A las FARC les parece maravilloso cuanto en La Habana está ocurriendo. Lógico. Es imposible que las circunstancias les fueran más afortunadas. Saben que tienen al Gobierno contra la pared y que el presidente Santos está, desde hace rato, en el punto de no retorno.
Las últimas declaraciones del tipo que se hace llamar Márquez reflejan una arrogancia y un triunfalismo absolutos. Para el jefe de los plenipotenciarios, es la hora de poner sobre la mesa algunos temitas que no estaban en la agenda, tales como la política minera y petrolera y el sistema económico del país. Esa menuda aspiración la propuso diciendo que la agenda debe ser dinámica y no una camisa de fuerza para las partes. Como quien dice, alentados por los éxitos conseguidos y teniendo bien medida la debilidad del Gobierno, los bandidos saltan la cerca y vienen por cuanto se les quedó atrancado en el documento firmado con el primer hermano de la Nación, Enrique Santos Calderón.
El presidente dirá que no acepta asuntos nuevos en el diálogo y las FARC replicarán que si no se tocan los que son vitales para el país, de nada valen las aproximaciones de paz.
¿Quién ganará el pulso? Se admiten apuestas. Las FARC no tienen nada que perder, porque lo peor que puede ocurrirles es que se queden como estaban, solo que con las ganancias obtenidas. Se sentaron a la mesa deslegitimadas, detestadas y vencidas. Se levantarían de ella con nuevo reconocimiento, habiendo ganado un enorme terreno político y acusando al presidente de ser el causante del fracaso.
Por el lado de Santos las cosas no vienen igual. Las conversaciones fueron un intento por recuperar una popularidad que nunca tuvo, pero que se encontraba en su punto más bajo y peligroso. Reconocer el fracaso que tantos le anunciamos le sería fatal cuando empieza a recorrer el último trecho del camino, con el sol a las espaldas. Y sabe que no tiene llanta de repuesto. La seguridad va de mal en peor, la economía flaquea, la ineptitud para ejecutar es demasiado visible, y su dependencia de los aliados que no lo son sino por la mermelada que les toca es cada día mayor.
En presencia de estos factores, Santos no puede levantarse de la mesa. No tiene con qué. Pero tampoco puede seguir en ella. Las FARC lo manosean cada día más, cometen más atrocidades, se enriquecen fabulosamente y hacen sentir a los colombianos de regreso a las horas negras del Caguán. De modo que, no pudiendo seguir y no pudiendo regresar, el presidente tiene que encontrar la manera de buscar la salida menos traumática. Que probablemente sea la de quitarle impulso a la publicidad que viene desde La Habana y dejar que las cosas vayan languideciendo por su propia dinámica.
El problema es que esa carta es de muy difícil juego. Extender sin sentido unas conversaciones inútiles será de lo poco que no pueda hacer este impenitente manipulador de la opinión pública. Hasta los más reconocidos amigos de su mermelada saben que una estrategia semejante les quitaría cualquier posibilidad de éxito en unas elecciones para el Congreso. Tienen terror al presidente Uribe Vélez, al que saben muy fuerte en el corazón del pueblo, y no se pueden dar lujos adicionales. De manera que ya alistan el paracaídas para su nueva sesión de acrobacias.
Es en este ambiente en el que las FARC declaran que las conversaciones no pueden ir por mejor camino, lo que para sus intereses no puede ser más cierto. Mientras que el presidente pone al doctor De La Calle a darle la cara al país con unos discursos que traslucen la pereza, el desgano, el desencanto, si encanto hubo, de él mismo y de sus compañeros de delegación.
Ya viene el nuevo show de las FARC y de Piedad Córdoba con la liberación de los dos policías y el soldado que admiten tener en su poder. Con lo que queda establecido que secuestrar policías es el mejor negocio de la guerrilla, salvando lo presente, es decir, la coca, el oro y el combustible venezolano. Será este espectáculo el mejor condimento para los diálogos. Para las FARC, por supuesto.