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Federico Jiménez Losantos

Moción a moción, la democracia por el balcón

El proceso de demolición del orden constitucional debía incluir forzosamente el de los partidos que apoyan el sistema.

El proceso de demolición del orden constitucional debía incluir forzosamente el de los partidos que apoyan el sistema.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, participa en la celebración del cuadragésimo segundo aniversario de la Constitución. | EFE

Hace sólo diez días, Ciudadanos confirmó lo que Libertad Digital había anunciado días antes y presentó una moción de censura con el PSOE contra el Gobierno de Murcia presidido por el PP y del que también formaba parte Cs. De inmediato, Isabel Díaz Ayuso convocó elecciones en Madrid, adelantándose por una hora a la presentación de una doble moción de censura del PSOE y Más Madrid, y a una tercera, también en marcha, de Ciudadanos, parte del Gobierno como en Murcia, y para la que recogía firmas su Secretaria General en la propia Asamblea de Madrid. Ese mismo día, el PSOE presentó una moción de censura en Castilla y León, que se votará mañana. En menos de dos semanas, Sánchez y Arrimadas han consumado el asalto a tres de las cuatro comunidades que Cs gobernaba con el PP y el apoyo de Vox. Y han destrozado el sistema de representación democrática que se basa en el voto de los ciudadanos, no el de los políticos. 

Iglesias, de capitán a polizón del buque golpista 

El primer movimiento de esa operación, la aparentemente anodina moción de censura en Murcia -que de anodina no tenía nada, el PSOE presumía de que era sólo el primer asalto al Poder territorial de la Derecha-, desencadenó la rebelión contra reloj de Ayuso, mientras el PP no fue capaz de reaccionar en Murcia y cuando lo hizo recurrió al caciquismo regional contra la cacicada nacional, no a las urnas, que era lo decente y procedente. El movimiento defensivo de Ayuso, provocó la reacción de Iglesias, que se vio fuera o como una pieza más del nuevo esquema de poder de Sánchez. 

Pero, aunque Iglesias anunció que se presentaba contra Ayuso, en realidad lo hacía contra Errejón, Gabilondo y el propio Podemos, porque Irene Montero -y antes, Mayoral- se negó a suplir a Isa Serra al frente de un partido abocado a la desaparición. Es difícil saber lo que hay de personal y de político en la decisión de Iglesias, pero la suya es una sorpresa meditada. El rediseño del bloque de Poder sobre los restos mortales de Ciudadanos lo convertía en irrelevante, sobre todo si su partido desaparecía en Madrid. No ha acudido a rescatar a Madrid de las garras del fascismo, en el que lleva ya años viviendo bastante bien, sino a rescatarse a sí mismo de la jubilación

Esto cambia la perspectiva del proyecto totalitario que Iglesias aspiró a encabezar, luego a compartir, y ahora a limosnear. Pero el proyecto sigue incólume, y las guerras civiles entre el PP, Vox y Ciudadanos lo refuerzan. Esto nada tiene que ver con los anhelos y preocupaciones de los españoles: se trata de convulsiones internas de los partidos políticos, ensimismados en sus repartos de poder, expectativas de triunfo o intentos de supervivencia. Lo significativo de este movimiento para arrasar cualquier alternativa al Poder de la Izquierda y los separatistas, presidido por Sánchez, que a eso se ha prestado Inés Arrimadas, es que desprestigia ante la opinión pública a los políticos en general, pero, al mismo tiempo los partidos políticos siguen adueñándose de instancias de Poder que deberían estarles vedadas.  

La última operación para destruir cualquier equilibrio de poderes es el copo total de la Fiscalía por Dolores Delgado -léase Garzón- y su soviet de fiscales de extrema, extrema, extrema izquierda. Mientras los partidos se desdibujan ante nuestros ojos, unos para resucitar, siquiera parcialmente, como el PP en Madrid gracias a Ayuso, o Podemos gracias a Pablenin, el proceso de apropiación de espacios de autonomía individual o institucional por parte del conjunto de los partidos, la partitocracia, avanza velozmente. 

Es posible que tras estos diez días que han escandalizado a España, como los diez días que conmovieron al mundo de la apología leninista, los partidos políticos salgan más desprestigiados y con más poder que nunca. Paradoja sólo aparente: el proceso de demolición del orden constitucional debía incluir forzosamente el de los partidos que apoyan el sistema. Pero, por la fuerza de esa convulsión y las carambolas en espacios electorales contiguos, también los que aspiran a reemplazarlos, como los comunistas. Y con la política sucede como con la economía: cuanto peor le vaya a España, mejor les va a los que quieren destruirla, con Sánchez a la cabeza. 

Bal, de abogado del Estado a pasante del Gobierno 

Madrid no sólo va a ser la trinchera en que el sistema constitucional se defienda frente a las fuerzas totalitarias social-comunistas. Si Ayuso logra la mayoría con Vox, se perfila con nitidez un nuevo bloque de poder en la derecha que deberá tener traslación nacional. Si ganan las izquierdas, el proceso de liquidación de la Derecha política se acelerará aún más. En cuanto a la derecha social, prácticamente quedará entregada a Vox, la única fuerza que, por sus peculiaridades, permite la agrupación del pánico. Sería deseable, en todo caso, que en Madrid, con el poder simbólico que siempre ha tenido y tiene sobre el devenir de España, los partidos que aún defienden a la Nación y a su Constitución se cuidasen mucho de pelear entre sí. Su adversario, símbolo de todas las claudicaciones, es Ciudadanos, cuya lista encabeza un abogado del Estado convertido en pasante del Gobierno. Su enemigo, el comunismo, al que el maldito centro se ha vendido baratísimo. 

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