Todos querían irse con Bella de Día. Por su belleza marmórea, fría por fuera, incandescente por dentro. Elegante y tímida al principio, un volcán en cuanto se cerraba la puerta y se abrían las sábanas. "¿Tú que sabrás?", le dice todavía sangrando a la mujer de la limpieza que se apiada de ella. Por supuesto que jamás se rebajaría a fregar suelos. A menos que un cliente se lo pidiera como parte de una fantasía. No sería lo más raro que le hubiesen pedido...
Bella de día, concretamente por las tardes. Porque por la mañana y por la noche es Sevérine, una severa y estirada mujer, digna esposa de un médico tan apacible como predecible. Sin embargo, como un émulo femenino del doctor Jekyll y su míster Hyde, Sevérine tiene su particular demonio interior, su lado tenebroso sexual que le lleva a soñar despierta con tipos brutos que la azotan, la ensucian, la insultan, la violan. "¿En qué piensas, amor?", le dice su marido, a lo que ella responde que nada, mi cielo, mientras contempla pensativa cómo se acuesta en otra cama.
Enfundada en unos trajes y complementos de Yves Sain Laurent, en lo que resulta ser el más fascinante spot cinematográfico de moda (hasta que llegó In the mood for love), Catherine Deneuve emprende un viaje de liberación interior a través de la violencia en las relaciones sexuales, recordándonos aquellos tiempos en los que según, Woody Allen, el tiempo era limpio y el sexo, sucio. Pero también prohibido tras un telón de silencios y tabúes. A punto de estallar la revolución sexual que supusieron las protestas de 1968, cuando los estudiantes cuanto más hacían el amor más ganas tenían de hacer la revolución y cuanto más hacían la revolución más ganas tenían de hacer el amor. Hasta que se dieron cuenta de que la única revolución que iban a hacer era la del amor, que más que una revolución fue una mutación.
Luis Buñuel sabía muy bien lo que eran las represiones. Porque conocía el discuso freudiano sobre las mismas tras su paso por el surrealismo y, sobre todo, en sus mismas carnes, ya que vivía el condicionamiento de la férrea educación católica que le había proporcionado su buena madre, de la que nunca pudo zafarse. Afortunadamente, porque de esa manera sublimó dichas represiones en sus películas, ofreciendo un catálogo extraordinario de pasiones sexuales en estado puro, en el límite de las parafilias: de los celos obsesivos de Él al fetichismo de los cuerpos rotos y cicatrizados de Tristana que tanto subyugó a Alfred Hitchcock y que luego retomaría ese Buñuel contemporáneo que es David Cronenberg en Crash.
Y es que Buñuel, aunque nominalmente comunista, era un liberal avant la lettre. Porque sólo los regímenes liberales tolerarían la transgresión que era la norma en este ateo gracias a Dios, este comunista a fuer de liberartario:
La libertad es un fantasma. Esto lo he pensado seriamente y lo creo desde siempre. Es un fantasma de niebla. El hombre lo persigue, cree atraparlo, y solo le queda un poco de niebla entre las manos.
Y cada vez nos queda menos niebla. Tanto por parte de los moralistas de izquierda como de derecha, los embates contra la libertad económica, política y moral son cada vez más intensos y profundos. El último de ellos corre por cuenta de la derecha nacionalista de Cataluña, que se ha propuesto abolir la naturaleza humana. Paso a paso, eso sí, que para eso son de derechas. Por lo que han empezado con la prostitución callejera para poco a poco irse metiendo en las casas y finalmente erradicar la "plaga sexual"; entonces ya Cataluña olerá a limpio desinfectante (recuerden a Woody Allen).
En esta campaña de pureza moral y prohibicionismo político, la derecha censorona hace pinza con la izquierda progresista. Así, las gurús del feminismo como Dworkin o MacKinon han defendido incluso la prohibición del porno, porque según ellas "el porno es la teoría, y la violación es la práctica". En contraposición a este Frente Impopular de censores y prohibicionistas, una nueva hornada de feministas, como Wendy McElroy, ha defendido que la postura correcta, liberal por supuesto, es la pro-sex, debido a que, por ejemplo, "la pornografía beneficia a las mujeres, tanto personal como políticamente" (en XXX. A Woman's Right to Pornography). Claro, no es que las mujeres deban suscribirse obligatoriamente a la norteamericana Sweet Action o las británicas Erotic Review o Scarlet, sino que cada mujer decida por sí misma, sin los mandatos de los Institutos de la Mujer de turno, sustitutos femimachistas y matriarcales del clásico paternalismo patriarcal.
Belle de Jour es un homenaje del reprimido Buñuel a la sexualidad femenina, al cuerpo de una mujer que despierta a su sensualidad en el seno de una casa de hetairas que, paradójicamente, es el único lugar en el que, libre de coerción y explotación, puede aventurarse en los recovecos de un disfrute sexual pleno, intenso y que la realiza como mujer, amante y, más paradojas, esposa.
La película me parecía melodramática pero bien construida. Ofrecía además la posibilidad de introducir en imágenes algunas de las ensoñaciones diurnas de Séverine y de precisar el retrato de una joven burguesa masoquista. Me interesó mucho el conflicto apasionante entre la conciencia, el sentido del deber de la protagonista, y su compulsión masoquista.
La película es también un estupendo Manual de uso de las mujeres para dummies, es decir, para esos hombres que lo ignoran todo sobre la sexualidad de las mujeres, a la que se acercan con una mezcla de miedo y asco. Explícito a fuer de elíptico, tanto más realista cuanto más onírico, Buñuel realizó una película que subvierte y educa en la misma proporción: es una estupenda piedra de toque, como Lolita de Nabokov, para disenmascarar a los censores reprimidos, esos que tienen la mente cerrada y el sexo en cuarentena. Menos viagras y más Belles de Jour.
Belle de Jour fue quizás el mayor éxito comercial de mi vida, éxito que atribuyo a las putas de la película más que a mi trabajo.
BELLE DE JOUR (1967; 100 minutos, Francia). Director: Luis Buñuel. Guión: Luis Buñuel y Jean-Claude Carrièrre. Intérpretes: Catherine Deneuve, Jean Sorel, Michel Piccoli, Francisco Rabal, Pierre Clémenti, Macha Méril, Françoise Fabian, Maria Latou.
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