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CRÓNICA NEGRA

Asesinando a martillazos

En España ya no se puede hablar del asesinato como una de las bellas artes. En una sociedad educada y distinguida como la inglesa, donde los hombres se precian de ser unos gentlemen y las mujeres se ponen elegantes sombreros para ir a las carreras de Ascot, el crimen mantiene sus formas. En cambio, aquí la degradación ha llegado al espanto estético, y los últimos maltratadores se atreven a matar a sus parejas a martillazos.


	En España ya no se puede hablar del asesinato como una de las bellas artes. En una sociedad educada y distinguida como la inglesa, donde los hombres se precian de ser unos gentlemen y las mujeres se ponen elegantes sombreros para ir a las carreras de Ascot, el crimen mantiene sus formas. En cambio, aquí la degradación ha llegado al espanto estético, y los últimos maltratadores se atreven a matar a sus parejas a martillazos.

Un martillazo le dio un envidioso al David de Miguel Ángel por su perfecta belleza. Un martillazo es la señal del aplastamiento, el golpe que hunde el cráneo, destroza las facciones, astilla los huesos. El delincuente asesina a su mujer por envidia de sus ovarios, de su capacidad de parir, de su disposición para la vida y el placer. El David salió de un trozo de mármol divino; la mujer, de una costilla maltratada. Un maltratador, en una sociedad como la alemana, seguramente no se atrevería a emplear una herramienta así: una maceta de demoler, por ejemplo, o un mazo para romper asfalto.

En la sociedad francesa, oh la lá, se admira al hombre gentil y seductor. El asesino Landrú pagaba el billete de tren a sus víctimas, y a la hora de quemar sus cuerpos se ponía guantes de hilo. ¿Matar con un martillo? ¡Qué vulgaridad! ¿No hay veneno en el fromage o en el café, no hay estilete de plata, no hay revólver o guillotina? Los inventores de la lengua del amor matan a besos.

El 11 de septiembre, en Roquetas de Mar, Almería, una mujer de 39 años fue muerta por su pareja, un hombre de 50 años que la agredió con un martillo tipo machota, que suele emplearse para trabajar metales. Los dos eran extranjeros, pero eso no nos libra de nada. Ramón Mercader, el asesino de Trotsky, al que ultimó con un piolet, era español.

En España el crimen se vuelve irrespetuoso, obsceno y hortera. Y desde luego la responsabilidad recae en los políticos. El asesino, aquí, ya no pone cuidado alguno, mata con lo primero que encuentra. Pienso que lo hace porque las leyes le facilitan el anonimato, los periódicos informarán sin nombrarle, por lo que se librará de la reprobación pública.

Matar es un acto deplorable. No puede justificarse con nada. Dentro de esto, el asesinato tiene razones que lo explican, aunque no lo justifican. Pero una cosa es dar muerte y otra, hacerlo con un martillo. Un asesino que se respete nunca comete semejante grosería. El martillo no es un arma noble, es una herramienta modesta que sobra fuera del tajo o la caja casera de herramientas. El varón de Roquetas, luego de asesinar a su pareja, se suicidó; pero no a martillazos, sino disparándose. Descerrajarse un tiro queda discreto, fino, tanto en un político corrupto como en un amante despechado o en un terrorista descubierto. Matar con un arma de fuego es respetable, resulta limpio y hasta higiénico. No con un despreciable martillo.

Obviamente, en un país donde se respete a las autoridades, los asesinos no se atreverán a matar sin protocolo: matar es una cosa, y quitar la vida con procedimientos ruines es añadir el desaire a la maldad.

Groseros criminales que eligen como víctimas a sus propias parejas, a sus mujeres: sólo les faltaba que adoptaran la moda del martillazo y tentetieso. Anteayer, en la localidad coruñesa de Ponteceso, un hombre mató a su esposa a martillazos. Tenían dos hijos. Vivían en domicilios distintos, porque estaban en trámites de divorcio. Sobre las seis de la tarde, él se presentó en la casa de ella. Es posible que fuera con el martillo puesto y que enseguida comenzara a golpearla. La mayoría de los golpes fueron en la cabeza.

No sólo somos los que hemos descubierto la Violencia de Género, sino que nuestros crímenes son los más patosos, amartillados y martilleados de Europa. Nuestros criminales no se cuidan porque no tienen que dar la cara, se les concede el anonimato. Estas efusiones de sangre a martillazos nos convencen largamente del fracaso de la autoridad, incapaz de imponer el respeto.

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