Por supuesto, eso es mucho más fácil que descubrir al culpable. Pues, más o menos, eso es lo que acaba de hacer un organismo dependiente de las Naciones Unidas, el Cites, con el caviar. Digamos que ese organismo tiene como misión velar por la conservación de especies animales y vegetales en peligro, actividad en principio de lo más elogiable.
¿Motivos de la decisión de prohibir la comercialización del caviar? Pues que el esturión, se supone que precisamente el del mar Caspio, corre riesgo de extinguirse. Hasta aquí, por mucho que le guste a uno el caviar, vamos bien. Pero es que el Cites se pone a explicar sus razones... y ahí es cuando deja de convencernos.
Resulta que gran parte, quizá la mayor parte, del caviar que se consume en Occidente procede de pesca ilegal, de contrabando; es fruto del furtivismo. Y ahí se apoya el Cites para su ucase: hay niños malos, ergo toda la clase ha de quedarse sin recreo, porque como no soy capaz de controlar, de vigilar, a los díscolos, pues lo mejor es castigar a todo el mundo.
Hombre, ya sé que, hablando de caviar, 'todo el mundo' resulta una exageración; el caviar, por su propio precio, es artículo de consumo de minorías muy minoritarias; no entraremos ahora en toda la gente que vive de la pesca del esturión, de la elaboración del caviar, de su exportación, importación y distribución, etc. Tampoco son tantos.
El furtivismo, en la caza y, sobre todo, en la pesca, es un mal universal e intemporal: lo ha habido siempre, y lo sigue habiendo. Pero el hecho de que unos vándalos se dediquen a extraer almejas de la arena de las playas, y no cuento entre ellos, aunque debería, al típico veraneante de pocas luces que dedica sus ocios al marisqueo, no justifica que se prohíba la extracción de moluscos de esas playas, debidamente controlada y con todos los permisos necesarios.
Cuesta más, claro... Pero todavía no se le ha ocurrido a nadie dejar al público sin berberechos, o sin percebes, que no son tan caros como el caviar pero que tampoco son baratos, para erradicar el furtivismo. Con el caviar, hay que reconocerlo, es más fácil: el colectivo perjudicado es menor, y encima tiene dinero: perfecto. Que se fastidien los ricos.
O algunos ricos, al menos. Porque algo más de una semana antes del ucase de Cites supimos que Pierre Bergé, el amigo de Mitterrand que fue, en 1961, cofundador de la firma Yves Saint Laurent, y que es propietario de una granja productora de caviar en el Garona, ha entrado con fuerza en el mercado con la inauguración en París de la tienda Prunier & Caviar House; ya hacía años que había adquirido Prunier para usarlo, en la mismísima Madeleine, como escaparate de su caviar de Aquitania.
Competencia directa al viejo zar del caviar, Armen Petrossian. Este último presume de haber sido el primero en vender caviar de acuicultura, pero afirma que "no tiene la finura del beluga o el sevruga". Coincidiendo con el inicio de hostilidades, ha surgido una campaña de divulgación y canto de las excelencias del caviar de piscifactoría. En Francia, desde luego, pero también en España, donde se produce en el Guadalquivir (Riofrío) y en el propio Garona, en el valle de Arán.
¿Tenía Bergé lo que hoy llamamos "información privilegiada" sobre la decisión del Cites? Evidentemente, el caviar de granja ya supone, en Francia, una parte muy importante del mercado. En España va creciendo; bien es verdad que se llevan pocos años en ello. Claro, los productores mencionan catas ciegas en las que ese caviar, por otra parte "ecológico", ha superado al "salvaje", al del Caspio. Y se compara su precio con los 7.000 euros que cuesta el otro.
Maticemos. 7.000 euros cuesta el kilo del mítico Beluga 000, el caviar gris de grano grueso, escasísimo. El Oscietra primera A, o el Sevruga, no alcanzan esos precios. Los caviares de granja están, más o menos, al precio de estos últimos. En cuanto a la calidad... allá cada cual y su paladar.
En fin: muchas casualidades. Yo, por si acaso, me daré esta tarde un homenaje con caviar iraní, que aún me queda un poco de la última pesca. Y, ya puestos a transgredir, después, tranquilamente, me fumaré un cigarrillo. Hay que ver cuánto me fastidian las prohibiciones, de verdad.