En la política exterior todo es carambola, pero nada es gaseoso. Otra cosa es la diplomacia, que suele consistir en nubes de retórica y reuniones larguísimas para defender, en última instancia, intereses sólidos o sórdidos, alianzas para reforzarlos y argumentos para sostenerlos. Cuando no es así, cuando se confunde diplomacia con ideología o la defensa de una ideología es el único interés de su Gobierno el resultado para ese país es catastrófico.
España, desde el nefasto Zapatero, ese sicario de Narco-Maduro que, como bien ha dicho Cayetana Álvarez de Toledo debería ser despojado de todos los privilegios materiales y diplomáticos de que disfruta como ex -presidente del Gobierno, ha abandonado todas las alianzas occidentales que España ha tejido, construido o reforzado desde hace más de setenta años. En tiempos de Eisenhower, Franco firmó el acuerdo militar España-USA que, de una forma no muy distinta de Alemania o Italia, ponía a nuestro país bajo el paraguas militar norteamericano frente al bloque soviético.
La cuestión judía
La mezquindad francesa retrasó algunos años nuestra entrada en el Mercado Común y los complejos de parte de la Derecha española y el doble juego de la Izquierda dificultaron la entrada en la OTAN y el reconocimiento del Estado de Israel. Pero ambos obstáculos venían del franquismo y del antifranquismo y estaban condenados a desaparecer. La “tradicional amistad con los países árabes”, fórmula absurda en una nación forjada en la lucha contra los musulmanes, era una reliquia del aislamiento que nos convenía para las relaciones con Marruecos y los países del Golfo, productores de petróleo, y aparcó el reconocimiento de Israel.
En la OTAN no podíamos entrar, decían, porque “no éramos una democracia”. ¿Y Turquía? Las bases norteamericanas eran prenda más que suficiente de nuestro compromiso occidental, pero la leyenda roja contra el franquismo, continuación de la leyenda negra contra España como potencia católica desde el siglo XVI, alimentaba los recelos que aún hoy exhibe la izquierda, en España y fuera de España. Éxito póstumo de Lutero y Stalin.
Finalmente, con Calvo Sotelo entramos en la OTAN, pese al PSOE y su pacto con la URSS, y con el PSOE reconocimos el Estado de Israel, que Suárez no hizo por miedo a los “amigos árabes”. Pero la Derecha española ya era pro-sefardita cuando el socialismo europeo, siguiendo al judío Marx (véase La Ideología Alemana, La cuestión judía), era antisemita. La dictadura de Primo de Rivera concedió la nacionalidad española a los sefarditas para salvarlos de la persecución en Europa Oriental, y Franco salvó a miles de judíos en la II Guerra Mundial. En mi Historia de los judíos en España, de 1992, que Antena 3 no me deja rescatar, Yitzak Navon, presidente de Israel, explica en ladino (el castellano del siglo XV) y con humor las tensas y apasionadas relaciones de los judíos con España: de amor y odio, solar y destierro, conflicto religioso y deuda cultural que ese año del V centenario de la expulsión de los judíos (España fue el último país de Europa que los expulsó, no el único) quedó formalmente zanjada.
La Izquierda volvió al antisemitismo como forma de anticapitalismo (caricatura del judío rico, usurero y explotador) e intentó destruir al Estado de Israel como pieza clave de los USA y Occidente durante la Guerra Fría. El alineamiento de la izquierda, la URSS y los países árabes contra Israel desde su misma fundación, con los palestinos como herramienta terrorista en vez de crear su Estado junto al de Israel como había dicho la ONU, es lo que está detrás del reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sahara por los USA y la normalización de las relaciones con Israel por Marruecos.
El éxito de Israel, Trump y Rabat
Trump culmina así una exitosa serie de operaciones diplomáticas de primer nivel, cercando a Irán mediante los acuerdos con Israel de todos los países musulmanes aliados de Washington, uno de los cuales es Marruecos. Trump termina su legislatura, tal vez su mandato, cambiando el signo de la política exterior que inició Obama con un discurso en la Universidad de El Cairo que fue un canto al islamismo, como si nunca hubiera habido un 11S. Y lo ha hecho con una vuelta a los pactos pre-Obama y un reforzamiento de Israel que empezó por el reconocimiento de Jerusalén como su capital. La aristocracia financiera y mediática judía, siempre demócrata, tendrá que odiar todavía más a Trump por ayudarlos más que Clinton y Obama juntos.
Paralelamente, Putin ha reactivado la alianza con Argelia, y ésta ha reactivado al Polisario, que le declaró oficialmente la guerra a Marruecos mientras el vicepresidente Iglesias respaldaba públicamente al Polisario. Como hizo en el 75 con la Marcha Verde, Rabat ha aprovechado el estado de debilidad de España por su alianza con los narcogenocidas venezolanos, y en un mes ha respondido rompiendo la tenaza hispano argelina con ese respaldo público de los USA al que ha seguido de inmediato el de Francia. Éste es todavía más importante, aunque el sectarismo mediático español se haya cebado con Trump por hacer en público lo mismo que España y la UE llevan haciendo 45 años. El acuerdo hispano-marroquí de 1975 concedía a Marruecos la administración del Sahara. ¿Temporal? ¿Casi medio siglo? Hace falta ser hipócritas y americanófobos, amén de antisemitas. Todos los acuerdos de países musulmanes pro-USA con Israel acercan la existencia de ese Estado Palestino que siempre piden y jamás concretan, porque el papel de los palestinos es el de carne de cañón del antijudaísmo islamista. Sin duda ayudará a estabilizar el Oriente Medio (para nosotros, Cercano) si Putin, desde su protectorado sirio lo permite. Y a pesar del belicismo iraní. ¿Pero quieren Moscú, Pekín y Teherán la pacificación de la zona? Sólo si no tienen más remedio. Pero Washington actúa y Bruselas critica desde su diplomacia paralítica, enhebrando condenas morales que no llegan a París.
¿Qué puede hacer España?
Por puro fanatismo ideológico, Zapatero cambió la alianza natural de España con los países de la OTAN y las democracias iberoamericanas por una fantasmal Alianza de Civilizaciones, con el islamista turco Erdogan como único socio. Rajoy no tuvo capacidad para volver a los tiempos del atlantismo de Aznar porque anduvo siempre con el freno de mano puesto. Y Sánchez, con Iglesias de vicepresidente y Zapatero de embajador real en Caracas, ha añadido a la vieja ruptura la alianza con el régimen de Maduro. El resultado está a la vista: nuestros vecinos del Norte y del Sur se alían mientras nosotros nos distanciamos de la OTAN, los USA y la UE, donde Francia ocupa un lugar primordial en la relación con los países de África. Nosotros estamos más solos que la una, y con una parálisis política total.
Si prescindimos de la palabrería y nos acercamos a los hechos, la victoria de Marruecos es aplastante. Y lo que nos conviene es pactar con ellos, porque, como al final del franquismo, debemos evitar un conflicto militar y tenemos que aliviar la presión sobre Canarias, Ceuta y Melilla. No es lo mejor, pero, hoy por hoy y por bastante tiempo, no damos para más. En realidad, nuestra quiebra interna es tan terrible que no damos para nada.