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CIENCIA

El año de las tres preguntas

Sí, sí. Efectivamente; tienen ustedes toda la razón del mundo. Es un tópico manido. De los más manidos en estos días finianuales que nos toca vivir cada diciembre. Pero voy a emplearlo: "Resumir un año de ciencia en un artículo es imposible". Queda dicho para justificar por qué he elegido tres, y sólo tres, noticias científicas como ejemplo de lo mucho (no todo bueno) que la ciencia nos ha regalado en los últimos 12 meses.


	Sí, sí. Efectivamente; tienen ustedes toda la razón del mundo. Es un tópico manido. De los más manidos en estos días finianuales que nos toca vivir cada diciembre. Pero voy a emplearlo: "Resumir un año de ciencia en un artículo es imposible". Queda dicho para justificar por qué he elegido tres, y sólo tres, noticias científicas como ejemplo de lo mucho (no todo bueno) que la ciencia nos ha regalado en los últimos 12 meses.

Cada una de ellas apela a uno de esos misterios aún no desvelados por la razón y que probablemente han estremecido el ánimo de los hombres desde antes de que se dotaran de eso que llamamos "conocimiento científico". ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Por qué es así lo que nos rodea?

Así que empecemos por el final.

2010 nos ha permitido por fin ver en acción al LHC, el Gran Colisionador de Partículas de Ginebra, que, tras su parada forzosa por culpa de aquellos fallos estructurales detectados en 2009, ha producido su primera luz científica. De momento no podemos anunciar grandes hallazgos, nada que haya merecido copar las primeras páginas de lo diarios. Pero en el corazón de ese túnel de 27 kilómetros de diámetro se están produciendo las primeras colisiones de partículas en rangos energéticos suficientemente potentes como para albergar esperanzas. A pesar de que algunos técnicos habían sugerido que la instalación no podría dar frutos a menos que se volviera a reparar, los últimos datos parecen indicar que para 2011 se podrán lograr colisiones cercanas a las deseadas para encontrar al esquivo Bosón de Higgs. Esta partícula subatómica, que sigue siendo indetectable y que sólo existe en los libros de física en forma de ecuación, debe de estar escondida dentro de las porciones más infinitesimalmente pequeñas de la materia, y tarde o temprano terminará aflorando entre esos mil pedazos en que los choques del LHC convierten a los protones.

En esencia, lo que los físicos están tratando de hacer con la materia en ese túnel es lo mismo que cualquier niño hace con el cochecito que acaban de regalarle: destrozarlo para ver qué hay dentro. Si el Bosón de Higgs existe, tal como prevé la teoría, tiene que estar ahí dentro, en algún rincón de la estructura interna de los protones. De ser así, hacerle una fotografía, contemplarlo por primera vez, observar su comportamiento sería tan revelador para el conocimiento del Cosmos como el descubrir el eje que une las dos ruedas de un coche para entender por qué giran a la vez. El Bosón de Higgs puede ser el responsable de que la materia tenga masa. Por lo tanto, es la piedra angular de la construcción del universo tal como lo conocemos. Sin ponerle cara y orejas, la ciencia es incapaz de dar explicación completa a por qué el mundo que nos rodea es como es.

Cráneo de Homo sapiens.La segunda pregunta está más próxima a nuestras vidas. ¿Quiénes somos? Como especie, el ser humano navega terriblemente solo por el Cosmos a lomos del planeta Tierra. En nuestro ecosistema, somos el único representante de nuestra estirpe. Hay muchas especies de perro, de mono, de cérvido... pero sólo una de Homo sapiens. Esto es así desde que hace unos 25.000 años desapareciera del entorno otro representante del género de los homínidos: el neandertal, con el que compartimos espacio durante unos cuantos cientos miles de años, hasta que se extinguió. Este año, sin embargo, la ciencia ha descubierto que es posible que aquellos primos lejanos no se extinguieran... del todo. Un equipo internacional de genetistas anunció en mayo la secuenciación completa del genoma de los neandertales a partir de restos fósiles. Al comparar los genes obtenidos con los de cinco individuos actuales de distintas razas obtuvieron una provocadora conclusión: el ADN de los humanos modernos no africanos podría mantener entre un 1 y un 4 por 100 de similitud con el del Homo neanderthalensis.

Estos datos parecen sugerir que hubo un cruce entre los humanos y los neandertales cuyo fruto perdura hoy en algunas familias de ciudadanos europeos, americanos y asiáticos. La noticia fue la comidilla de medio mundo durante un par de días de mayo. Aún queda mucho trabajo de afine con el material genético de nuestros rudos primos europeos, pero sin duda hemos dado un paso adelante en la comprensión de quiénes somos. O quizá lo hayamos dado hacia una incomprensión aún mayor. ¿Y si no fuéramos la especie separada y única que hemos creído ser hasta ahora?

Si resulta difícil responder qué somos como individuos, más complicado parece adentrarse en las razones por las que nos consideramos seres vivos. Definir el concepto vida ha traído de cabeza a más de un investigador. Mítico resulta el ingenioso e infructuoso trabajo de Carl Sagan para la Enciclopedia Británica, que en su día glosamos en estas páginas.

Uno de los principales escollos que hay que sortear es la indiscutible certeza de que sólo conocemos un tipo de vida: el de la Tierra. Carecemos de otros ejemplos para comparar, de otro material de estudio o de contraste, de un universo de posibilidades como el que tienen los matemáticos, los astrónomos o los químicos en sus estudios. Con tales limitaciones, la definición de un concepto se antoja realmente parca. No podemos decir realmente qué es la vida... a lo sumo aspiramos a entender cómo es la única vida que conocemos. Toda ella se basa en la mezcla de algunos elementos. No muchos. Los principales son bien conocidos: oxígeno, carbono, nitrógeno, hidrógeno... y los más duchos en química también conocen otros más secundarios: calcio, fósforo, azufre, magnesio... Toda la vida conocida se basa en la sabia conjunción de estos ladrillos.

Mejor dicho, se basaba. A finales de año hemos tenido conocimiento del hallazgo, en las aguas del lago californiano de Mono, de un microorganismo que ha obviado estas leyes de la naturaleza y ha sustituido en su estructura genética el fósforo por arsénico. La cuestión no es menor. De repente, con la misma celeridad con la que un día nos levantamos y supimos que Plutón ya no era un planeta, contemplamos que existen formas de vida diferentes a las que siempre hemos conocido. ¿Querrá eso decir que la vida ha aparecido en la Tierra en más de una ocasión? ¿Hay varias evoluciones en lugar de solo una? ¿El origen de estas bacterias amantes del arsénico es el mismo que el del resto de los seres vivos? ¿Podremos encontrar muestras de vida en los limos de otros planetas o satélites que sabemos son, precisamente, ricos en arsénico? Demasiadas preguntas sin responder para una noticia que, de momento, no ha pasado de ser una anécdota científica. Espectacular, importante, asombrosa... pero anécdota... mientras no se hallen muchas más evidencias a su favor.

Quizás en diciembre de 2011, cuando a este humilde servidor le encarguen repasar el año científico, podamos dar alguna respuesta más.

 

http://twitter.com/joralcalde

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