A la hora de la aplicar las leyes, si alguien encuentra un artículo inconveniente, pasado o inoperante, o que la ley entera está desfasada o no sirve, se calla como una profesional peripatética, guarda para sí el misterio, aplica lo que haya que aplicar... y aquí paz y después gloria.
Debe de ser el único ámbito en el que estas cosas pasan con tanta frecuencia. Y entre tanta indiferencia.
En la ciudad de Barcelona, rota por tantas ambiciones, presa de celos cainitas, degradada por los complejos enfermizos de un pasado que pesa como una losa, un grupo de fiscales y mossos d'esquadra emperrados en que no se les pase la indolencia, el provincianismo y la desidia reclamaba a unos jueces que dictaran órdenes de alejamiento contra los ladrones pertinaces, los chorizos sin marca, los cacos virtuosos, en el salón de los pasos perdidos de la Audiencia.
Sistemáticamente, voces de fiscales y mossos caían en el más absoluto de los silencios, sobre una tierra nada fértil ni receptiva, en medio de un desierto de iniciativas, mientras los carteristas de Las Ramblas, los descuideros del metro, los chorizos varios eran detenidos una y mil veces. A veces en el interior de unos grandes almacenes, a veces en plena calle, junto a la Pedrera o la Sagrada Familia. En el mismo día eran capturados, multados, y volvían al lugar de los hechos a sacar al primo de turno el montante de la multa. Había quien atesoraba veinte detenciones, treinta y ocho o cuarenta
... Y de repente, el otro día, sin venir a cuento, en el estertor malsano de la resignación, un juez se levantó entre los otros y, cuando se creía que estaba simplemente juzgando, resulta que estaba haciendo justicia: de tal manera fue, que aplicó la medida de alejamiento del reo del lugar del robo, en este caso unos grandes almacenes, ejemplo de empresa modelo, machacados por carteristas y descuideros. Su señoría estimó que si le impedía volver, dejaría de llevar el infierno a viandantes, comerciantes y agentes del orden. Pues dicho y hecho.
El primer mangante cortado en seco resulta que es un tipo con apellido extranjero que durante seis meses no podrá estar a menos de un kilómetro de las referidas instalaciones comerciales, so pena de ser detenido por quebrantamiento de sanción judicial. Esto interrumpe la multirreincidencia, aclara el panorama delincuencial español, rompe el patio de Monipodio y resulta tremendamente fácil. ¡Casi nada para el licenciado vidriera, el médico de su honra, el dueño de la casa con dos puertas difícil de guardar!...
¿Qué ha pasado aquí? Sencillamente, que un fontanero se ha colado entre los jueces y ni corto ni perezoso se ha puesto a aplicar la ley: "A mí no me vuelven a salir humedades en el baño, yo no dejo cañerías en mal estado, el chorizo que me repita no puede volver a Las Ramblas ni al metro. Le meto un alejamiento que lo breo".
A ver qué pasa cuando escuche: "¡La ha matado, la ha matado!". "Sí, pero estaba borracho". "Ah, bueno, entonces pobrecillo". Es posible que decida que todo el que mate bebido haya podido pensar en beber para matar porque sin alcohol no sería capaz de tanta maldad. Aunque, ya puestos, podría estimarse el consumo de alcohol, en vez de cómo atenuante, como causa agravante: sobrio no se habría atrevido, por lo que seguramente empezó a beber para violar la ley o a la vecina. Y esto es independiente del sexo, la raza o el lugar de nacimiento. Y al conductor que va a 300 borracho, ¿se le carga con la agravante o se le concede la atenuante? Lo que no puede ser es que valga todo y lo contrario sin que protesten los colegios de abogados, los abogados importantes, los políticos responsables, los analistas políticos que últimamente sólo hacen análisis de orina.
Pues basta ya: ordenen una analítica completa, desde luego de sangre, y si no, llamen al gremio de fontaneros.
Debe de ser el único ámbito en el que estas cosas pasan con tanta frecuencia. Y entre tanta indiferencia.
En la ciudad de Barcelona, rota por tantas ambiciones, presa de celos cainitas, degradada por los complejos enfermizos de un pasado que pesa como una losa, un grupo de fiscales y mossos d'esquadra emperrados en que no se les pase la indolencia, el provincianismo y la desidia reclamaba a unos jueces que dictaran órdenes de alejamiento contra los ladrones pertinaces, los chorizos sin marca, los cacos virtuosos, en el salón de los pasos perdidos de la Audiencia.
Sistemáticamente, voces de fiscales y mossos caían en el más absoluto de los silencios, sobre una tierra nada fértil ni receptiva, en medio de un desierto de iniciativas, mientras los carteristas de Las Ramblas, los descuideros del metro, los chorizos varios eran detenidos una y mil veces. A veces en el interior de unos grandes almacenes, a veces en plena calle, junto a la Pedrera o la Sagrada Familia. En el mismo día eran capturados, multados, y volvían al lugar de los hechos a sacar al primo de turno el montante de la multa. Había quien atesoraba veinte detenciones, treinta y ocho o cuarenta
... Y de repente, el otro día, sin venir a cuento, en el estertor malsano de la resignación, un juez se levantó entre los otros y, cuando se creía que estaba simplemente juzgando, resulta que estaba haciendo justicia: de tal manera fue, que aplicó la medida de alejamiento del reo del lugar del robo, en este caso unos grandes almacenes, ejemplo de empresa modelo, machacados por carteristas y descuideros. Su señoría estimó que si le impedía volver, dejaría de llevar el infierno a viandantes, comerciantes y agentes del orden. Pues dicho y hecho.
El primer mangante cortado en seco resulta que es un tipo con apellido extranjero que durante seis meses no podrá estar a menos de un kilómetro de las referidas instalaciones comerciales, so pena de ser detenido por quebrantamiento de sanción judicial. Esto interrumpe la multirreincidencia, aclara el panorama delincuencial español, rompe el patio de Monipodio y resulta tremendamente fácil. ¡Casi nada para el licenciado vidriera, el médico de su honra, el dueño de la casa con dos puertas difícil de guardar!...
¿Qué ha pasado aquí? Sencillamente, que un fontanero se ha colado entre los jueces y ni corto ni perezoso se ha puesto a aplicar la ley: "A mí no me vuelven a salir humedades en el baño, yo no dejo cañerías en mal estado, el chorizo que me repita no puede volver a Las Ramblas ni al metro. Le meto un alejamiento que lo breo".
A ver qué pasa cuando escuche: "¡La ha matado, la ha matado!". "Sí, pero estaba borracho". "Ah, bueno, entonces pobrecillo". Es posible que decida que todo el que mate bebido haya podido pensar en beber para matar porque sin alcohol no sería capaz de tanta maldad. Aunque, ya puestos, podría estimarse el consumo de alcohol, en vez de cómo atenuante, como causa agravante: sobrio no se habría atrevido, por lo que seguramente empezó a beber para violar la ley o a la vecina. Y esto es independiente del sexo, la raza o el lugar de nacimiento. Y al conductor que va a 300 borracho, ¿se le carga con la agravante o se le concede la atenuante? Lo que no puede ser es que valga todo y lo contrario sin que protesten los colegios de abogados, los abogados importantes, los políticos responsables, los analistas políticos que últimamente sólo hacen análisis de orina.
Pues basta ya: ordenen una analítica completa, desde luego de sangre, y si no, llamen al gremio de fontaneros.