideología pedagógica que ha hundido el sistema educativo español en el cenagal de mediocridad.

El primer dogma es el del igualitarismo escolar. No hay algo que se persiga más en el sistema educativo español que la excelencia, el elitismo, el mérito. Al ser la igualdad y la solidaridad los valores fundamentales, por encima de la libertad, se sacrifican las cabezas que destacan para así conseguir que todos sean iguales en la mediocridad. Y ello desde la absurda, aunque simbólicamente importante, eliminación de las tarimas en las aulas –que elevaban al profesor por encima de los alumnos, lo que suponía desde este punto de vista democrático un intolerable rasgo de autoritarismo y clasismo–, pasando por la eliminación del cero como nota de calificación –no vaya a ser que los chavales se traumaticen–, y con el cero todo el sistema de calificación numérica, tan preciso como discriminatorio de los respectivos méritos, por un vaporoso y ambiguo "Progresa adecuadamente". Y si de los alumnos pasamos a los sistemas de contratación y evaluación del profesorado universitario, entonces nos podemos echar a reír o llorar, dependiendo de nuestro grado de optimismo antropológico...

El segundo dogma es la satanización del mecanismo de la competencia en el ámbito del negocio educativo. No es por casualidad que mientras el informe PISA describe sistemáticamente el sistema escolar español como un fracaso en toda regla y los ránkings internacionales la tienen tomada con las universidades españolas, las escuelas de negocios nacionales se codean con las mejores del mundo. El secreto, claro, está en la competencia al que están sometidas estas últimas, que las obliga a remodelarse continuamente ofreciendo valor añadido.

En Suecia, como explica Mauricio Rojas, y en el Reino Unido, con la aplicación por David Cameron de ese concepto tan hayekeano de Big Society (menos estado y más sociedad civil), están empezando a experimentar en la educación con los principios liberales. Tanto en el caso del cheque escolar sueco como en el de las free schools, de lo que se trata es de introducir una competencia que lleve a los sistemas educativos a combinar la calidad con la equidad siguiendo el parámetro de la igualdad en el sentido liberal, es decir, por el lado de las oportunidades y no de los resultados.

Las películas que han tratado el tema de la educación, de forma central o tangencial, se han hecho eco de estas problemáticas ideológicas, de estos conflictos de valores, entre la igualdad de oportunidades, que conduce a la excelencia pero también a la desigualdad en las metas alcanzadas, y la igualdad en los resultados, que lleva al igualitarismo pero tiene como corolario la mediocridad. Mis favoritas son:

Rebelión en las aulas (James Clavell, 1967). Sidney Poitier es un ingeniero reciclado en profesor en una escuela conflictiva llena de alumnos a los que la lengua de palo pedagógica denomina "disruptivos". Frente a las tesis de Foucault, que tanto han influido en la satanización izquierdista del sistema educativo, al equiparar la escuela a la cárcel o los psiquiátricos, por su organización represiva, Clavell da una lección en imágenes sobre la diferencia entre autoridad y autoritarismo, mostrando que, como decía Hannah Arendt, la institución educativa debe funcionar paradigmáticamente como un despotismo ilustrado.

– El hombre sin rostro (Mel Gibson, 1993). El controvertido, polémico y fuera de norma Mel Gibson inauguró su carrera como director cinematográfico con esta metáfora sobre una educación en la que se compaginan la cultura del esfuerzo, el trato personalizado al alumno y unos métodos pedagógicos novedosos (lo cual no pasa necesariamente por la implantación sistemática y acrítica de las tecnologías de la información).

– El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989). Esta película emblemática de la pedagogía progresista es un claro ejemplo de brillante sofisma cinematográfico que impacta rotunda pero negativamente el imaginario colectivo –solo la capciosa Cero en conducta (1933) de Jean Vigo ha tenido una influencia más perversa–. "Carpe diem", anima el poético profesor Keating a sus alumnos, al ritmo de los versos de Shelley y Whitman, mientras arranca las páginas más analíticas y reflexivas de los libros de texto. El mensaje es claro: hay que sentir, no reflexionar; viva la sentimentalidad, muera la razón. Las figuras revestidas de autoridad en la película, del director del colegio al padre del protagonista, no solo son feos sino dictatoriales, cerriles y brutales.

La clase (Laurent Cantet, 2008). Una buena introducción en los límites del multiculturalismo como política educativa y del diálogo como herramienta de resolución de conflictos. Los profesores españoles habrán alucinado en colores con la tranquila jerarquía y el sentido de la disciplina que ejerce el director del instituto cuando tiene que ejercer de defensor de los derechos de los vapuleados y de sancionador de las conductas violentas, en este caso un profesor con las mejores intenciones que se tiene que enfrentar a alumnos que, ay, no las tienen.

American History X (Tony Kaye, 1998). Esta película ya vale la pena por dos impactantes giros de guión, de los que te ponen boca abajo y hace que se te caigan las palomitas, pero desde el punto de vista del contenido destaca porque establece como ninguna otra el conflicto de valores que se suscita entre la institución familiar y la institución educativa, que pueden tener visiones del mundo completamente diferentes, y que anima esa petición de Rafael Sánchez Ferlosio de que los padres tengan completamente prohibida la entrada en la escuela...

La soga (Alfred Hichcock, 1948). Los mejores alumnos de James Stewart rinden un particular homenaje a sus enseñanzas ¡asesinando a uno de sus compañeros! El malabarismo formal de rodar toda la película en plano secuencia ha ocultado esta fenomenal presentación hitchcockiana sobre la responsabilidad del profesor (¿del cineasta?) para con lo que enseña. Toma nota, Keating.

El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962). La película es un catálogo y una defensa de los viejos principios liberales: el derecho a la vida, a la libertad de expresión, a la libertad de asociación, a la libertad de prensa. Junto a Wayne y Stewart, en el bando de los civilizados destaca la rectitud moral de Edmond O'Brien, como siempre borrachuzo, interpretando al periodista Peabody, que sale a la calle a tomar el aire y cuando alguien le dice que se meta en casa, que hay peligro porque anda por allí Liberty Valance, contesta que está ejerciendo su "inalienable derecho a la felicidad". Y, sobre todo, Vera Miles, la chica analfabeta que consigue leer y escribir para, a continuación, crear una escuela, el gozne que separa la libertad (Liberty) del salvaje oeste de la libertad (Freedom) dentro de los límites de la ley.

The Wire, 4ª temporada (Simon & Burns, 2009). Escribí en su momento:

De las cinco que componen esta saga de polis y yonquis, es mi favorita. Una larga trenza formada por un hilo político, otro educativo, la habitual guerra entre camellos y las descorazonadoras escaramuzas policiales... sigue el tráfico de drogas, el tráfico de corruptelas, el tráfico de votos, el tráfico de miserias, en definitiva. Pero también se vislumbra un atisbo de luz, de resplandor cívico en la escuela de secundaria en la que un par de profesores ejemplares se juegan la vida –literalmente– para dar un poco de esperanza a un grupo de chicos y chicas negros condenados a ser carne de cañón, de prostitución, de sida. Aunque sea enseñándoles probabilidad para hacerles ganar en las timbas callejeras de dados.

Adiós, muchachos (Louis Malle, 1987). Nos educan los profesores y también los compañeros, nuestros pares. El siempre inteligente y elegante Malle nos sumerge en un internado católico durante la ocupación nazi de Francia. Sirve de recordatorio sobre el hecho fundamental de que la escuela es sobre todo una escuela de vida para la vida. Pocas veces una despedida ha sido tan emocionante y ha enseñado tanto.

El pequeño salvaje (François Truffaut, 1969). Steven Pinker, el psicólogo evolucionista, en La tabla rasa (2005) desmontó tres dogmas de la antropología moderna: el del buen salvaje (Rousseau), el de la tabla rasa (del empirismo) y el del fantasma (mental) en la máquina (corporal) (Descartes). Adaptando el cuaderno clínico del doctor Itard cuando se ocupó de la educación de un pequeño salvaje encontrado en unos bosques franceses, Truffaut había llevado a la gran pantalla en forma cinematográfica las tesis que luego Pinker desarrollaría. Uno de los monumentos culturales del humanismo existencialista.

Otras fundamentales son Esta tierra es mía (Jean Renoir), Los juncos salvajes (André Techiné), La ciudad de los muchachos (Norman Taurog), La calumnia (William Wyler), La mala educación (Pedro Almodovar), Las campanas de Santa María (Leo McCarey), La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda), El indomable Will Hunting (Gus van Sant), Elephant (Gus van Sant), Escuela de rock (Richard Linklater), Hijos de un dios menor (Randa Haines), El sustituto (Robert Mandel), El joven Törles (Volker Schlöndorff ), El enigma de Kaspar Hauser (Herzog)

Y la última, que es Stella, actualmente en pantallas de Madrid, Barcelona, Bilbao, Málaga; la historia de una niña de 11 años en el París de 1977 que comienza un nuevo curso en una prestigiosa escuela secundaria, lejos del bar cutre-bohemio de sus padres. Por cierto, el distribuidor de la película en España aprovecha los mensajes de promoción de la película para "sumarse a los profesores y la defensa de la enseñanza pública, por el bien de los propios niños y del presente y futuro de nuestra sociedad". La guerra cultural continúa...

 

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twitter.com/santiagonavajas

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