Boxeador con una extraordinaria derecha pero manco de la izquierda, una serie de lesiones lo apartaron de los cuadriláteros. Condenado a malvivir con empleos inestables en los muelles de Nueva York, pudo volver a subir al ring para un último combate, que, sin embargo, le proporcionó una segunda oportunidad de reanudar su carrera boxística, aunque era relativamente viejo y estaba poco entrenado. De desahuciado para el boxeo a campeón del mundo de los pesos medios, luchando con un enorme Max Baer y las apuestas en contra de 10 a 1, media un abismo que Braddock consiguió superar con entrega, fe y un ramalazo de buena suerte.
Cinderella Man (El Hombre Cenicienta) es un cuento moralista, optimista, de tono intimista y a ratos épico, apto para toda la familia pero decididamente inane y falsario. Ron Howard, un director sin personalidad, rebaja las aristas que sin duda tuvo la historia real de James Braddock y su familia (por ejemplo, su "deserción" de la iglesia y la religión –acusaba a Dios de haberle abandonado–, tratada en la película como si fuera una mera cuestión de incompatibilidad horaria con el trabajo). El tufo de falsedad que rezuma este cuento de hadas se pone de manifiesto también en una producción en la que hasta la pobreza parece de diseño. Y la honestidad y densidad de los valores éticos del James Braddock real quedan sumidos en la neblina de la dirección edulcorada de Howard y en un guión que confunde la hagiografía con la ocultación de los aspectos oscuros.
Braddock era una buena persona, pero Howard se ve en la obligación de convertirlo en un modelo inmaculado, de lo que resulta una leyenda de santo boxeador. En definitiva, Howard y su guionista, Hollingsworth, elaboran una blandengue historieta con moraleja y final feliz.
En sus peores momentos, el uso y abuso de los niños de Braddock para inspirar pena, así como el exceso de Renée Zellweger en el papel de sufrida pero comprensiva esposa del héroe, se revela la mediocridad de Howard, sometido a los lugares comunes del peor cine comercial. Ni siquiera las secuencias de las peleas están bien rodadas, porque no hay ninguna innovación ni atisbo de originalidad respecto a lo visto en otras ocasiones. Sólo la convincente presencia de Russell Crowe como James Braddock y el cada vez más omnipresente, afortunadamente, Paul Giamatti consiguen a duras penas hacer soportable la película, incluso hacerla entretenida, cuando ambos coinciden en el plano.
Y es que si Ron Howard ha declarado que Russell Crowe no tiene nada que envidiar a Robert de Niro, él sí tiene mucho que envidiar y aprender del Scorsese de Toro Salvaje, o del recientemente fallecido Robert Wise, autor de una de las más negras historias de boxeo: Nadie puede vencerme, que comparte la temática con Cinderella Man: un boxeador viejo y acabado con una última oportunidad, pero sin ningún adorno de Navidad añadido.
Más que en el género boxístico, Cinderella Man se enmarca dentro de esa tradición del cine americano ejemplificante y moralizador que tuvo su apogeo en las películas de Mickey Rooney y ahora se reactualiza en películas como Sea Biscuit (la historia heroica de un caballo de carreras y su jinete, también en los años oscuros de la Gran Depresión). Estos retratos optimistas, juveniles, simplifican y trucan el drama de la Gran Depresión, que sin embargo sí fue mostrado por el propio cine americano en películas grandiosas, en su belleza y dureza, como Las uvas de la ira, de John Ford (Howard ha declarado que vio varias veces Las uvas de la ira, así como cientos de vídeos, para captar el ambiente de la Gran Depresión. Más bien parece que se dedicó a repasar Mary Poppins).
La película ha sido vapuleada por la crítica en EEUU, que no se ha tragado la pastilla opiácea que les proponía Howard, quien, por cierto, ya prepara uno de los bombazos cinematográficos del próximo año: la adaptación de El Código Da Vinci interpretado por Tom Hanks. Sin duda, no hay director más indicado para llevar a la pantalla el talento literario de Dan Brown.
Más allá de lo contado en la película, James J. Braddock llegó a enfrentarse a uno de los más grandes de la historia, Joe Louis, que declaró que el púgil neoyorquino había sido el más honesto de sus contrincantes. En 1964 se incluyó su nombre en el Ring Boxing Hall of Fame, en 1991 en el Hudson County Hall of Fame y en 2001 en el International Boxing Hall of Fame.
Por último, es interesante conocer la opinión que tiene Crowe sobre el boxeo: "Cuando era pequeño estaba obsesionado con Muhammad Ali. Sugar Ray Leonard y Óscar de la Hoya eran también un espectáculo. Pero, fundamentalmente, creo que el boxeo es un deporte estúpido. Resulta tan absurdo ver a dos individuos encerrados en un cuadrilátero, sin poder escaparse, vestidos con aquellos ridículos pantaloncitos, unas cómicas botitas y enormes guantes. Y si mientras recibes una paliza te desconcentras, estás perdido. En cualquier caso, para ser boxeador se necesita mucho coraje. No tienes espacio para huir, te miran y te critican millones de personas apasionadas, y al final uno de los dos púgiles sufrirá la vergüenza del fracaso. Se necesita mucha autoestima para afrontar la derrota y la humillación ante toda esa gente".