Entre otros suplicios, la esposísima sería sometida a inclementes sesiones de contaminación lumínica nocturna. Asimismo, debería acompañar a los muy indignos hombres anuncio, repartidores de propaganda y recolectores y vendedores de papel usado del territorio. O se reformaría o intentaría reformarlos presentándose a las elecciones del consejo del ciudad con el lema: "Por el cambio que puedes temer".
Contrariamente a lo que muchos creen, el espíritu comercial y emprendedor de Hong Kong no data de las ultimas décadas; ni siquiera se remonta a 1842, fecha de su incorporación a la corona británica, sino que se pierde en la noche de los tiempos. En 1197 los habitantes de la vecina isla de Lantan se rebelaron contra el monopolio estatal de la sal. El emperador, entonces, envió tropas con la orden de pasar a cuchillo a todos los habitantes del lugar.
Tras un periodo de decadencia y algunos castigos imperiales más, en el siglo XIX la región del Río de la Perla se especializó en el comercio y el contrabando, lo que dio lugar a guerras entre China y Gran Bretaña. Luego de su conversión en colonia inglesa, HK devino polo de atracción para las gentes del continente. Desde los estudiantes que a principios del XX llenaban las aulas de sus colegios privados hasta las señoronas comunistas que en la actualidad funden sus credit cards en las boutiques y joyerías de lujo de la ciudad, pasando por quienes ayer y hoy buscan aquí placeres y entretenimientos prohibidos –cabarets, operas censuradas, libros proscritos, shows de danzas eróticas–, todos acuden a la isla en busca de una libertad que al menos hasta hace poco no existía en otros lugares.
Nada mejor que un sitio como éste, cuya población redujeron los japoneses de 1,6 millones a sólo 600.000 en cuatro años, para que la Sra. Botella y sus compadres del neoliberalismo molinero lancen su penúltima cruzada en pro de los principios, la tradición y todas esas cosas tan bonitas por las que ya lucharon héroes de la talla de Pol Pot, un personaje del que se dice fue comunista, aunque a mí siempre me pareció un señor muy de derechas. "Quememos Serrano, viva la huerta murciana", sería su lema si en vez de en Camboya hubiera nacido en Lorca o en Yecla.
Como no creo que el ecologismo y la vuelta a las esencias tengan mucho éxito por aquí, Botella y los suyos podrían recurrir a lo que se dice es el truco ideal del periodista tonto, resentido o simplemente maleducado: apelar a los prejuicios, que no a la inteligencia, de su audiencia en aras de una popularidad tan efímera como perfectamente irrelevante. Existe en HK una institución ideal para este tipo de cosas, el Tribunal de la Obscenidad. Supongo que más de un libero-lo-que-sea lamentará que algo así no existiera en la Europa de los 60, cuando la píldora y el bikini asestaron el golpe de gracia a lo que Mussolini hace 80 años y algún indocumentado hace tres minutos llaman civilización occidental.
Pues bien, este tribunal, que en los últimos tiempos ha sido cuestionado por buena parte de la opinión ilustrada de la ciudad, incluidos algunos miembros del claustro de la Universidad Bautista –o baptista, como dicen los cursis–, tenía como función prevenir la pornografía. Sin embargo, más que a eso, los asistentes sociales, profesores y comunicadores listillos del tribunal se han dedicado a vigilar las portadas de los periódicos y las revistas locales, así como a censurar la publicidad. Que si la falda de la modelo es demasiado corta, que si el actor debería abrocharse los botones de la camisa… todo con el celo requerido para evitar que HK se torne una nueva Babilonia y, por supuesto, sufragado por toda la comunidad, como Dios y la libertad mandan.
No creo que a estas alturas los chinos precisen una institución así, pero seguro que a más de un botellista, sea de la rama eco-cebollera o teocona (algunos hablan de Dios como si fueran el Papa, aunque creen en él menos que Richard Dawkins), se les estará haciendo la boca agua pensando en la cantidad de cosas que podrían hacer si fueran miembros del tribunal. Supongo que la cosa sería más o menos así:
– Señora González, cancele todas mis citas a partir de las cinco de la tarde. Hoy saldré antes porque quiero comprarle a mi hija ese modelo de miniordenador tan bonito que sacaron hace unos meses.– Lo siento, pero creo que no podrá encontrarlo. Desde que prohibimos el anuncio porque en la pantalla de la computadora salía una chica en bañador, la marca ha decidido no comercializar el producto en nuestro país.– Bueno, entonces no tengo otro remedio que pedirle que baje a la boutique y me diga cuánto cuestan los nuevos vaqueros de Pelvi's.– Por desgracia, ese modelo ya no se vende. Cuando se decidió que ninguna mujer saliera retratada en las revistas con tejanos ajustados, y que las que se mostrasen así en público recibieran la correspondiente muestra de desaprobación social a cargo de nuestros equipos de voluntarios, las ventas bajaron tanto que algunas marcas de ropa ya no venden sus productos en las tiendas.– Todo sea en nombre de la libertad y el progreso. Escúcheme, González, llegará el día en que los hombres dejarán de teñirse el pelo y las mujeres se conformarán con la talla de pecho que Dios les dio. Se aproximan tiempos difíciles, la batalla final está cerca.– ¡Alabado sea!– Visto que no puedo salir a la calle, por favor, llame a la masajista. Necesito relajarme antes de la cena.– No creo que sea fácil encontrar alguna a esta hora. En el último año, tras la prohibición de posturas humillantes por parte de la Comisión por la Dignidad, el número de masajistas registradas ha disminuido mucho. Dicen que les resulta imposible masajear los pies sin sentarse o arrodillarse ante el cliente…
Pensándolo bien, los habitantes de HK no se merecen algo así. Si se enterasen de que ando escribiendo cosas como ésta me deportarían de inmediato. Mejor será enviar a la Botella a Europa y dejar que los profesionales de la decencia languidezcan hasta que a alguien se le ocurra prescindir de sus servicios. Hasta yo la votaría. Qué a gusto nos quedaríamos, oiga.
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