Cuatro o cinco horas perdidas. Mi sensación de impotencia suma me acongojó. A sus lemas facilones o falsarios hasta el descaro yo había opuesto toda una artillería de opiniones fundadas y muchas certezas esculpidas a golpe de lectura y estudio… y no me había servido de nada. Entonces pensé: "Si me ha ocurrido a mí, que por mi oficio estoy obligado a formarme en la materia de la que hablo, y he fracasado a la hora de convencer… ¿qué podrá oponer una persona normal que en el bar, en la oficina o en la comida de los domingos con el concuñado, ese medio lerdo que todo el mundo tiene, trate de enfrentarse a un eslogan perfecto pero patético como el de No a la guerra?". Y de ahí, ¿cómo podrá enfrentarse al sentimentalismo del falso derecho a la autodeterminación, a la amoralidad perversa del aborto, al laicismo rampante y anticonstitucional, al anglosajón "derecho a la felicidad", al "todas las opiniones son respetables", a las bondades de la "memoria histórica"? ¿Cómo podrá pasar esa persona del "queremos saber" (… qué ocurrió en el 11-M) a lo de "el ácido bórico lo utilizo para el olor a pies"?
Esas cosas discurría cuando recibí una llamada de Álex Rosal, editor de Libros Libres; con una propuesta que resolvía todas mis congojas: "¿Por qué no sacamos una revista?"
– ¿Libre?
– Claro.
– ¿Constitucionalista?
– Absolutamente.
– ¿Española?
– Por descontado.
– ¿Cristiana?
– Eso es lo primero.
– ¿Mensual?
– Mensual.
A lo largo de muchas conversaciones, fuimos dando forma al medio y perfeccionando el mensaje. Hasta que llegamos al temido naming, o de qué manera llamar a la criatura. "Si te parece, eso lo dejo a tu criterio", dijo Álex Rosal.
Lo primero que tenía claro es que no podíamos seguir la estela de todas las revistas con nombres recios o de honra raigambre hispánica; lo segundo, que estábamos obligados a dar testimonio si por encima de todo estaba nuestra fe cristiana; y lo tercero, que como llamáramos a la criatura algo así como El Observador Cristiano, mejor buscábamos una pared de granito contra la que darnos de cabezazos, porque el resultado doloroso iba a ser el mismo y, ya de paso, nos ahorrábamos dinero y esfuerzo.
Barajé unos treinta nombres, y todos sonaban huecos. Hasta que un día, releyendo a Gilbert K. Chesterton, oí una voz que susurraba: "Si lo construyes, él vendrá". Con rapidez, procedí a apagar la televisión, en la que estaban pasando Campo de sueños, esa pastelada beisbolera de Kevin Costner en la que se repite hasta la extenuación la frasecita, y volví a enfrascarme en la lectura.
Pero, como si fuera la canción del verano, la pesada frase se había instalado en mi cabeza, y opté por jugar con ella. "Si construyes Chesterton…" fue el resultado final. Al día siguiente me presenté ante Rosal con la cabecera en la mente… y no le dije nada. Pasaban los días y yo no decía nada. Me preguntaban por la cabecera y yo sólo replicaba: "Estoy en ello". En lo que estaba era en crear un argumentario perfecto para la defensa del nombre de Chesterton como marca registrada.
Mis conclusiones finales fueron las que se pueden leer en el número uno de la revista bajo el título de "Por qué Chesterton":
El señor Chesterton es conocido como "el apóstol del sentido común", y admirado como uno de los más grandes articulistas de toda la historia del periodismo. Pero no es su inmenso poder literario, o no sólo, lo que encumbra la figura corpulenta de Chesterton y lo que nos "obliga" a bautizar esta revista en su honor. Por encima de cualquier otro aspecto está su visión cristiana del mundo. Como asegura uno de sus biógrafos, Dale Ahlquist, presidente de la American Chesterton Society,
este autor supone un reto para el mundo moderno. Hemos llegado a preferir el pensamiento incompleto y las cosas fragmentadas. De esa manera, no tenemos que pensar en nuestras contradicciones; por esto, no nos preocupa que nuestro trabajo contradiga nuestros ideales o que nuestras ideas políticas contradigan nuestra fe, porque mantenemos cada una de ellas en compartimentos estancos. Pero Chesterton fue verdaderamente consecuente. Fue consecuente porque su fe tocó todo.
Teníamos ya el nombre, teníamos una sociedad constituida y los inversores adecuados. Ya sólo faltaba encontrar a los que "mancharan" las páginas.
No hubo discusión en el Grupo Chesterton de Editores. Debíamos tratar de atraer a una selección de los mejores. Para ello sólo teníamos un arma: ofrecer a nuestros colaboradores un espacio de libertad, con la única exigencia de que conocieran, y respetaran, nuestros principios; algo que se advierte hasta en el personal de la redacción: como ejemplo, yo fluctúo entre el conservadurismo y una suerte de anarco-catolicismo; la redactora-jefe, Alejandra Ruiz-Hermosilla, es liberal contumaz, católica y orgullosa de serlo. Y yo, contento de que lo sea.
Y así lo hicimos. Con la verdad por delante, hablamos con los que quisimos, y aunque faltan algunos nombres (como mi admirada López Schlichting), que todavía no están en Chesterton por conflictos con su agenda, puedo escribir con orgullo que sólo uno nos negó.
A todos les hemos proporcionado ese espacio de libertad, y todos lo han tomado sin reservas. César Vidal, Pío Moa, David Gistau, Luis del Pino, Aleix Vidal-Quadras, Ana Samboal, don Pedro Trevijano, Angelina Lamelas, Javier Badía, Joaquín Vila, Emilio Campmany, José Antonio Ullate, Carmen Thous Tuset, José Ángel Agejas, Javier Quero, Alicia Álvarez de Hill, Ignacio Peyró, Pedro Fernández-Barbadillo, Kiko Méndez-Monasterio, Sara Dago, José Antonio Méndez… No hay otra publicación impresa en España que reúna esta nómina.
En ese nombre, Chesterton, y en las firmas que hemos atraído se reúne el periodismo tal y como yo lo entiendo, y parte de lo que querría que llegara a ser la revista: original, aguda, redonda, de alta calidad narrativa… y, sobre todo, de argumentarios.
Queremos que el lector pueda clarificar conceptos básicos o responder en forma y modo a los eslóganes del contrario, aunque siempre dentro de la máxima de la concisión. Que no pueda volver a pasar lo de la periodista catalana. A sus eslóganes, nuestro sentido común. Con concreción.
Por último, decidimos marcar a la revista con dos señas de identidad originales:
– La primera es La Gallina Ilustrada, un periódico "satírico, irónico, burlesco y jovial" que regalamos con la revista. Chesterton es elegante, a todos les llamamos de "don". La Gallina no llama de "don" a nadie, ni a su madre. Sólo quisiera puntualizar que La Gallina no es un homenaje a La Codorniz, pero por el simple hecho de que el director estaba en quinto de EGB cuando se cerró aquella revista, y la redactora-jefe en el jardín de infancia; y los redactores de Chesterton no eran ni angelitos en el limbo (o cosa parecida).
– La segunda es que, todos los meses, la apuesta principal de la revista sea una suerte de "reportaje-ficción" (del cual explico toda la teoría en el primer número de la revista). En resumen de urgencia, es "extraer" a un personaje de ficción reconocible o a un personaje histórico notable y situarle en un contexto ajeno a él, desde el cual podamos explicar los grandes asuntos que padecen España, los españoles o el mismo mundo. Así, el primer reportaje-ficción de Chesterton ha sido "Don Mendo en La Moncloa", un divertidísimo pastiche de la obra de Muñoz Seca escrito por un misterioso vasco llamado Monsieur de Sans-Foy y en el cual los protagonistas principales son las cabezas visibles de este Gobierno que padecemos. El segundo será "Sherlock Holmes y el caso del 11-M". El propósito final es, aunque suene a chiste, que el lector lea.
Despido ya este artículo; pero me permitirán que agradezca a Libertad Digital el habernos invitado a albergar en sus páginas estas líneas sobre el nacimiento de Chesterton. LD es una estufa impagable para todos los que llevamos tres años sintiendo cómo el largo "invierno mediático" que pronosticó Jiménez Losantos no es nada en comparación con la edad de hielo en la que vivimos los medios de "la derecha". Chesterton es un nuevo calefactor, que se vende en todos los quioscos por sólo tres euros. Espero y deseo que trabajemos juntos para dar calor a millones de españoles. Como repite don Alberto del Pino, presidente del Consejo de Redacción de Chesterton: "The possibility of failure doesn't exist". Que sea verdad.