No sé, pero a lo mejor el sistema podría funcionar también para aprender inglés (hablo de los "veteranos"), o para ir al gimnasio... En todo caso, entre las buenas intenciones de cada enero, en ese multitudinario autoengaño de "año nuevo, vida nueva", nunca falta el de ponerse a dieta.
Moderadamente, claro está, que tampoco hay que exagerar. Algunos no tendrán más remedio: la clase médica también exhibe su propio talante en estas cosas de, so pretexto de mejorar esa entelequia llamada "calidad de vida", amargarle la vida al personal privándole justamente de las cosas que más le gustan: todavía no conozco a nadie a quien el médico le haya recomendado evitar en su dieta las acelgas.
Por nuestra parte, trataremos, un año más, de "cuidarnos" un poco más que el anterior. Mi queridísimo y añoradísimo maestro Néstor Luján definió la salud como "el silencio de los órganos"; claro, que añadía que a partir de cierta edad los órganos se vuelven cada vez más audibles, más protestones...
Las gentes del vino seguirán lamentándose de la caída del consumo en cifras absolutas y relativas... olvidando el importante dato de que lo que aumenta cada año es el dinero que los españoles nos gastamos en vino. Bebemos mejor vino, pero menos vino. Y pagamos más por él. Pero ya se sabe que el que no llora...
Los jóvenes cocineros y, lamentablemente, muchos que ya no lo son tanto y que deberían saber que ya no hace falta que demuestren nada, que ya sabemos que son magníficos, seguirán proponiéndonos platos imposibles, con ingredientes exóticos o simplemente asquerositos, olvidando cada vez más que a un restaurante se va a disfrutar y no a investigar para tratar de adivinar qué hay en el plato.
Los consumidores "antiguos" seguirán diciendo que salen con hambre de un restaurante después de haber comido un menú degustación, cuando es de lo más evidente que han comido más o menos el doble de lo que hubieran ingerido en casa con dos platos y postre.
Pero confiamos en que no todo lo que nos traiga el nuevo año sea tan rutinario, tan poco atractivo. Creo que una de las cosas más interesantes que van a pasar va a ser el descubrimiento de una cocina importantísima y poco conocida por aquí hasta ahora: la peruana.
Perú y México eran, en toda América, las únicas dos sociedades organizadas que existían antes de la colonia. Seguramente por ello, por tratarse de sociedades bien estratificadas, sus cocinas siguen siendo las más interesantes del Nuevo Continente. Quizá en la peruana se aprecien más los cambios que ha aportado la propia transformación de esa sociedad: la cocina hoy llamada "nikkei" o "novoandina" es, literalmente, impresionante.
Uno, y aun reconociendo que le gustan determinados pescados –no todos, desde luego– en "sushi" o "sahimi", nunca ha entendido muy bien el arrollador éxito del consumo de pescado al estilo japonés... al mismo tiempo que el consumidor occidental, español, ignoraba los maravillosos cebiches peruanos, en los que el pescado "cuece" en zumo de limones verdes. Hasta el momento, la salsa de soja y el wasabi han ganado la partida a esos limones y a los variopintos ajíes peruanos; pero la tendencia puede invertirse en cualquier momento.
Lo que no sé es qué nombre le daremos a eso, porque ya saben que llamamos cocina "mediterránea" a la italiana y "panasiática" o "de fusión" a la japonesa. Evidentemente, todavía hay por el mundo muchos más restaurantes italianos, chinos, japoneses y "mexicanos" –lo entrecomillo porque la mayoría de estos últimos son simples tex-mex”– que peruanos. La cocina peruana es, de momento, la joya oculta: hacemos votos por su rápida salida a la luz pública.
Por lo demás... seguiremos añorando los grandes productos propios, cada vez más escasos, cada vez más caros. Nuestras pescaderías, nuestras marisquerías y hasta nuestras tiendas de delicatessen seguirán llenando sus anaqueles con productos de aguas muy lejanas, o con los elaborados mediante acuicultura, que ya incluyen al mismísimo caviar.
Asistiremos, como cada uno de los últimos años, a más de un caso de hipocondría colectiva, a alguna amenazante pandemia que haya causado seis o siete muertes en todo el planeta, pero que los medios jalearán como si fuese la gripe del año 18 o la peste negra del siglo XIV. Hay que asustar al personal, y lo malo es que el personal se asusta cada vez con mayor facilidad.
Pero aquí seguiremos. Intentando comer mejor cada día para contárselo a ustedes con el fin de que hagan lo propio. Cuestión, simplemente, de talante.