Aquel accidentado bautismo de imprenta de hace tres décadas imprimió carácter y marcó un destino harto accidentado, que es el mío. Más de media vida llevo uncido a ese yugo, no del todo involuntario aunque tampoco libremente elegido, desde que este libro que hoy vive su tercera y última edición viera la luz en medio de un escándalo que le proporcionó una popularidad excesiva para sus méritos. Pero la censura que esta criatura de papel padeció antes incluso de nacer y que desde 1978 marcó mi vida pública como intelectual y escritor se explicaba entones y se explica todavía hoy mejor por los asuntos de fondo de que trata el libro: la supervivencia de la nación española tras la marea nacionalista desatada desde la misma Transición a la democracia y el papel esencial de la Izquierda en la demolición de la idea nacional, de la cultura española como tal y de los lazos de legitimidad que históricamente han unido a los españoles y que moralmente deberían unir a los ciudadanos. Esto sucede desde que a orillas del verano de 1979 salió la primera edición de Lo que queda de España. Treinta años después, aquel libro párvulo parece erudita esquela. Y es que la contundencia funeral de la realidad no permite equívocos: una parte esencial de los llamados españoles, sin confesarlo ni confesárselo, se apresta a consumar su suicidio como nación de ciudadanos libres e iguales. O como nación, sin más.
Y como de España como hecho político con vocación de futuro o al menos de permanencia apenas queda nada, volver a este libro es padecer el duelo del muerto sin curar la melancolía del entierro ideal. Uno tiene la abrumadora sensación de haber gastado media vida en una justa intelectual y política que concluye en el más paradójico de los desengaños: la realidad le ha dado la razón al perdedor, al que el hecho de tenerla sólo le sirve de escarnio. Aquel escritor primerizo que era yo y que, poseído por esa presunción de invulnerabilidad típica de la juventud, denunció a un despotismo entonces naciente y ahora aplastante, afronta desde entonces el delito de acertar y la pena de adelantarse. Creo que con cierta dignidad. Pero tras publicar La ciudad que fue y reeditar este libro, doy por saldada mi deuda sentimental con la Barcelona de los setenta y por concluido el obituario de una España que se nos ha ido oscuramente por la alcantarilla. Me gustaría no dedicarle una palabra más el resto de mi vida, pero ¡a saber!
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Los dos libros dentro de Lo que queda de España que acabaron siendo tres
En 1995 Temas de Hoy, dirigida por Imelda Navajo y que había publicado con gran éxito La dictadura silenciosa y Contra el felipismo en 1993, me convenció para hacer una reedición actualizada de Lo que queda de España, que llevaba ausente de las librerías desde finales de 1979, cuando Alcrudo Editor sacó la segunda edición. No me apetecía mucho, porque de una u otra forma suponía hacer el balance del final de mi vida en Barcelona, en el sentido temporal y casi físico, tras el atentado de 1981. Al final, salió un libro nuevo, doble, casi triple: el primero, texto original, sin el anexo documental que en dieciséis años había perdido actualidad; el segundo, los ensayos publicados en Diwan, escritos en Barcelona hasta el atentado y alguno en el primer año en Madrid, hasta el cierre de la revista. Ese segundo libro llevaba como subtítulo el que iba a ser el título original, "Una política de lecturas", con el II romano de Segunda Parte.
Necesitaba poner al día el apartado documental, estadístico y político, que ya había trabajado en la parte dedicada a Pujol en La dictadura silenciosa, y aquello fue alargándose hasta convertirse en el "Epílogo balcánico". Pero, sobre todo, debía escribir sobre aquella Barcelona en la que nació, se alimentó, creció, fructificó y murió el libro. Y eso acabó siendo el "Prólogo sentimental", nada menos que ciento cincuenta páginas, un nuevo libro que se me fue yendo de las manos casi sin darme cuenta y que tuve que sujetar para que no se comiese como tercer libro a los dos y medio que venían después.
Pero se los comió. Fue lo que más gustó a los nuevos y antiguos lectores, quizá porque la Barcelona olímpica del 92, la de Maragall y Pujol, la del "Catalonia is not Spain", la del Cobi de Mariscal y la especulación urbanística de diseño, se impuso tan aplastantemente que nadie podía imaginar o quería recordar aquella otra Barcelona, la misma y tan distinta, que nos había acogido veinte años antes, a comienzos de los setenta. Pero aquella visita a mis ayeres barceloneses quedó agradablemente incompleta, acaso porque aquel prólogo, aunque literariamente cuidado, era un libro deliberadamente sin escribir.
No fui del todo consciente de ello, de que el "Prólogo sentimental" era un libro por omisión, hasta que Ana Lafuente, antigua alumna mía de literatura en el Instituto Lope de Vega, aprovechó su Matrícula de Honor en COU para convencerme de reeditar en su editorial, Temas de Hoy, aquel Lo que queda de España, descatalogado hacía ya muchos años. Yo me dejé convencer –sin autoridad, el profesor es fácil presa de sus antiguas alumnas– y me puse a escribir un prólogo más completo, aunque la idea primitiva era simplemente actualizarlo.
Sin embargo, según iba escribiendo, el libro de ensayos se iba difuminando en favor de unas memorias no sólo mías –hay algunas cosas que no cuento, porque no me pertenecen sólo a mí–, sino de aquel tiempo y aquella ciudad maravillosos. Al final, tras un año de trabajo, el "Prólogo sentimental" del 95 se convirtió en otro libro: La ciudad que fue, quinientas páginas, cientos de fotos y aún se quedaron fuera dos capítulos y un CD de música de los setenta que, con las imágenes, juega un papel clave en la rememoración de aquella ciudad que empezó deslumbrándonos y acabó atropellándonos. A modo de apéndice documental, quedaron cuatro capítulos de Lo que queda de España, pero no el libro como tal. Y como se vendió muy bien, sobre todo en Barcelona, poco tardó la editorial en pedirme la reedición de la versión primigenia de Lo que queda de España.
El problema estriba en que la versión primigenia son, en realidad, dos: la del 79 reunía los textos, tanto ensayísticos como de documentación, que llegaban hasta finales de la primavera de ese año. El último ensayo es "El destino cultural de la emigración española en Cataluña", publicado por El País tras la negativa a publicar en El Viejo Topo el libro que me encargaron tras ganar su primer Premio de Ensayo en 1978. Toda la peripecia está explicada en La ciudad que fue. En la versión de 1995, aparte del "Prólogo sentimental" que ha desembocado en el libro sobre la Barcelona de los setenta, añadía como segunda parte varios ensayos, publicados en El País, Cuadernos del Norte y, sobre todo, Diwan, que continuaban formal y temáticamente la edición de 1979 y podían haber figurado perfectamente en ella si hubiera salido más tarde. Le puse como título "Una política de lecturas" porque, como ya he señalado, era el provisional o primero antes de que se me ocurriera el Título de Pandora: Lo que queda de España, y se desatase la tormenta que desde entonces arrastra mi vida, intelectual, bípeda y plume.
Hoy me parece diáfano que el ámbito común, el hilo conductor de los dos libros o partes del mismo libro es Diwan, así que, salvo el bloque de cuatro textos sobre el problema lingüístico en Cataluña, empezando por el papá-bebé, que fue el premiado o maldecido ensayo veterotopero "La cultura española y el nacionalismo", los demás se ajustan a la cronología de los ensayos publicados en Diwan, desde "Manuel Azaña: el desdén con el desdén", que abría el nº 1, hasta "Por la calle de Unamuno", que cerró el nº 12 y el último.
Esta edición de 2008 de Lo que queda de España muestra que las dos partes de 1995 forman un mismo libro, aunque escrito a saltos y perdido en meandros, según su autor va descubriendo libros, aclarando ideas, eliminando bibliotequerías y pensando los mismos problemas con distintos y mejores argumentos. En memoria de Diwan y por respeto a la cronología, he preferido que el orden de los textos fuera cronológico, según fueron escritos y publicados en la revista, desde el otoño de 1978 a la primavera de 1982. Los dos últimos números, el 11 y el 12, salieron cuando yo vivía o sobrevivía ya en Madrid, tratando de salir de los efectos y secuelas del atentado de mayo del 81. Pero tanto "Actualidad de la República" como "Por la calle de Unamuno" tienen, como puede verse, una continuidad natural con los demás ensayos publicados en Diwan. Y algunos continúan la elucidación y simplificación de los problemas tal como los veía en 1978 y como los veía desde la benéfica distancia madrileña de aquella "ciudad que fue" y que, al dejar de ser, se nos llevó a todos por delante.
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Por supuesto, continuaron, torrencialmente, la política y las lecturas. Libros y autores que hoy aprecio mucho ni siquiera los conocía entonces, pero es que además había libros que ni siquiera se habían escrito al empezar los años ochenta, cuando el traumático cambio de la Barcelona que ya no existía al Madrid que estaba por llegar; cuando cierro Diwan y, tras dar a la imprenta la poesía de Diván de Albarracín (Trieste, 1982), paso bastantes años sin publicar libros aunque escriba muchísimo en la prensa; cuando descubro mediterráneos económicos –la Escuela de Salamanca, raíz católica del liberalismo austríaco de Mises y Hayek– y atlánticos políticos –Aron, Revel, Paul Johnson, Friedman–. Aún tardaría en volver a publicar regularmente libros, en radioaficionarme a la Cope, en fundar La Ilustración Liberal, Libertad Digital y otras empresas intelectuales, todas con el mismo signo liberal y nacional de aquel libro que di en titular Lo que queda de España. Pero ésa, siendo la misma, es otra historia.
NOTA: Este texto está tomado del prólogo de la nueva edición de LO QUE QUEDA DE ESPAÑA, de FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS, que acaba de publicar la editorial Temas de Hoy.
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