Únicamente después de haber recibido condena, y mientras espera comparecer ante la justicia por otro homicidio (éste, en Jumilla), se ha considerado al alemán Stefan Atler, de 25 años, un posible asesino en serie que podría representar un nuevo modelo de criminal: el de rastreador del campo español y cazador de sus agricultores.
Stefan dio muerte a José, un vecino de Socovos de 65 años, en el cortijo del Tío Murciano (Férez). Luego arrastró el cuerpo hasta una nave, donde lo cortó con una sierra de arco. Tras separar la cabeza y el brazo izquierdo del resto, se llevó los despojos en la furgoneta de la víctima hasta una finca cercana, El Cerezo, donde persiguió a Avelino, otro agricultor, que escapó gracias a su habilidad. Avelino informó a un policía local de que un joven diablo, sucio, asilvestrado, vagabundo, le había atacado. El agente logró capturar a Stefan luego de librar un duro combate con él. Una vez reducido, el alemán dejó ver el equipaje de sangre y restos humanos que portaba.
Fue entonces cuando empezó a sospecharse que podríamos estar ante uno de esos setecientos u ochocientos delincuentes caníbales de que hablaba el de Rotemburgo, ya saben, el que se comió a un ingeniero berlinés luego de invitarle a un festín gastronómico doméstico...
No obstante, Atler fue juzgado sin que se profundizara en sus hábitos. Era un muchacho muy joven, que solía ir acompañado de su perro, una vara larga y dos navajas afiladas. Entre sus costumbres estaba la de alimentarse con lo que encontraba, por ejemplo saltamontes, que untaba en mayonesa y devoraba como si fueran gambas tras seccionarles la cabeza.
Es el primer caníbal de la era Zapatero, un tipo que deambula, como el buen salvaje de Rousseau, con una mochila y un cuaderno de apuntes, en el que dibuja personajes del videojuego Mortal Kombat, consume "vino negro del cuerpo muerto" y examina "problemas del alma". Al igual que con otros peligros, como el invertir en sellos, la burbuja inmobiliaria o la crisis financiera, en este caso nadie nos ha advertido hasta que ha sido demasiado tarde.
Así, hemos convivido con un personaje que trae la novedad del homicida que nos sigue y amenaza no para quitarnos dinero u objetos de valor, sino porque piensa robarnos la carne o los órganos para hacerse una cena exquisita a lo Aníbal Lecter.
Este delincuente importado, al que nadie controló y del que nadie dio aviso, es tan inquietante como algunos extranjeros de los que hemos oído que en su país de origen se comen a los perros. En esta España frustrada y acorralada, cada vez más solitaria y llena de mascotas de compañía, los dueños de perros creen sorprender una mirada golosa en quienes hasta ahora saludaban con una sonrisa el paso de sus mascotas. Quizá no solo admiran la gracia y fidelidad del animal, sino que se relamen de gusto mientras resuenan sus jugos gástricos.
Ahora bien, peores son los escalofríos que se sienten cuando se piensa en esos seres asilvestrados, poseídos de una ideología confusa, probablemente una religión espuria de bebedores de sangre y cazadores de hombres, que se infiltran en nuestras fronteras al margen de la prevención política y la historia natural. Su mirada valora el costillar humano como el del cordero lechal.
Ha sido al transcurrir el tiempo y filtrarse algunos documentos del sumario contra Stefan cuando se ha visto la verdadera dimensión de esta nueva forma matar. Este descuartizador de agricultores probablemente pasaba hambre, como un asceta en medio de los sembrados. Se alimentaba de animales atropellados en las cunetas, como conejos y liebres. Pero llegaba un momento en que la necesidad de proteínas atormentaba su estómago. Sin embargo, las muertes no hubieran tenido lugar si no hubiera entrado en su imaginario un regreso al pasado, al pasado de la Gran Dolina de Atapuerca, por ejemplo: allí, hace miles de años, el canibalismo no era de orden nutricional, sino ritual.
Este imitador del Homo antecessor, discípulo del manipulador de Rotemburgo, debería haber sido descubierto por las autoridades, y su actividad difundida, como una de las muchas formas nuevas de atentar contra las personas que han traído estos tiempos, en los que es justo pensar que se ha bajado la mano protectora del Estado por desconocimiento o desidia política. Su incursión habría sido imposible tiempo atrás, cuando la Guardia Civil, con todos sus cuarteles y destinos intactos, garantizaba la paz del territorio rural. Hoy en día, con una política preventiva con más agujeros que un queso de gruyére, caminos y carreteras, montes y desmontes permiten el deambular de un vampiro...y el de toda una bandada. La familia aquella que se refugió en las cuevas profundas y vivía de los cuerpos de los viajeros sería aquí un hecho sorprendente, pero no imposible.
Stefan dice que no se acuerda de nada, que cuando bebe mucho alcohol escribe poesía cutre y dibuja personajes de Mortal Kombat. Sin embargo, los testigos dicen que no les parece que hubiera consumido alcohol, aunque tal vez sí alguna otra sustancia, y que lo encontraron muy agresivo después del crimen. Entre las imputaciones del fiscal no figura la sospecha de antropofagia: es un delito que no existe.
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.