Aunque no lo parezca, todo esto tiene algo que ver con lo que voy a contar, que es lo siguiente: una noche cogí el tren para Tolosa con la intención de entrevistar a José Peirats, para mi libro Revolución y contrarrevolución en Cataluña, entonces en curso de escritura. Peirats, todo el mundo lo sabe, es autor de libros como La historia de la CNT y Los anarquistas en la revolución española, libros que había leído sin conocerle.
No recuerdo por qué, pero me organicé un viaje relámpago a Tolosa: salida a las doce de la noche de París, legada a las siete a Tolosa, día consagrado a la entrevista, vuelta a París en el tren rápido Corail, que me dejaba París a eso de las doce: 24 horas exactas. El tren Corail París/Tolosa –o al revés– es el ancestro del TGV, y mientras cenaba en el vagón restaurante los viajeros exclamaban, entre entusiastas y asustados: "¡Vamos a 230 kilómetros por hora!". Porque la velocidad del tren estaba indicada en el mismo lugar en que, en casi todos los trenes, se indican los aseos.
José Peirats y su mujer me esperaban en la estación de Tolosa a las siete. Habían insistido porque, me dijeron, su calle y su casa eran difíciles de encontrar. Sin la menor ironía, al revés, diré que en 1969 el historiador vivía en un piso humilde, de una casa modesta, en un barrio pobre de Tolosa, y los escasos francos que ganaba los ganaba ayudando a su mujer, que eran pantalonera (he consultado el DRAE). Como era lógico, dedicamos todo el día a los problemas sociales y políticos de la guerra –él decía revolución– de 1936/39, las colectivizaciones, el nefasto papel del PCE y de la URSS, los conflictos en la CNT, los ministros anarquistas, etcétera; bueno, era él quien hablaba, y yo me limitaba a preguntar. Me había traído una grabadora, que milagrosamente funcionó.
Pero durante la comida –había, como se dice en Francia, mis les petits plats dans les grands; o sea, me habían agasajado con un almuerzo fetén– hablamos de otras cosas, como la campaña presidencial en Francia para sustituir a De Gaulle, y tuve la sorpresa de oír a Peirats, el anarquista intransigente, en su vida como en sus libros, declarar que, si pudiera, votaría a Alain Poher, presidente del Senado, y, con carácter interino, de la República, como lo prevé la Constitución.
Como yo me extrañaba, pues consideraba a Poher a un Don Nadie, a lo sumo un presentable presidente del Senado, Peirats afirmó, categórico: "Pues claro que sí, Carlos. Date cuenta de que es el más liberal de todos".
Los otros candidatos eran Georges Pompidou, que ganó, Jacques Duclos, el hombre de Moscú en el PCF, Jean Lecanuet, tal vez, y no recuerdo quién más. Y, muy serio, no el bueno, el magnífico de José Peirats insistía, explicándome por qué Poher era el más liberal, y que, por lo tanto, hubiera votado por él. Pero no podía; primero, porque no era francés y no tenía derecho; segundo, porque era anarquista y su "religión" se lo impedía (las comillas son mías).
Volví a París con mis cintas grabadas, un viaje algo fatigoso (24 horas sin dormir), y me olvidé de la frase de Peirats sobre Alain Poher, el más liberal de todos. Pero resulta que la procesión ha seguido por dentro, y muchas veces recuerdo esa nostalgia de un anarquista español por algo que, a primera vista, nada tiene que ver con sus convicciones revolucionarias pero que, de alguna manera, sí lo tiene: la nostalgia de una política liberal.
Pasan los años, quince o veinte, y estamos en un contexto diferente pero ante la misma cuestión. Federico Jiménez Losantos y José Maria Marco, que dirigían en El Escorial un seminario, me habían invitado para que hablara, precisamente, de la CNT y de su desaparición. No pude ir porque por las mismas fechas tenía un compromiso con uno de mis hijos, y no, como se rumoreó, porque prefería evitar un enfrentamiento con Ricardo de la Cierva. No estoy afirmando que nada, ni nadie, me meta miedo; sencillamente, y que yo sepa, Ricardo de la Cierva es un caballero, y el hecho de que discrepemos sobre algunas cuestiones no es algo que pueda asustarme: al revés.
Lo que quería precisar es que otro de los invitados, Francisco Olaya, cenetista, autor de varios libros sobre el "oro de Negrín", que me había criticado violentamente por haber anunciado, en 1975 (muy tarde), la muerte de la CNT, cuando, hablando por teléfono, le pregunté cómo habían ido las cosas para él en El Escorial, después de afirmar que había obtenido un rotundo éxito personal y "aplastado" a Ricardo de la Cierva, me avisó de que los organizadores eran de extrema derecha. Protesté, dije que Federico y José María eran liberales, y él, tajante: "Pues eso, liberales, por lo tanto, de extrema derecha. Lo peor".
Entre el elogio de Peirats a Poher por ser liberal y la condena de Olaya dista un mundo, incluso si ambos eran náufragos de la CNT. También es cierto que en 1969 la internacional de la mentira comunista aún no había impuesto la idea de que liberal era sinónimo del capitalismo más cruel y de la reacción más despiadada. Y Olaya, pequeño funcionario sindical, repetía, como un loro, lo mismo que toda la izquierda. Se acabaron los anarquistas "que iban por el monte solos".
Claro que los liberales somos partidarios del capitalismo, pero eso también ha cambiado desde los tiempos en que la CNT existía. Si se distinguían de los comunistas y los socialistas por su condena del Estado, de la política, de las elecciones y de todas las dictaduras, incluida la del "proletariado", les unía a sus "hermanos de clase" su obtuso anticapitalismo. ¿Qué vemos hoy? Los países comunistas se convierten al capitalismo, con rotundo éxitos económicos, véase China. Rusia ya no es totalmente comunista, si bien dista mucho de ser una democracia liberal, ni siquiera realmente parlamentaria. Cuba se ha convertido más al estraperlo que al capitalismo. Sólo queda Corea del Norte como país totalitario comunista, que se muere de hambre; con un único "tesoro": sus armas nucleares, con las que chantajea al mundo entero para recibir ayudas.
Nuestro peor y más peligros enemigo de hoy, el islam radical totalitario, tampoco es anticapitalista. Ben Laden, por ejemplo, es un multimillonario capitalista. Como los príncipes saudíes.