El presunto, Manuel Ramírez, de 35 años, responde al tipo de solitario introvertido que da muchas vueltas a las cosas y que, según los indicios, sufrió como obsesión sus problemas laborales. Ramírez era cazador, y ahora se investiga si compró la escopeta de caza, al parecer distinta de la que usaba, especialmente para este asunto, y si llevó su vehículo al taller pretextando una falsa avería para obtener otro de sustitución con el que trasladarse a Madrid desde La Adrada, Ávila, donde residía con su madre, lo que respaldaría la suposición de que todo estaba planeado de antemano, puesto que con ello buscaría maquillar su acción.
Manuel trabajó durante unas semanas como vigilante del edificio, que se encuentra en obras, y tuvo diversos enfrentamientos y roces con los otros empleados. Se ha manejado la posibilidad de que eligiera la hora de su venganza para que coincidiera con el cambio de turno, con lo que tendría a su disposición a prácticamente todos los que culpaba de sus problemas. En este tipo de casos, muy poco frecuentes hasta ahora en la historia criminal española, no importa que las acusaciones sean reales o no, sino simplemente que el agresor culpe a sus víctimas, con razón o sin ella.
Ramírez dio vueltas a sus ideas obsesivas y finalmente se presentó, pasadas las seis de la tarde del 9 de enero, con una escopeta, una canana con cartuchos al cinto y la cara parcialmente cubierta. Según las investigaciones, no cruzó apenas palabra, y enseguida disparó.
La mujer, afortunadamente, se recupera de las lesiones provocadas por las postas, pero los dos hombres fallecieron, sin que nadie pudiera hacer nada. Al hecho mismo de la muerte se une en esta ocasión el ser asesinado mientras trabajas, que es como un agravante de una acción injustificable. ¿Por qué lo hizo el cazador de La Adrada? ¿Por qué convirtió aquello en una cacería?
Entre los empleos de mayor demanda en la actualidad se encuentran los servicios de seguridad, que pasan por ser uno de los destinos de mayor esfuerzo y dureza. Además, en estos trabajos, de creciente demanda, se presenta en la práctica una variedad de puestos que, aunque se confunden a primera vista, son distintos entre sí: guarda jurado, vigilante, controlador…
Cada uno tiene peculiaridades, que se concretan en las exigencias para desempeñarlos. Para entendernos: la autorización de guarda jurado es más difícil de obtener; de hecho, Ramírez quiso serlo, pero no fue aprobado por la Guardia Civil, que es la que realiza las pruebas de aptitud.
Sin embargo, no tuvo problemas a la hora de superar los exámenes psicotécnicos para obtener la licencia de armas, ni para ejercer como vigilante, si bien el servicio en Correos no era de los que se hacen armado. En la escala más baja estaría el puesto de controlador de seguridad. Se trata de una variedad con filtro de mayor coladero, hasta el punto de que al parecer el llamado Monstruo de Machala, un súbdito ecuatoriano condenado en su país como asesino de mujeres, ejercía este oficio en un parking de Barcelona cuando, según la acusación, secuestró y mató a una joven estudiante.
Es decir que Ramírez, experto en el manejo de armas de fuego, llevaba unas semanas trabajando en Cibeles cuando el enfrentamiento con sus compañeros llegó a un punto máximo, en el que se cruzaron denuncias que trajeron como resultado la baja definitiva de aquél en la empresa. Había estado poco tiempo, pero suficiente para que le parecieran insufribles los turnos y las libranzas. Se quejaba de no tener más fines de semana libres para ir de caza, su auténtica pasión.
No obstante, todo esto no explica su comportamiento. Y aunque, a raíz de los hechos, no ha faltado quien, con un tinte de humor negro, expone que en algunos trabajos más de uno que tuviera una escopeta estaría tentado a una desgracia, lo cierto es que esto es un signo más de la locura de una sociedad que hasta ahora veía desde la distancia cómo los francotiradores se subían a una torre para disparar sobre la multitud y ahora lo sufre en carne propia.