Tras la brillante entrevista con Casado este jueves en La Mañana, se han producido tantas pruebas de afecto y adhesión al candidato popular como de precaución y cautela ante la posibilidad, como ha explicado muy bien Emilio Campmany, de que haya dicho a los oyentes de esRadio "lo que querían oír".
Si la opinión de centro-derecha en general y la liberal en particular no hubiera padecido tantos y tan repetidos chascos, no estaríamos desconfiados sino encantados ante la aparición de un líder, tal vez de un liderazgo, que nos redima de tantos años perdidos, en los que Rajoy, su gobierno y su partido han despreciado la política a cuenta de la economía, han perseguido sañudamente las ideas liberales y conservadoras, han favorecido abiertamente al comunismo podemita buscando el voto del miedo, y se han burlado del programa electoral y los valores del PP, el primero de los cuales ha sido siempre la defensa de la nación española, que ha sido lo más abandonado, vendido y maltratado por el gobierno anterior.
Esta tradicional falta de respeto del político de derecha a sus bases, que en el caso del PP de Rajoy y/o Soraya ha alcanzado nivel de escarnio, explica que ante la aparición de un líder, que es lo que vimos, haya motivo fundado para ambas reacciones: la de emoción y la de precaución. Y como el que acoge en su programa a quien provoca esta división de opiniones es, de alguna forma, responsable de este efecto en la radio, la televisión o el podcast, voy a tratar de resumir el problema que ese discurso, que vale la pena ver y oír de nuevo, plantea a todo español que se sueña ciudadano.
El PP, una historia de incumplimientos
Sin embargo, el problema no es de credibilidad por parte de Casado, sino del PP. Dos días antes de la entrevista, el martes, David Jiménez Torres lo explicaba perfectamente en El Español:
"El problema del Partido Popular nunca ha sido lo que dice defender. Al menos, este no ha sido su problema ante sus bases y sus simpatizantes potenciales. Lo que ha alejado a estos últimos del partido ha sido más bien la distancia entre su programa y su comportamiento." (…)
"Imaginen un debate entre los candidatos a presidir el PP. No hay duda de que todos proclamarían su creencia en la unidad de España, en la iniciativa privada y en la libertad individual. Quizá la mayor diferencia estribaría en quiénes lanzaban, además, mensajes cercanos al catolicismo popular (la importancia de la familia, la educación concertada, etc.) y quiénes no. Por lo demás, el PP es sumamente compacto en su adscripción al patriotismo constitucional y a un liberalismo difuso y adjetivado." (…)
"Cualquier dirigente del PP reivindicará también a quienes arriesgaron sus vidas por plantar cara al terrorismo; y el votante que oiga esto se acordará del final de la carrera política de María San Gil. Cualquier dirigente popular proclamará, en fin, su oposición al nacionalismo, mientras que el votante que oiga esto recordará la línea que va desde los pactos del Majestic hasta la homeopatía autoimpuesta del 155; o constatará con un rápido vistazo a los titulares que, tras seis años de gobierno del PP, pensar distinto en Cataluña sigue obligando al silencio, al heroísmo, a la marginación o a la mudanza." (…)
El mantra de que el PP comunica mal lo que hace bien, sería "una banalidad que, sin embargo, encierra una preocupante revelación: la creencia de estos dirigentes de que lo único necesario para mantener contentos a los votantes es comunicar un mensaje, sin implicarse luego en la tediosa tarea de convertirlo en realidad. Decir, por ejemplo, que la unidad de España no se toca, sin ocuparse después de garantizar la principal razón por la que muchos valoran esa unidad: la igualdad de derechos y oportunidades para todos los que nacen en territorio español."
Y concluía, insisto, dos días antes de la entrevista: "La salida a todo esto es relativamente sencilla, claro: elegir a un nuevo líder que no esté ligado a esta larga trayectoria disonante. Quizá algún día aparezca."
Y entonces, apareció Casado. Pero, naturalmente, el problema del PP, que es de credibilidad ante sus votantes,sigue ahí.
Escenario 1: si no ganan las dos, pierden las dos
Porque la cuestión de fondo es si el PP, con Casado o sin él, tiene remedio. En mi opinión, Casado es sincero porque, además, le conviene serlo. Para liderar algo parecido a una alternativa de Gobierno debe plantear un programa de Gobierno que se parezca al de Aznar en 1993 -que sólo cumplió a medias de 1996 a 2004-, que no se parezca en nada al de Rajoy en estos seis años y medio, y que rompa el círculo vicioso de todos los Gobiernos desde la Transición: pactar, y claudicar, ante el separatismo.
Cuál es ese programa está claro y lo explicó muy bien el jueves. Sin embargo, me he equivocado lo bastante en mis apuestas de partido como para no asegurar nada ni recomendar a nadie. Estoy tan escarmentado como los demás. Quiero creer en Casado. Me sería más fácil si no fuera del PP. La prueba de vida política se la planteé al final de la entrevista: si, de no pasar a la segunda vuelta, convertido en árbitro moral de una victoria harto sórdida, aceptará la oferta de una de las ashishinas o se quedará a esperar, dentro del partido, a que llegue su momento, que supongo que no tardaría.
Si ganan las ashishinas, dueñas del aparato, en realidad pierden las dos. Casado, si no se une a una de ellas, quedaría como la única esperanza de un partido que debe hacer añicos su burocracia para sobrevivir. Dijo que no aceptará nada, ni la Secretaría General ni candidatura alguna, y que no se iría a casa dejando tirada a su gente. Lo creo porque, si gana, actuará de jefe de la Oposición desde su escaño, y si pierde, le conviene llegar a un congreso extraordinario del PP, que bien podría producirse antes de las generales, tras las municipales, en el que sería un candidato casi imbatible.
Escenario 2: 2020, ¿Casado y Feijóo?
Si gana Cospedal, es posible que se le respete hasta el 2020, aunque el ventilador del estiércol perdicero temo que la perjudicaría severamente. Si gana Soraya, creo que la ruptura del partido será un hecho inevitable. En del fondo, Casado las ha deslegitimado a las dos al presentarse sin más aval que la renovación. ¿Cómo va a pretender legitimidad cualquier candidata con el 3% de los votos de un censo que ambas dicen que es real y correcto?
Es posible, sin embargo, que el turbión de este Gobierno antiespañol produzca en la Oposición efectos que, a corto plazo, aconsejen una tregua. El PP dependerá tanto de sí mismo -sobre todo si al final ganase Casado- como de Ciudadanos, del que cabe esperar que despierte y se despabile tras el KO de la moción de censura, que lo tiene dando tumbos por el ring. Y a partir de Mayo, de lo que pase con Vox.
Si hubiera tregua, como no veo ganando a Cospedal, y menos aún a Soraya, se produciría, después o antes de las Generales, ese congreso del PP en el que reaparecería, desaparecida su némesis sorayoica, el candidato natural de consenso, Feijóo. Pero la alternativa seguiría siendo Casado. En ese panorama, que depende de muchas cosas pero en el que hay muy pocos jugadores, siempre aparece Casado como alternativa de poder en el PP. Y, si es capaz de regenerar el partido, siquiera parcialmente, en el Gobierno.
Naturalmente, todo depende de lo que hagan esta semana los que en el PP vayan a votar, que al parecer serán todavía menos de los apuntados, y de a quién voten. Si la situación de España no fuera tan calamitosa, todo esto resultaría emocionante. Tal y como estamos, escalofriante es poco.