Aquella mañana, sin duda tras poner en mi botellín de agua alguna sustancia psicotrópica, Margol y su cómplice me convencieron para hacer unas cuantas fotografías destinadas a su columna semanal. Sin esa estratagema, un macho como yo, la reserva testosterónica de Occidente, jamás hubiera aceptado fotografiarse colgado del bracete de otro hombre, como una mariculta y su churri camino del esteta. Mi único consuelo es que Margol, que pasa por ser un árbitro de la elegancia, esa mañana iba hecho una perra, con una camiseta absurda y unos pantalones "aquí está el tío" marcando paquete, que encima le quedaban fatal. En el pecado lleva la penitencia.
En cuanto a la presentación del libro La dictadura progre, yo también asistí, casualmente por que soy el autor, así que tengan en cuenta mi relato antes de formarse una opinión influidos por los retazos vitriólico-margalianos, que aparecerán también en esta sección sin duda para hundirme. En el marco incomparable de un afamado colegio mayor se dio cita un grupo muy interesante de gente joven, entre los 16 y los 84 años, para escuchar mi espléndido discurso y poder contar a sus bisnietos que un día tuvieron el honor de participar en un evento de esta magnitud.
Don Javier Rubio, director de esta santa casa y María Blanco (la Mary White del famoso irreverente) tuvieron el placer, sin duda merecido, de presentar mi libro en la capital de España. A María le dije unos días antes que no era necesario que hablara (esto es absolutamente verídico), pues el motivo principal de su presencia era dar un toque de distinción y belleza a la mesa. Pero la chiquilla se debió tomar a mal esa pequeña broma y no sólo habló, sino que aprovechó para explicar a la audiencia su tesis acerca de mi condición eminentemente carca. Al final no quedó muy claro si estaba a favor o en contra de mi obra, pero su intervención fue elegante y estéticamente magnífica, en respuesta a lo cual se ganó la primera ovación de la noche.
Javier Rubio, que casualmente es mi jefazo aunque esta circunstancia no tenga nada que ver con mi opinión sobre su discurso, estuvo espléndido, grandioso, sublime inconmensurable; vamos que estuvo muy bien, a pesar de arrastrar un resfriado del carajo y llevar una semana a base de anticatarrales.
Margol asistió a la presentación desde la primera fila, que a él ya saben que no le gusta destacar. Mientras el director de la editorial desgranaba el programa apostólico de su catálogo de publicaciones, entre las que figura un sesudo estudio sobre la homosexualidad, Margol ponía morritos mirándome con cara de cabreo. Me divertí un huevo poniéndole yo también cara de "hay que ver qué cosas dice este hombre sobre los mariquitas", mientras esperaba que de un momento a otro se pusiera de pie en la silla (con su escasa altura hubiera sido la única manera de hacerse ver en las filas del fondo) y lanzara una histriónica proclama a favor de la libertad individual, el laicismo y la metrosexualidad.
Mas el hecho es que se contuvo, tal vez en una muestra de respeto hacia mí (en cuyo caso le doy las gracias), o tal vez porque estaría deseando que acabara el acto para salir a corretear con sus amigotes por esos lugares tan poco recomendables que frecuenta. Sea como fuere, el hecho es que no compareció en la cena informal que los miembros del Instituto Juan de Mariana organizaron en mi honor con las patatas bravas y la morcilla a la brasa como base del menú; una cosa ligerita, de régimen, nutritiva y muy liberal.
Mas el hecho es que se contuvo, tal vez en una muestra de respeto hacia mí (en cuyo caso le doy las gracias), o tal vez porque estaría deseando que acabara el acto para salir a corretear con sus amigotes por esos lugares tan poco recomendables que frecuenta. Sea como fuere, el hecho es que no compareció en la cena informal que los miembros del Instituto Juan de Mariana organizaron en mi honor con las patatas bravas y la morcilla a la brasa como base del menú; una cosa ligerita, de régimen, nutritiva y muy liberal.