Incluso sin la oreja, Vincent, que inventó la protesta automutiladora en el arte, era un tipo confiado, fiador de su propia inspiración, que no podría ni imaginar que llegaría un tiempo en el que, en diversas partes del mundo, habría individuos que, en virtud de ideas radicales, la emprenderían contra gente inocente.
Tan ajeno estaba a la amenaza yihadista que sus genes no pudieron transmitir ningún tipo de alarma a su descendiente. Theo Van Gogh, director de cine, aficionado a la bicicleta, tan ajeno e indefenso como Vincent, fue sorprendido por el joven Mohamed Bouyeri, de 27 años, que le disparó, le clavó dos cuchillos en el pecho e intentó cortarle la cabeza. Bouyeri, de nacionalidad holandesa y marroquí, cumplía así una maldición lanzada contra el cineasta por haber sido demasiado libre en su trabajo. Pretendía ofrecer la cabeza cercenada en señal de desagravio.
¿Cuál había sido el pecado? Theo, en asociación con la diputada liberal holandesa de origen somalí Ayaan Iris Ali, dirigió un cortometraje en el que se denunciaba, con imágenes dotadas de gran fuerza, la sumisión de la mujer en la religión islámica. En concreto, la película recoge fotogramas en los que aparece una musulmana semidesnuda con textos del Corán escritos en la piel. Una poderosa metáfora: el cuerpo de la mujer como lienzo de un credo. Pero a los radicales no les hizo gracia.
Era Holanda, no el Islam. El descendiente de Vincent, Theo, se creía a salvo, con su bicicleta y sus ideas locas que dibujan imágenes cargadas de denuncia. No se había preparado para evitar un ataque, aunque se sabía en el punto de mira. Era un hombre libre, un poco bohemio, algo hippie, inteligente y con coraje. No tomó precauciones, porque estaba en territorio de paz y se creía a salvo; pero en la actualidad la inteligencia, la libertad y el arte occidental están amenazados. Tal vez se debió tomar más en serio aquella condena a muerte por los versos satánicos de Salman Rusdhie: no la llevaron a cabo, pero se atrevieron a dictarla. La totalidad del estilo de vida occidental queda amenazada por el terrorismo.
Bouyeri es la mano armada, el retorno del espíritu wahabista. Ese tipo de asesinos que, como Alí Agcá, sólo se preocupan de quién es la víctima después de haber disparado. Una violencia que provoca terror y quiere dominar las conciencias. El cineasta, destinatario de ésta y de miles de cartas contra el terror, no se dejó amilanar.
Creía que su país era un lugar a salvo de la maldición. De hecho, pintó sobre el celuloide, como su tío-abuelo girasoles y autorretratos, en versos coránicos sobre la piel de la esclava, con todo el talento y la libertad de su juventud, sorprendido en un régimen democrático y liberal que permite a un criminal circular armado, convertido en una amenaza, como una copia de los que entran en los autobuses, el metro o los trenes de cercanías con mochilas cargadas de explosivos. Lo hacen en inglés, español y holandés.
El culpable de la muerte de Theo, si ha visto algún cuadro de Vincent, es incapaz de entenderlo, como Alí Agcá, que era incapaz de comprender qué significa la figura del Papa, y sólo cuando Juan Pablo II le perdonó, por haber intentando matarle, quiso saber más de una religión capaz de perdonar sus pecados.
Bouyeri ha sido condenado a cadena perpetua por el juzgado de lo penal de Ámsterdam, que considera que su crimen fue perpetrado con "intención terrorista" y siguiendo una "interpretación radical del Islam". Un duro castigo que no existe en España. La sentencia fue leída en directo por la televisión, y es un ejemplo de cómo las sociedades democráticas deben defenderse de los terroristas, sean del signo que sean. El juez estimó que a Bouyeri debía aplicársele la máxima pena para "proteger a la sociedad", en un loable intento de que el abyecto crimen no vuelva a repetirse.
Es importante destacar que la gente no está asustada, sino confundida; esperando que reaccionen los jueces y los políticos. Desde el pasado 2 de noviembre, día en que fue asesinado Theo, la amenaza islámica ha cobrado cuerpo en Holanda como un ciempiés sanguinario. Los holandeses han reaccionado con un rechazo unánime: serenos y duros, conscientes de que se siguió un "ritual" para cumplimentar a los jefes espirituales. El condenado es el tipo de ignorante que ejerce la brutalidad para merecer el aplauso. También busca un lugar entre fuentes de agua y huríes; es decir, lo que nunca alcanzan los asesinos.
La sociedad democrática debe cortar de raíz tanta desfachatez, y su reacción no puede ser otra que hacer respetar los ideales democráticos. Sobre el criminal holandés y marroquí pesan numerosos crímenes, como el asesinato frustrado de dos viandantes, el intento de homicidio de unos policías y el acoso contra Ayaan Iris Ali. De forma cruel y espectacular, clavó en el pecho de Theo una carta con amenazas de muerte a la diputada "por sus críticas al Islam".